LOS POLLOS
Mi padre, que
fue el primero en aprender el idioma sueco en la familia, leyó un anuncio en el
periódico Dagens Nyheter (Noticias
del Día): Veinte pollos por sólo 100
coronas. Escriba su nombre y dirección en el cupón y luego envíelo sin pagar gastos
de correo. Nosotros cumpliremos la orden y usted recibirá el paquete a la
brevedad posible.
Mi padre llenó
el cupón y lo despachó en un sobre cerrado.
El día que
llegó el aviso del correo, mi padre, creyendo haber hecho una excelente compra,
decidió que mi madre fuese a recoger el paquete; es más, como creía que el
paquete era grande y pesado, ordenó también que mis hermanos menores la
acompañaran por si necesitaba ayuda.
Mi madre se
puso en la fila y esperó su turno con insoportable paciencia. Al poco rato,
cuando se acercó a la ventanilla, enseñó el aviso del correo y la cédula de
identidad de mi padre.
Apenas
trajeron el paquete a la ventanilla, mi madre, al constatar que era pequeño y
no pesaba mucho, le dijo a la empleada del correo que, quizás, se equivocó de
paquete. La empleada revisó el aviso y comprobó que todo estaba en orden.
Mi madre pagó
las 100 coronas y volvió a casa con el paquete bajo el brazo. Abrió la puerta
y, seguida por mis hermanos que iban por detrás como los pollos de una gallina,
entró en el apartamento sin decir ni pío.
Mi padre, que
hasta entonces seguía pensando en que había hecho la mejor compra de su vida y
que comeríamos carne de pollo hasta reventar, miró extrañado el paquete y
exclamó:
–¡¿Este
paquetito contiene los veinte pollos?!
Mi madre no
dijo nada y se encogió de hombros.
Mi padre cogió
el paquete y lo puso sobre la mesa. Segundos después, acorralado por la mirada
de mi madre y mis hermanos, abrió el paquete con asombrosa desesperación, hasta
que en el interior del cartón no encontró más que una veintena de hueveras con
forma de pollos.
–¡¿Qué?!
–exclamó, tomándose la cabeza con las manos.
Mis hermanos,
sin entender nada de nada, se miraron de reojo. Mi madre no pudo contener la
risa. Lo miró a mi padre con sorna y le preguntó:
–¿Leíste mal
el anuncio, o qué? Ésta es una prueba más de que, tanto a ti como a nosotros,
nos falta un montón para entender el idioma sueco.
–No es posible
–repuso mi padre, sin darse por vencido.
Buscó el
anuncio del periódico y se lo enseñó a mi madre.
–¡Aquí está!
Dice: Veinte pollos...
–Es correcto
–contestó mi madre–, pero debajo de la rúbrica dice también: HUEVERAS.
–¡Ajá! –exclamó
mi padre, ruborizándose por su grave error–. Yo pensé que HUEVERAS era el nombre de la empresa que vendía los pollos...
No pasó mucho
tiempo, hasta que todos nos miramos las caras y estallamos en una sonora
carcajada, que de seguro se oyó en toda la cuadra.
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