LA
MILAGROSA RESURRECCIÓN DE BENDITA CHURA
Todo
sucedió aquella tarde en que Bendita Chura, una muchacha de quince años de edad
y dueña de una belleza admirable, debía ser enterrada en el camposanto de su pueblo,
tres días después de haber sido atropellada por un camión al cruzar la calle.
Los
testigos de los hechos cuentan que todo estaba preparado para proceder con el
ritual funerario y darle la última despedida entre sollozos y letanías de
lamento.
El cura, de sotana larga y
joroba pronunciada, ofició una misa de cuerpo presente, antes de que el ataúd
recibiera cristiana sepultura. Al término de rezar el Padrenuestro y el Avemaría,
roció con agua bendita sobre el ataúd y dijo:
–Todos
nos iremos al más allá tal cual llegamos al mundo, sin perro que nos ladre ni
amor que nos acompañe, pues del polvo un día vinimos y al polvo otro día
volveremos…
Algunas
de las personas, al escuchar las palabras del cura, pensaron en que es verdad
que nadie nos acompaña en el tránsito a la muerte y, queriendo sin quererlo,
más de uno recordó aquella cuequita
compuesta por Jaime del Río, cuyos versos dicen: Una pena tengo yo/ que a nadie le importa/ solo, solo he nacido/ solito
voy a morir...
Cuando
el ataúd, hecho por las manos artesanas del único carpintero del pueblo, estaba
a punto de ser descendido a la fosa por cuatro robustos hombres que lo
sujetaban por las manillas de metal, se escucharon unos golpes provenientes
desde el interior de la caja, ¡toc, toc,
toc!, como si alguien tocara con desesperación una puerta trancada
herméticamente.
La
gente, sin entender lo que sucedía en pleno acto
funerario y ante la presencia del cura, volteó la mirada hacia el ataúd y se
acercó hacia la fosa, pero sin hacer ruido, como si demostraran su
consideración a la familia y su respeto a la difunta.
Cuando
desclavaron el ataúd, labrado en madera rústica y con un
crucifijo tallado en la tapa, se dieron cuenta de que Bendita Chura, tendida de
espaldas sobre el acolchado de franela azul, estaba todavía con vida, pero con
la piel pálida, sin polvo ni maquillaje, y los labios secos como curtidos por
el sol y el aire.
Bendita
Chura, que parecía haber despertado de un sopor profundo, tenía un vestido
blanco por mortaja, la cara bañada en lágrimas, el pelo suelto, el semblante
demacrado y los ojos bien abiertos. Se sentó como empujada por un resorte y,
paseando la mirada por doquier, alcanzó a preguntar:
–¡¿Qué
pasa?! ¡¿Por qué estoy aquí?!
Nadie
se atrevió a dar una respuesta, porque lo que estaba ocurriendo en este
instante, en medio del silencio que flotaba en el camposanto, no tenía
explicación alguna ni razón de ser.
Los
padres de Bendita Chura, al adivinar un brillante porvenir que se reflejaba en
la misteriosa mirada de su hija, cambiaron el llanto por la alegría y, sin
mediar palabras, la abrazaron como a quien retorna desde muy lejos y después de
un largo viaje.
Los
demás, con el aliento atorado en la garganta, se miraron absortos los unos a
los otros y luego se dejaron caer de rodillas alrededor de la pedregosa fosa,
que más parecía una enorme boca abierta bajo el cielo inundado por el sol.
Acto
seguido, a pesar de la alegría que estalló entre los padres de la resucitada,
el magno asombro se trocó en llantos entre los creyentes, que no dejaban de
orar por el alma bendita de Bendita Chura ni dejaban de repetir su nombre en
largas letanías de fe y religiosidad. Estaban convencidos de que se produjo un
milagro y que Bendita Chura, que fue arrollada por un camión al cruzar la
calle, volvió a la vida luego de tres días de haber permanecido muerta.
–La
mayoría de los milagros ocurren como una expresión de amor por algo o por
alguien –dijo el cura, santiguándose e invocando a la Santísima Trinidad–. Todo
lo que procede del amor es un milagro. Además, todos pueden ser redimidos de
sus pecados si se arrepienten y vuelven su corazón hacia el Señor todo
poderoso...
–Es
verdad –corroboró una anciana ataviada de negro de pies a cabeza–. Si una
persona revive es porque está libre de pecados…
La
admiración y la sorpresa, la curiosidad y las interrogantes, unidas a la fe
religiosa, se apoderaron de los presentes, mientras el cura adoptó una
expresión de misterio, se frotó las manos, esbozó una sonrisa y los miró a
todos por el rabillo del ojo, como si quisiera decirles que las desgracias
causadas por los vástagos del demonio no le incumben a Dios ni a la Santa
Iglesia.
Bendita
Chura, mientras se retiraba del camposanto, camino a la plaza del pueblo y
junto a quienes asistieron al cortejo fúnebre, caminaba descalza y como una
santa retornada del más allá.
Nadie
le preguntó nada, sin embargo ella, que durante tres días no tomó líquido ni
probó bocado alguno, señaló que estuvo muerta y que resucitó. Relató también
que cuando llegó a las puertas del cielo, como por un túnel parecido al
firmamento salpicado de estrellas, una mano la detuvo en la entrada y una voz
le dijo: Aún no ha llegado tu hora.
Los
policías, intrigados por este insólito suceso semejante a un episodio arrancado
de una historia de terror, acudieron a la casa de Bendita Chura, para hacer las
averiguaciones pertinentes y confirmar que lo que se venía diciendo, de boca en
boca y día tras día, era cierto y no una simple confabulación nacida de la fantasía
de propios y extraños.
Los
padres de la muchacha, quien en ese momento no se encontraba en casa,
recibieron a los uniformados de la policía, no sin antes saber qué querían.
Ellos expusieron el motivo de su visita y preguntaron si acaso era cierto que
su hija resucitó a los tres días de estar muerta.
Los
progenitores de Bendita Chura, echándose señales de la cruz desde la frente al
pecho y desde el hombro izquierdo al derecho, aseveraron que era cierto y
negaron que se hubiera practicado algún conjuro o rito satánico para resucitar
a su única hija, quien siempre tuvo una vida tan extraña como fue su muerte.
Cuando
los policías indagaron entre los vecinos, que un día antes asistieron al
velorio, éstos declararon que, apenas ingresaron en el domicilio de la familia
doliente, vieron que el cuerpo de la difunta era velado al lado del ataúd, en
medio de varios cirios encendidos y una cantidad considerable de personas que
manifestaban su sentido pésame entre plegarias que rogaban a Dios tenerla en su
gloria.
Los
policías, al cabo de escuchar las declaraciones de los testigos, despejaron sus
dudas y descartaron toda sospecha de que el entierro hubiese sido un montaje
para embaucar a los habitantes más crédulos y supersticiosos del pueblo.
Palabras
más, palabras menos, lo evidente es que desde aquella tarde del entierro, en
que los pobladores se quedaron con la boca abierta ante una resurrección
inexplicable, Bendita Chura fue dada por santa y cundió la noticia de que si
resucitó como alma bendita, era para demostrar que los milagros existen en el
reino de Dios, alejado de los dominios del demonio, quien, como todo príncipe
de las tinieblas, es el único que no perdona a los muertos que van a dar de
cabeza en los ardientes calderos del infierno.
No hay comentarios :
Publicar un comentario