LA FANTASÍA EN EL IMAGINARIO POPULAR
En culturas
como la boliviana, donde se mantienen vivas las creencias pagano-religiosas,
los habitantes tienen la mente proclive a las supersticiones y la cotidianeidad
está transversalmente atravesada por la tradición
oral, cuya sabiduría cultural se transmite de padres a hijos, de adultos
a niños, a través de leyendas, mitos, cantos, oraciones, fábulas, refranes,
conjuros y otras formas de manifestación de la oralidad, que ha sido desde
siempre una de las mejores formas de preservar los conocimientos ancestrales y
transmitirlos como testimonios de épocas pretéritas a las nuevas generaciones,
con la finalidad de que éstas enriquezcan su bagaje cultural con los aportes
del ingenio popular.
No existe un
solo individuo que no haya alimentado su fantasía con las narraciones de la
tradición oral, puesto que en todos los hogares se cuentan historias de espanto
y aparecidos, con las que disfrutan tanto los niños como los adultos. Los
cuentos de terror o de fenómenos paranormales siempre fueron una fuente de la
que bebieron los escritores, porque contienen temas y personajes que nos son
familiares desde la cuna hasta la tumba.
Personajes fantásticos
Desde la más
remota antigüedad, todas las civilizaciones crearon a sus personajes fantásticos,
concediéndoles atributos que los diferenciaban de los simples mortales. Ahí
tenemos a los titanes y dioses mitológicos, que poseían poderes sobrenaturales
y una vida contextualizada en dimensiones extraterrenales.
Muchos de
estos personajes ficticios, creados por la fantasía de los hombres primitivos y
modernos, han llegado a formar parte de las comunidades urbanas y rurales
debido a que tienen una poderosa fuerza de atracción, que nos permiten cumplir
nuestros sueños y deseos a través de las aventuras y desventuras que ellos protagonizan
en el mundo fantástico que los rodea, casi siempre estructurado sobre la base
de una imaginación que transgrede los límites del racionalismo y la lógica
formal.
Los
personajes fabulosos, hechos de magia y fantasía, rompen con las franjas temporales
y espaciales de un modo particular, ya que poseen la facultad de morir y
resucitar, de aparecer y desaparecer, de transformase en entes materiales e
inmateriales y, sobre todo, la facultad de ser dioses y hombres y a la vez; una
dicotomía que forma parte de su esencia desde el instante en que fueron creados
como tales por la imaginación de los simples mortales que, desde la edad
primitiva de las civilizaciones, tuvieron siempre la necesidad de creer que
existen, en otras dimensiones, seres más poderosos que los individuos del mundo
terrenal.
La literatura anclada en la oralidad
No es casual
que los hombres primitivos, con una fantasía similar a la de los niños, hayan
sido capaces de crear a los dioses y demonios, con la finalidad de proyectar su
propio fuero interno, que luego se fue transmitiendo de boca en boca y de
generación en generación, hasta llegar a nuestros días como un legado de
nuestro pasado histórico.
Las
narraciones fantásticas no son una invención de los escritores modernos, sino de
los cultores de una antigua tradición literaria anclada en la oralidad de las
viejas culturas de Oriente y Occidente, pero también de las culturas precolombinas, como en el caso de América
Latina. Lo que quiere decir que la explicación empírica de la realidad, con una
sobredosis de ficción, siempre ocupó la mente de los hombres en todas las
épocas y culturas.
Lo
interesante es que las narraciones de la tradición oral, de un modo general,
son similares en todas las culturas, así éstas no hayan establecido un contacto
directo. Lo que hace suponer que los individuos, indistintamente del lugar
geográfico y la época, compartían las mismas necesidades de despejar las dudas
concernientes a los fenómenos físicos de la naturaleza, los instintos naturales
de la condición humana, los misterios de la vida, la muerte y, por supuesto,
la existencia de otras formas de vida
después de la muerte; de lo contrario, no se creería en la existencia de una
vida en el más allá ni en el espíritu de los individuos que, después de
muertos, retornan como condenados al reino de los vivos.
La memoria colectiva
Todas estas
creencias fascinantes del ingenio popular son elementos que sirven como base en
la re-creación de una obra literaria que, más que ser el producto de una
poderosa mente creadora, resulta ser el compendio de la memoria colectiva; es
decir, la tradición oral convertida en literatura. No obstante, a pesar de esta
evidencia, existen todavía quienes aseveran que las obras de carácter
fantástico son creaciones auténticas y originales de los tiempos modernos; una
afirmación que, desde luego, está lejos de la verdad, puesto que la literatura
fantástica, en su forma oral y escrita, existió desde siempre. Por lo tanto,
como enseña el sabio proverbio: No hay
nada nuevo bajo el sol.
Todos los
escritores, de un modo consciente o inconsciente, son plagiadores de los
autores y las obras que los precedieron en su proceso de aprendizaje
escritural. Esto lo reconocen, con la mano en el pecho, incluso los autores más
prestigiosos de la literatura universal, conscientes de que el imaginario
popular, desde los albores de la comunidad primitiva, fue el principal
generador de narraciones que pretendían mostrar lo irreal o extraño como algo
cotidiano y común.
La tradición oral
La tradición oral latinoamericana,
desde su pasado milenario, tuvo innumerables Iriartes, Esopos y Samaniegos que,
aun sin saber leer ni escribir, transmitieron las fábulas de generación en
generación y de boca en boca, hasta que aparecieron los compiladores de la
colonia y la república, quienes, gracias al buen manejo de la pluma y el
tintero, perpetuaron la memoria colectiva en las páginas de los libros impresos,
pasando así de la oralidad a la escritura y salvando una rica tradición popular
que, de otro modo, pudo haber sucumbido
en el tiempo y el olvido.
No se sabe con certeza cuándo
surgieron estas fábulas cuyos protagonistas están dotados de voz humana, mas es
probable que fueron introducidas en América durante el siglo XVI, no tanto por
las huestes de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, sino, más bien, por los
esclavos africanos traídos como mercancía humana, pues los folklorólogos
detectaron que las fábulas de origen africano, aunque en versiones diferentes,
se contaban en las minas y las plantaciones donde existieron esclavos negros;
los cuales, a pesar de haber echado por la borda a los dioses de la fecundidad
para evitar la multiplicación de esclavos en tierras americanas, decidieron
conservar las fábulas de la tradición oral y difundirlas entre los indígenas
que compartían la misma suerte del despojo y la colonización. Con el paso del
tiempo, estas fábulas se impregnaron del folklore y los vocablos típicos de las
culturas precolombinas.
El
imaginario popular
Algunas fábulas de la tradición oral
son prodigios de la imaginación popular, imaginación que no siempre es una
aberración de la lógica, sino un modo de expresar las sensaciones y emociones
del alma por medio de imágenes, emblemas y símbolos. En tanto otras, de enorme
poder sugestivo y expresión lacónica, hunden sus raíces en las culturas
ancestrales y son piezas claves del folklore, pues son muestras vivas de la
fidelidad con que la memoria colectiva conserva el ingenio y la sabiduría
populares.
El folklore es tan rico en colorido,
que Gabriela Mistral estaba convencida de que la poesía infantil válida, o la
única válida, era la popular y propiamente el folklore que cada pueblo tiene a
mano, pues en él encontramos todo lo que necesita, como alimento, el espíritu
del niño. En efecto, los niños latinoamericanos no necesitan consumir una
literatura alienante y comercial llegada de Occidente, ya que les basta con oír
las historias de su entorno en boca de diestros cuenteros, que a uno lo
mantienen en vilo y lo ponen en trance de encanto, sin más recursos que las
inflexiones de la voz, los gestos del rostro y los movimientos de las manos y
el cuerpo.
La
moraleja en las fábulas
Desde tiempos muy remotos, los
hombres han usado el velo de la ficción o de la simbología para defender las
virtudes y criticar los defectos; y, ante todo, para cuestionar a los poderes
de dominación, pues la fábula, al igual que la trova en la antigua Grecia o
Roma, es una suerte de venganza del esclavo dotado de ingenio y talento. Por
ejemplo, el zorro y el conejo, que representan la astucia y la picardía, son
dos de los personajes en torno a los cuales gira la mayor cantidad de fábulas
latinoamericanas. En Perú y Bolivia se los conoce con el nombre genérico de Cumpa Conejo y Atoj Antoño. En Colombia
y Ecuador como Tío Conejo y Tía Zorra
y en Argentina como Don Juan, el Zorro y
el Conejo.
Los personajes de las fábulas
representan casi siempre figuras arquetípicas que simbolizan las virtudes y los
defectos humanos, y dentro de una peculiar estructura, el malo es perfectamente
malo y el bueno es inconfundiblemente bueno, y el anhelo de justicia, tan
fuerte entre los niños como entre los desposeídos, desenlaza en el premio y el
castigo correspondientes.
En la actualidad, las fábulas de la
tradición oral, que representan la lucha del débil contra el fuerte o la simple
realización de una travesura, no sólo pasan a enriquecer el acervo cultural de
un continente tan complejo como el latinoamericano, sino que son joyas
literarias dignas de ser incluidas en antologías literarias, por cuanto la
fábula es una de las formas primeras y predilectas de los lectores, y los
fabulistas los magos de la palabra oral y escrita.
De Homero a García Márquez
La llamada
literatura fantástica de nuestros tiempos, con personajes monstruosos y temas
que abordan situaciones fabulosas, tiene sus referentes en autores y obras que
se escribieron mucho antes de la Era cristiana, como el Poema de Gilgamesh, donde intervienen gigantes, dioses y hechos
sobrenaturales. Asimismo, en los poemas épicos de Homero, particularmente en la
Ilíada y Odisea, donde se describen
numerosos episodios protagonizados por personajes mitológicos y criaturas
fabulosas, que no existen en la realidad pero si en el imaginario popular o en
la cosmovisión de un universo ficticio narrado con verosimilitud, intentando
convencer al lector de que es posible lo imposible, como ocurre en los cuentos
de Las mil y una noches, que no tienen
autor conocido, debido a que provienen de la tradición oral, como todos los
cuentos compilados por Charles Perrault y los Hermanos Grimm.
Tampoco es
casual que los escritores del llamado realismo mágico, desde Juan Rulfo hasta
García Márquez, hayan encontrado su fuente de inspiración en varias de las
narraciones del mundo bíblico, donde aparecen personajes con asombrosos poderes
sobrenaturales y se describen episodios insólitos que, más que haber existido
en la realidad, parecen haber sido arrancados de las páginas de una novela del
género fantástico.
De modo que
la narrativa fantástica de nuestros tiempos honda sus raíces en los relatos de
la tradición oral, en las cuales los cuenteros natos, para lograr personajes
debidamente caracterizados y argumentos sostenibles, dieron verosimilitud
interna a lo fantástico o irreal, como en la retórica destinada a convencer de
que lo negro es negro y lo blanco es blanco. Por eso mismo, los personajes y temas,
plasmados en universos fantásticos de
la forma más convincente y clara posibles, se acercan a los pensamientos
y sentimientos de los oyentes y lectores, quienes se interesan, se identifican
y se reconocen en las historias narradas con los recursos concebidos por la
imaginación, capaz de mostrar que existen hechos reales que tienen una
connotación fantástica, como existen hechos fantásticos que forman parte de la
realidad cotidiana.
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