CATAVI, GLORIA Y OLVIDO
Llegar a Catavi después de tres décadas de ausencia es
como retornar de un largo viaje por tierra y por mar, sobre todo, cuando se
tiene la sensación de que uno vuelve al sitio donde tiene anclado una parte de
su vida y su pasado. No está por demás referirles que la primera idea que me
asaltó a la mente fue la de recorrer por el mismo tramo que había frecuentado
en mi infancia y adolescencia, algunas veces bajo los azotes de la lluvia,
otras veces bajo el abrasante sol del mediodía y, si recuerdo bien, también
entre las corrientes de viento helado, que levantaban nubes de polvo y
zarandeaban el follaje de los árboles.
La empresa minera de Simón I. Patiño
La población de Catavi, centro administrativo de la
empresa minera de Simón I. Patiño en el pasado y submunicipio del gobierno
municipal de Llallagua en la actualidad, tiene su propia historia desde mucho
antes de que en esta región se construyeran las oficinas administrativas del
principal industrial boliviano, quien trajo al país la más avanzada tecnología
de explotación minera y contrató a los mejores ingenieros, geólogos y técnicos
extranjeros para convertir a su empresa en el centro neurálgico de la
producción mundial de estaño.
Simón I. Patiño, como todo hombre de negocios de talla
internacional, a medida que fue adquiriendo acciones en las minas de Malasia y
Canadá; a medida que invertía en las fundiciones de Inglaterra y Alemania; a
medida que creaba oficinas en Nueva York y París, mandó construir, tanto en las
márgenes del río como en las laderas de los cerros de Catavi, todo un complejo
de edificaciones al servicio de su empresa, donde no faltaban los chalets
modernos para sus asesores y empleados, una sede social para el esparcimiento y
la vida nocturna, un baño turco con
aguas termales, que brotaban de las rocas con propiedades curativas, campos
deportivos y el primer y más lujoso teatro de la zona, que todavía lleva su
nombre en alto relieve y en la parte superior del frontis.
La compañía Patiño
Mines & Enterpreses Consolidated. Inc, ubicada en una llanura
polvorienta y pedregosa, fue en la primera mitad de la centuria pasada el
bastión de la economía nacional y Simón I. Patiño, que formó parte del superestado minero-feudal, con gobiernos
que le servían como perros falderos, amasó fortunas a costa de los trabajadores,
quienes sacrificaban sus pulmones para extraer el metal del diablo desde las entrañas de la montaña.
Desde la Gerencia de la Empresa Minera Catavi, rodeada
por la pobreza de los campamentos mineros y las comunidades indígenas dispersas,
se administró una de las diez empresas más grandes del planeta y se decidió el
destino político del país hasta el estallido de la revolución nacionalista de
1952.
En las pampas de Catavi, más conocidas con el nombre de Campos de María Barzola, se ejecutó una
masacre minera el 21 de diciembre de 1942, cuando las tropas del ejército, por
órdenes expresas del gobierno al servicio de la oligarquía minero-feudal,
dispararon sus armas contra una masa de manifestantes que, con las banderas
desplegadas y un pliego petitorio en las manos, marchaban rumbo a la Gerencia
de Catavi, sin otro propósito que pedir la atención a sus justas demandas.
Las principales calles de la población
Caminar por las calles de Catavi, desde la Plaza
Triangular que, los días viernes y a espaldas de los deteriorados campos
deportivos, se llena de vecinos y comerciantes minoristas, es volver a revivir
la grandeza de un glorioso pasado, pero también una de las peores maldiciones
que le tocó vivir a esta población minera: el olvido.
Ya nada es lo mismo desde el DS 21060, que el gobierno de
Víctor Paz Estenssoro dictó en 1985, ocasionando que miles de familias
abandonaran los campamentos y se marcharan rumbo a otros derroteros, para
sobrevivir a la crisis económica que sacudió los cimientos de la nación, tras
el descenso de los precios del estaño en el mercado internacional y el inicio
de un ciclo de gobiernos neoliberales.
A más de tres décadas de aquel infausto Decreto Supremo,
que provocó la muerte estatal de la minería nacionalizada y puso fin al
sindicalismo revolucionario, los habitantes que decidieron permanecer en
Catavi, contra todo pronóstico y a pesar de todo, viven en algunas casas que,
como melladas por el paso inexorable del tiempo, parecen desmoronarse poco a
poco. Desde luego que este panorama desolador es diferente al de ese Catavi de
antaño que, a diferencia de las poblaciones aledañas, parecía un verdadero
vergel, con un clima benigno que permitió el desarrollo de especies forestales,
que los técnicos gringos, expertos en minería, se dedicaron a cultivar en un
terreno yermo, con la intención de hacer más llevadera y saludable su estadía
entre los abruptos cerros del altiplano.
Los chalets y las lujosas viviendas, como la Casa
Gerencia, tenían sus propios jardines, ornamentados con una diversidad de
flores, como rosas, gladiolos, tulipanes, girasoles y otros. No faltaban los
campamentos que contaban con amplios huertos, donde incluso se producían
tubérculos, legumbres y hortalizas. Tampoco faltaban las calles donde los transeúntes
podían descansar bajo la sombra de los eucaliptos, pinos, abetos y árboles de
sauce llorón.
A lo largo de la Avenida Bolívar
Llegar a la calle principal de Catavi, luego de bajar por
un caminito serpenteante y asfaltado, es recobrar las esperanzas perdidas,
porque se ve mayor movimiento de gente, que da la impresión de que en la
población todavía se respira vida, gracias al funcionamiento de algunas de las
carreras de la Universidad Nacional Siglo
XX, que tiene en marcha la construcción de nuevos edificios, con salones
amplios y equipos de última generación, destinados a mejorar las condiciones de
trabajo de los docentes y la calidad educativa de los estudiantes.
Sin embargo, en la Avenida
principal, bautizada con el nombre del libertador Simón Bolívar, no pueden
disimularse, enfrente de las colinas artificiales de lama, levantadas durante
décadas con los residuos del concentrado de mineral en el Ingenio Victoria, las desoladas dependencias del
antiguo Hospital Minero y el Hospital del Niño Albina Patiño que, en
sus épocas de oro, fueron las más grandes y mejor equipadas del país, como lo
fue la Escuela de Enfermería. ¡Todo un orgullo de los cataveños!
En la Casa Gerencia, actualmente destinada a albergar los
documentos del Archivo Histórico Minero, destacan los pinos y abetos decorando
la entrada principal. Ya no es la misma mansión donde vivían, a cuerpo de rey,
los gerentes de la compañía Patiño Mines
& Enterpreses Consolidated. Inc, a pesar de las restauraciones que se la
hicieron con miras a convertirla en el futuro Museo Minero de Catavi.
Al lado de esta mansión, con habitaciones de techos
altos, jardín interior y vastos salones, están las deterioradas oficinas de la
Gerencia, que desde la nacionalización de las minas en octubre de 1952, sirven
a la estatal Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). En sus locales, tantas
veces saqueados y desmantelados, se conserva todavía el escritorio y los
principales muebles que usaron los jerarcas de la administración del magnate minero,
junto a un antiguo teléfono de cableado, que les permitía comunicarse con La
Paz y el puerto de Arica.
El afamado Club Social, que hoy tiene las ventanas con
vidrios rotos y las paredes agrietadas, fue uno de los recintos más apreciados
de la Empresa Minera Catavi, porque aquí se daba cita la crema y nata de la
empresa y se realizaban las fiestas sociales; los hombres asistían ataviados
con frac y las mujeres con prendas de lujosa costura. El ingreso de los obreros
y empleados de bajo rango estaba
terminantemente prohibido por órdenes de
los capos. En el exclusivo ambiente del Club Social, que contrastaba con la
miserable forma de vida de las familias mineras, desfilaban garzones que
servían platillos para los gustos más refinados y un trencito de destilados importados desde Europa, mientras una
orquesta contratada para la ocasión amenizaba la fiesta hasta el amanecer.
El Teatro y el Ingenio Victoria
En pleno centro de la Avenida Bolívar, como en un lugar
de preferencia, se yergue el portentoso Teatro
Simón I. Patiño, que fue construido en piedra labrada, como para que perdurara
toda una eternidad. Aunque ahora está descuidada y rodeada de basura, donde
merodean los perros hambrientos y pastan las ovejas a su regalado gusto, sigue
siendo el monumento que testimonia la grandeza de la Era del Estaño.
A unos pasos más allá, como expuesto sobre una plataforma
de mampuesto y argamasa, está el establecimiento del colegio Junín, que antes funcionaba en el primer
edificio que se construyó en la pampa María Barzola. Enfrente, donde estaban
las instalaciones del Ingenio de tratamiento de minerales Victoria (bautizado con este nombre en honor a una de las reinas de
Inglaterra), se lee un letrero que dice: Al
infierno no le temo porque sé que en ese infierno se encuentra el anhelo que
tanto quiero y por mi patria Bolivia ofrendaré… ¡¡¡Mierda!!! ¡¡¡Carajo!!! En
efecto, aquí está acantonada una de las tropas del Regimiento de Infantería Illimani de la población de Uncía, cuyos
soldados, que entran y salen por un enorme portón, parecen centinelas
custodiando los pocos bienes que quedaron en la Empresa Minera Catavi después
del DS 21060; una medida draconiana que provocó el inminente cierre de las
minas y una forzosa relocalización,
que por poco no dejó a Catavi reducida a una población fantasma cubierta de
polvo y arenisca.
De la Cooperativa Multiactiva a la Plaza 6 de Agosto
Caminando en dirección a la Plaza 6 de Agosto, es
inevitable no advertir, al costado derecho, la infraestructura de la
Cooperativa Multiactiva, antecedida por una caseta de serenería y una valla
metálica como puerta de acceso hacia un terreno de producción compartida, donde
cientos de trabajadores desarrollan una febril actividad para ganarse el pan
del día; al costado izquierdo, sobre una pendiente terrosa y exenta de
vegetación, permanece mudas las paredes de la panadería, con sus ventanillas
desvencijadas y sus puertas trancadas por dentro y por fuera. De la pulpería,
que hasta hace treinta años atrás estaba atestada de gente que acudía a sus
almacenes para proveerse de los alimentos de primera necesidad, no queda más que
el recuerdo de los tiempos en que Catavi era una población envidiada por otros
centros mineros del país.
En la curva cerrada del camino, frente a la puerta de
acceso a la Cooperativa Multiactiva, funciona un Garaje de Reparación, donde el
visitante es sorprendido por el estridente ruido de los fierros, combos y
martillos, que los trabajadores matizan con risas y voces altisonantes. Desde
allí es posible divisar el local de Radio
21 de Diciembre, que no dejó de transmitir programas musicales e informativos
desde el día de su inauguración, y la plaza principal de Catavi, encuadrada por
casitas con paredes de adobe y techos de calaminas de zinc, habitadas por las
familias que decidieron permanecer en el lugar, a pesar del cierre de las minas
y la relocalización de los
trabajadores, que dejó casi en ruinas esta histórica población minera, que
constituyó el centro motor de la industria estañífera más sólida y vibrante de
América Latina y el mundo.
La piscina y los baños termales
En la parte baja de la Plaza 6 de Agosto, lejos del
verdor del parque y venciendo un campamento en ruinas y un edificio destinado a
las personas de la tercera edad, están los baños termales de Catavi, al pie de
una montaña con formas antropomórficas y antecedidos por la célebre piscina Primero de Mayo, que otrora cobijó a los
campeones de la natación nacional e internacional. No son pocos los cataveños
que, suspirando con profunda nostalgia y un cierto halo de orgullo, recuerdan a
sus mejores nadadores con nombres y señas, como si fueran los héroes de una
gloriosa época en la que se defendió con dientes y garras el nombre de esta
población minera, situándola con letras de molde en el mapa de Bolivia.
No muy lejos de la piscina, al otro lado de un río que
discurre por debajo de un puente, están los balnearios de aguas termales y
curativas, que brotan de las rocas volcánicas entre burbujas y soplos de vapor.
En los predios de este populoso lugar, concurrido por propios y extraños, y
cuyas aguas son aprovechadas al máximo, se ve una hilera de movilidades que
transportan a los bañistas que requieren de sus servicios a cualquier hora del
día y de la noche.
Aquí, en estos balnearios abrazados por el cauce de dos
ríos de aguas turbias, termina el recorrido de cualquier visitante que tiene la
curiosidad de conocer las grandezas y miserias de una población minera que, si
las autoridades municipales se empeñan en sacarle provecho a su memoria
histórica, su multifacética cultura y su singular topografía, puede convertirse
en una redituable región turística, junto a las poblaciones vecinas de Uncía,
Llallagua, Cancañiri y Siglo XX, donde existen muchas reliquias que ver y un
caudal de lecciones que aprender tanto dentro como fuera de los socavones,
donde se explotaron las vetas de estaño más ricas del planeta.
Para quien escribe estas líneas, al final de la jornada,
un ligero recorrido por Catavi fue suficiente para volver a sentir, como en los
tiempos idos, el deseo de quedarse a vivir en estas legendarias tierras del
norte de Potosí, donde no todo lo que brilla es plata y mucho menos oro.
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