lunes, 20 de noviembre de 2017


LA CRUELDAD EN BARBA AZUL

El hombre que dio pie al personaje de Barba Azul, conocido en la literatura universal como un cuento de hadas, se llamaba Gilles de Rais, un ex mariscal de los ejércitos reales y acaudalado aristócrata del siglo XV, de conducta desmesuradamente sádica y cruel, a quien la justicia francesa lo condenó a morir en  la horca, acusado de haber asesinado de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura alrededor de ciento cincuenta niños y adolescentes, quienes desaparecieron misteriosamente tras los gruesos muros de su castillo de Tiffauges entre los años 1432 y 1440.

Charles Perrault, dos siglos después de la ejecución de Gilles de Rais, que ostentaba una negra y tupida barba de azulados reflejos, escribió su famoso cuento titulado Barba Azul, que si bien no estaba destinado a los niños, tanto por la forma como por el contenido, éstos se adueñaron del cuento una vez adaptado para su nivel intelectual y lingüístico. Desde entonces, la truculenta historia fue reimpresa en innumerables ediciones hasta mediados del siglo XX, momento en el que los psicólogos, pedagogos y especialistas en literatura infantil cuestionaron la temática que se aborda en el cuento, considerándolo una lectura no apta para los infantes, aunque los niños de casi todo el mundo conocían la siniestra historia de este ogro capaz de cegar la vida de sus esposas sin contemplaciones por el simple delito de haber desobedecido sus órdenes.

Según el cuento, Barba Azul es un hombre acaudalado, que se casa en siete ocasiones, con mujeres que ingresan en su castillo y del que no vuelven a salir con vida, hasta que su última esposa, la menor de dos hermanas, descubre el secreto bien guardado de su celoso y misterioso marido.  

Todo comenzó cuando Barba Azul le anunció que tenía que partir de viaje durante una temporada, entregándole las llaves del castillo. He aquí –le dijo– las llaves de los dos guardamuebles, éstas son las de la vajilla de oro y plata que no se ocupa todos los días, aquí están las de los estuches donde guardo mis pedrerías, y ésta es la llave maestra de todos los aposentos. En cuanto a esta llavecita, es la de la recámara que está al fondo de la galería, donde nadie debe entrar.

Barba Azul, una vez que le advirtió a su mujer no abrir la puerta, partió de viaje dejando el cuidado del llavero en sus manos. Pero ella, incitada por su hermana mayor que estaba de visita, sintió curiosidad por saber que había dentro de la recámara prohibida y decidió abrir la puerta. Introdujo la llave en el ojo de la cerradura y, apenas se abrió la puerta, vio que el piso estaba cubierto de sangre coagulada, y que en esta sangre se reflejaban los cadáveres de las anteriores esposas de su marido. Algunas estaban colgadas de las paredes, sujetas por ganchos, después de haber sido degolladas.

La joven esposa de Barba Azul, horrorizada ante la sangrienta escena, cerró la puerta y la aseguró desde afuera, pero se dio cuenta que la llave estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres veces, pero la sangre no se iba por mucho que la refregara con arenilla, porque la llave estaba hechizada, y no había forma de limpiarla del todo: si se le sacaba la mancha de un lado, aparecía en el otro.

Cuando Barba Azul retornó de su viaje, advirtió casi de inmediato que su mujer había desobedecido sus órdenes, al abrir la puerta de la recámara prohibida y descubrir el cuerpo de sus anteriores mujeres que habían sido escondidas como en el sótano de un asesino en serie.

Como es de suponer, Barba Azul, ciego de ira y con el corazón más duro que una roca, la amenazó con decapitarla y encerrarla en el mismo lugar donde estaban sus anteriores esposas, así que ella, temiendo que su desobediencia le costara la vida, se encerró en la torre más alta del castillo junto con su hermana.

Mientras Barba Azul, espada en mano, trataba de abrir la puerta, las hermanas esperaban la llegada de sus dos hermanos. En el último momento, cuando el enfurecido marido estaba a punto de dar el golpe de gracia, los hermanos irrumpieron en el castillo y acabaron con la vida de Barba Azul, justo cuando éste intentaba darse a la fuga.

Queda claro que tanto la trama como el desenlace del cuento son perturbadores para los lectores acostumbrados a una literatura con temas menos violentos y personajes con características menos crueles. El cuento sobre la vida de Barba Azul, que Charles Perrault recreó en base a los crímenes cometidos por el aristócrata francés Gilles de Rais, no es lo primero que un padre de familia o un educador pone en manos de los pequeños lectores, a pesar de que la violencia no es un tema ajeno a la realidad cotidiana de la mayoría de los niños que hoy, más que nunca, tienen su encuentro con las imágenes y textos relacionados con la violencia social, intrafamiliar y escolar, que les llega a través de las nuevas tecnologías de información y comunicación.

De otro lado, debe considerarse que muchos de los llamados cuentos de hadas no fueron pensados ni escritos para los niños, sino que, a falta de una literatura infantil propiamente dicha, fueron adaptados para ellos una y otra vez. En algunos de los cuentos se censuró o mutiló las partes más violentas, como en Cenicienta, Pulgarcito o Blancanieves, pero en otros, como en el caso de Barba Azul, no fue posible modificar el hilo argumental del cuento, debido a que el mismo núcleo de la historia gira en torno a la violencia como tema central.

No está por demás añadir que la violencia humana está también presente en los juegos de roles que se ofrecen a través de Internet o los celulares inteligentes. El galopante avance de las nuevas tecnologías de comunicación se cierne como un monstruo que voltea los pilares de la buena convivencia humana e impone la ley del más fuerte en un mundo cada vez más competitivo, donde la violencia no sólo está en los cuentos infantiles, sino en todos los contextos donde los niños desarrollan sus actividades cotidianas, porque el Bullying en la escuela es también una forma de violencia como lo es el maltrato físico y psicológico que se ejerce dentro de las cuatro paredes del hogar.

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