LA MEMORIA HISTÓRICA DE LOS MINEROS
Cuando se habla de rescatar la
memoria histórica de un pueblo, en base a la memoria colectiva conservada en la
oralidad, se lo hace con el propósito de preservar los hechos memorables olvidados
por la historia oficial, para que se conozcan y se los perpetúe para la
posteridad, con el afán de que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos
conozcan el pasado histórico de sus padres, abuelos y tatarabuelos.
En el mejor de los casos, se trata
de escribirlos y describirlos en los libros de texto, para que los estudiantes
lean en las escuelas y colegios la verdadera historia de un país, donde los
vencedores fueron los únicos que escribieron su versión en los textos de
historia, dejando de lado la versión de los vencidos que, desde los tiempos de
la colonización, fue reducida a la categoría de relatos pueblerinos; razón por la que se conservó sólo en la
tradición oral, transmitiéndose de generación en generación, pero sin ocupar el
legítimo lugar que le corresponde en los libros de texto destinados a los
estudiantes.
En los nuevos tiempos de cambio,
gracias a una política incluyente de todos los sectores sociales de un país
pluricultural, es necesario reescribir los libros de textos en las asignaturas
de historia, considerando que no sólo los blancos y mestizos fueron los héroes
de la patria, sino también los indígenas y los trabajadores mineros, cuyas
luchas sociales por conquistar mejores condiciones laborales y de vida, les
costó mucha sangre en los diversos enfrentamientos y masacres, una sangre con
la que se deben de escribir las memorables páginas de la historia menospreciada
por los vencedores.
Los estudiantes bolivianos, como
parte de su educación y formación personal, deben leer y analizar las obras
cuyos temas están en relación a la historia de la minería, para saber que la inhumana explotación de los mineros, a partir del
descubrimiento del Cerro Rico de Potosí en 1545, se intensificó con la
extracción de los yacimientos de plata que, en lugar de beneficiar a los
bolivianos, sirvió para consolidar el desarrollo económico de las monarquías
europeas, que durante siglos amasaron fortunas gracias al saqueo de los
recursos naturales y las míseras condiciones de vida de los mitayos; una
realidad que no cambió ni con las luchas independentistas del continente
americano, ya que las minas sólo cambiaron de dueño en la época republicana, al
pasar de manos de la corona española a manos de los empresarios privados, como
fue el caso de las oligarquías representadas por los barones del estaño, quienes, desde fines del siglo XIX,
convirtieron las minas en su feudo privado y dieron rienda suelta a la
intervención de los consorcios imperialistas, que forjaron una poderosa
industria minera sobre los hombros de los trabajadores, condenados a vivir en
la pobreza y a morir con los pulmones reventados por la silicosis.
Tampoco sirvió de mucho la nacionalización de
las minas en 1952, ya que tres décadas más adelante, el mismo gobierno
movimientista que sepultó a la oligarquía minero-feudal, apoyándose en los
planteamientos revolucionarios de la Tesis
de Pulacayo, acabó con el sindicalismo revolucionario y provocó la
relocalización masiva de los trabajadores en 1985, una vez que el gobierno de
Víctor Paz Estenssoro lanzó el DS. 21060, que tuvo consecuencias funestas para
el movimiento obrero boliviano, aparte de que las minas quedaron exhaustas
después de una desenfrenada explotación que vació sus recursos; de modo que en
la actualidad, a despecho de su grandioso pasado, los mineros están resignados
a trabajar mucho a cambio de nada o casi nada, ya que las minas no rinden como
antes ni ellos pueden darse el lujo de no separar la plata
del antimonio o el estaño de la pirita.
Es
imprescindible la elaboración de nuevos libros de texto en las asignaturas de
historia que, por resolución del Ministerio de Educación, deben aplicarse en el
sistema escolar, para enseñarles a los estudiantes, de un modo didáctico y
coherente, que los mineros, a diferencia de lo que creen las personas de alta alcurnia, no son los parias de la
ciudad, los alcohólicos, los indios
desclasados, los rebeldes sin causa ni los hijos degenerados del diablo, sino los luchadores de una clase
social que, además de haber constituido la columna vertebral de la economía
nacional durante siglos, dio verdaderas lecciones de coraje y sacrificio, sin
otro objetivo que el de forjar una sociedad más justa y soberana, donde todos
vivan mejor y con mayor dignidad.
Los
estudiantes, aparte de compenetrarse en la memoria histórica de los mineros,
están obligados a conocer los tenebrosos socavones que fueron -y siguen siendo-
tragaderos de vidas humanas. Y así no
fuesen declarados patrimonios de la humanidad por su valor histórico, es
necesario sentir de cerca la realidad dantesca de una mina, para comprender que
el cigarro, la coca y el alcohol, no son elementos que los mineros consumen por
vicio, sino para poder soportar las condiciones inhumanas de trabajo.
Los mineros, desde siempre y casi
sin ninguna seguridad laboral, exponían sus vidas a los peligros y la muerte,
debido al ámbito insalubre de las galerías, la falta de herramientas
apropiadas, la proliferación de gases tóxicos y los derrumbes capaces de
aplastarlos y bloquear el acceso a los parajes; toda una odisea que los
gigantes de las montañas, acostumbrados a batallar a diario contra las rocas,
podían superar a fuerza de voluntad y su fe puesta en el Tío, un ser mitológico
de la cosmovisión andina, en el que ellos depositan todas sus esperanzas, aun
sabiendo que, después de diez años de trabajo, su salud estará irreparablemente
dañada por el ingrato polvo de las paredes rocosas que penetra en sus pulmones,
petrificándolos hasta provocarle una muerte entre vómitos de sangre.
Los países andinos como Bolivia, aproximadamente desde
mediados del siglo XIX, fueron incorporados a la economía capitalista mundial y
sometidos a los designios de los países industrializados, que usaron y abusaron
de las naciones subdesarrolladas, que durante mucho tiempo se debatieron en una pobreza estremecedora, como si hubiese sido justo el control político, económico y
cultural de una minoría sobre una mayoría. No se debe olvidar que los campesinos fueron los pongos de
los dueños de tierras y haciendas, las clases medias vivieron en la desolación
y los mineros, con una larga historia de explotación, sobrevivieron con
salarios mínimos, que no alcanzaba para cubrir la canasta familiar ni con la
existencia de las pulperías, esos almacenes de la empresa
minera donde las amas de casa se
abastecían con los artículos de primera necesidad, para evitar que sus hijos se
mueran de hambre.
Es preciso añadir que las madres,
esposas e hijas de los mineros, no dejaron de clamar a los cuatro vientos
justicia y libertad, con un ímpetu que cada vez se convertía en un poderoso
clamor popular, en el que convergían las voces de quienes, desde la resistencia
organizada contra los poderes de dominación, estaban convencidos de que la
libertad es inseparable de la justicia social. En este contexto, las mujeres
mineras son dignas de ocupar un sitial de honor en las páginas de la historia
nacional, porque fueron
capaces de convertirse de amas de casa
en armas de casa, como las cuatro
mujeres mineras que, tras una huelga de hambre iniciada junto a sus pequeños
hijos en diciembre de 1977, tumbaron a una de las dictaduras más despiadadas de
todos los tiempos.
Asimismo, no es casual que las palliris y amas de casa,
con su problemática social y familiar, estén presentes como protagonistas en la
literatura de ambiente minero. Se las encuentra en las crónicas de la colonia,
en los documentales de historia del cine y la televisión, en los cuentos de
René Poppe y Víctor Montoya, en la novela En
las tierra del Potosí, de Jaime Mendoza; Socavones de angustia, de Fernando Ramírez Velarde; Metal del diablo, de Augusto Céspedes; El precio del estaño, de Néstor Taboada
Terán, entre otros.
Los estudiantes, a través de los
libros de historia, novelas, cuentos y poemas, deben enterarse de que la
democracia de la cual gozan hoy, se la deben en parte a ellas, que supieron
luchar a brazo partido, a trancas y barrancas, para que sus hijos no vivieran
despojados de dignidad y derechos, para que no repitieran la historia del
pasado colonial ni sufran los tormentos de las dictaduras militares.
El sistema escolar es un canal
idóneo para contribuir en la información y formación de los estudiantes que
necesitan conocer la historia del movimiento obrero boliviano, no sólo por
obligación patriótica y cultura general, sino también porque los mineros son
los artífices de una gran parte de la historia de todos los bolivianos que, de
una manera injusta y deliberada, no está debidamente registrada en los libros
de texto que se estudian en las escuelas y colegios; una desidia que esperemos
sea enmendada lo más pronto posible, para no cargar en la conciencia el inconmensurable peso de la ignorancia y el olvido.
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