EL ESTÍMULO
DE LA LECTURA EN LA FAMILIA
¿Cuál es la
literatura apropiada para las primeras edades? La respuesta no es simple;
primero, no existen recetas exactas para cada niño ni edad; y, segundo, esto
depende de otros factores en los que intervienen la educación de los padres,
las posibilidades económicas y los criterios respecto a lo que es buena o mala literatura.
Si se parte
del principio de que los niños necesitan un acercamiento gradual y sin premuras
hacia la palabra escrita, entonces es lógico recomendar, de un modo general,
una literatura que reúna ciertos requisitos indispensables: textos comprensibles,
ilustraciones a colores y temas que sirvan como fuentes de goce estético,
diversión y juego.
Sin embargo,
a pesar de las recomendaciones vertidas por los especialistas, algunos padres
compran libros para sus hijos a partir de su criterio personal y no a partir
del interés del niño, por cuanto es frecuente escuchar comentarios que contradicen
la opinión de los niños: No, hijo, este
libro no es bueno porque tiene muchos dibujitos y tampoco aquel otro porque
tiene puras letras.
La elección
de un libro para los hijos también depende de la economía de los padres. Si el
libro es muy caro, no es raro escuchar: Este
libro es muy voluminoso. Y si es el libro es muy barato, no dudan en
cuestionar: Este libro debe ser muy malo,
el precio lo dice todo. Entonces, como si la librería y las ferias del
libro fuesen una suerte de mercados de abarrotes, se compran libros que mejor
se ajustan al grosor de la billetera.
No digo que
la elección que hacen los padres a la hora de adquirir un libro sea
disparatada, sino que, a veces, se compran libros sin considerar el verdadero
interés de los niños y sin preguntarles cuál sería el libro que a ellos les
gustaría leer, independientemente del volumen o el precio.
La mayoría
de los padres -y desde luego también algunos profesores-, consideran que un
libro infantil debe ser instructivo; es decir, debe impartir conocimientos científicos y positivos para mejorar las
notas escolares del niño, ya que un libro de aventuras y fantasías no le aporta
nada y, para lo peor, hasta puede inculcarle valores negativos y de mala conducta.
Estos padres
no advierten que, con los libros elegidos a su criterio y sin previa consulta a
los hijos, están poniendo en riesgo el estímulo que necesitan los niños para
adquirir el hábito de la lectura. Los niños que leen libros por obligación -o
son sometidos a lecturas que no les interesa-, tienden a convertirse en
personas reacias a la lectura; en cambio, los niños que leen libros que
estimulan su fantasía y abordan temas que son de su interés, tienden a gozar
con la literatura y asumen la lectura como una parte de sus vidas.
En contraste
con los ejemplos citados, existen padres que se acomodan al interés lector de
sus hijos y que, guiados por su intuición, les compran libros que los impactan
tanto por su formato como por su contenido. No es casual que estos padres,
apenas un hijo les enseña un libro de su interés, exclamen: ¡Qué bien, hijo! ¡Qué libro tan maravilloso!
¡Seguro que te va a gustar!; es más, le sugieren que escoja otro libro más
que le gustaría leer.
Después
están los padres a quienes poco o nada les interesan los libros destinados a
los niños, no tanto porque tienen escasos recursos, sino porque carecen de
conocimientos o, como suele ocurrir en nuestro medio, porque ellos mismos no
tuvieron padres que estimularan su hábito de la lectura. Por lo tanto, es
normal escucharles decir: No vale la pena
invertir dinero en libros que sólo divierten y no enseñan nada. Además, para
qué gastar en libros, si igual se divierten mirando la tele.
Se
sobreentiende que con este tipo de padres es muy difícil razonar en torno a la
importancia de la literatura infantil en la formación integral del niño, en
vista de que ellos mismo, debido a razones socioeconómicas, no tuvieron acceso
al maravilloso mundo de la literaria infantil durante su infancia, siendo que
la familia es el principal agente mediador entre los niños y los libros.
La familia, junto con la escuela, es el entorno
inmediato en el cual se debe fomentar el hábito de la lectura. En un hogar
donde existen personas que leen de manera habitual, los niños no ven los libros
como objetos raros, sino como materiales donde unos buscan el entretenimiento
en sus ratos de ocio, en tanto otros buscan los conocimientos que necesitan en
su vida personal o profesional.
La familia y la escuela son imprescindibles para
formar buenos lectores desde la infancia, no sólo porque los
padres y profesores son los principales modelos de los niños, sino
también porque los adultos son los encargados de guiarlos en sus
primeros pasos hacia la conquista de los cofres literarios, donde están los
tesoros de la literatura infantil.
Si los niños ven que los adultos disfrutan con la
lectura, entonces comprenden que una de las mejores maneras de matar el tedio
es refugiándose en las páginas de los libros, aunque mirar la televisión o
pasar el tiempo con los videojuegos sean también otras de las tentaciones que
los acechan a diario.
La familia
es el ámbito ideal para que los niños descubran la palabra a través de la
narración oral o la lectura de un libro. Una madre que suele contar cuentos a sus hijos cuando éstos se acuestan o
un padre que les lee libros en los momentos lúdicos, aun sin saberlo, están
cumpliendo una función de mediadores entre los niños y la literatura infantil.
Cuando esto se convierte en una costumbre familiar, es muy probable que estos
niños, cuando sean padres, repitan el mismo hábito con sus hijos, ya que
existen costumbres que se transmiten de padres a hijos y de generación en
generación.
La familia, en el mejor de
los casos, debe disponer de una pequeña biblioteca, dejando al alcance de los
niños los libros que pueden despertar su curiosidad y, consiguientemente, su
interés por leerlos sin que nadie los obligue. Los libros tienen que ser
asequibles, como las frutas apetecibles puestas en un frutero. El niño primero
los contempla, después los hojea y, si están con mucho apetito de lectura, los
toman como si fuesen frutas, los leen y los disfrutan.
La familia y la escuela son centros de recursos para la enseñanza y el
aprendizaje, pero para poder cumplir a cabalidad este objetivo, aunque parezca
una mera aspiración idealista, es necesario que en el hogar exista una pequeña
biblioteca familiar y en la unidad educativa una biblioteca escolar dotada de
materiales que sean del interés de los niños, puesto que la biblioteca es un
recinto de entretenimiento y aprendizaje, pero también un reino que cobija a
los interesados en adentrarse en los mundos imaginarios de la literatura
infantil.
En síntesis,
valga considerar tres aspectos fundamentales en la interrelación habida entre
familia, escuela y literatura: 1). La familia y la escuela sirven como
intermediarios entre los niños y los libros; 2). Los niños dan sus primeros
pasos y comienzan su contacto con la palabra, hecha cuento y poesía, entre los
brazos de sus padres y entre las cuatro paredes del hogar; 3). La literatura
infantil contribuye al enriquecimiento de las facultades cognitivas del niño,
que necesita mejorar permanentemente su destreza lingüística y social, como
necesita desarrollar su capacidad intelectual y emocional.
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