sábado, 21 de abril de 2012



WERNER GUTTENTAG, EL AMIGO DEL LIBRO

Desde el otro lado del Océano Atlántico, desde un país andino acorralado por una cadena de montañas, valles y selvas, me llegó un hermoso libro en conmemoración al quincuagésimo aniversario de la Editorial Los Amigos del Libro, nada menos que con una gentil dedicatoria de Don Werner Guttentag, cuyas letras casi ilegibles -que más parecen jeroglíficos, según confiesa una de sus colaboradoras-, no me permitieron descifrar la última palabra, ni siquiera con la ayuda de una lupa. Pero quizás sea mejor, pues como bien decía Borges: a veces son más importantes los enigmas.

Más tarde, a medida que leía el libro, me asaltó de lleno la idea de redactar una carta, con el  único propósito de sumarme, a la distancia, a la celebración de las Bodas de Oro de su Casa Editorial denominada Los Amigos del Libro y para agradecerle por su fecunda labor al servicio de la literatura boliviana.    

A estas alturas no hace falta hablar de Don Werner Guttentag como bibliófilo o editor, ya que su obra habla por él y por sí misma. Empero, valga la ocasión para recordarle que ambos somos inmigrantes, que ambos aprendimos a hablar una segunda lengua, a convivir en el seno de otras culturas y a compartir con otras gentes. Es decir, somos habitantes de un mundo que no conoce más fronteras que la intolerancia y el chauvinismo vocinglero, porque tanto el chauvinismo como la intolerancia son las armas que desbaratan la convivencia social y amenazan los principios elementales de la democracia.

Aun sin haberlo conocido personalmente, me permito mencionar algunas analogías de nuestras vidas: primero, Don Werner Guttentag llegó a Bolivia a los 19 años de edad, acosado por el holocausto nazi, y yo llegué a Suecia a punto de cumplir los 19 años, exiliado por la dictadura militar; segundo, Don Werner Guttentag  se estableció en Cochabamba, luego de vivir un tiempo en Holanda, sin más equipaje que una máquina de escribir, El idiota de Dostoievski y una bicicleta, mientras yo me establecí en Estocolmo, después de salir directamente de la cárcel, sin más equipaje que los recuerdos y un manuscrito que llegaría a ser mi primer libro de testimonio; y, tercero, ambos compartimos los sueños y las pesadillas del refugiado que echa raíces y da frutos en un país que lo acoge con el corazón y los brazos abiertos.

Así vivimos, Don Werner Guttentag dedicado a la filatelia para no perder los lazos de contacto con su tierra y su gente, y yo dedicado a leer los libros que publica su editorial para no perder el contacto con un país que me duele tanto. Por lo demás, nuestro destino está ya trazado: Don Werner Guttentag  seguirá siendo el editor en busca de libros y yo el escritor en busca de un editor.

Estocolmo, 1995.

sábado, 14 de abril de 2012


VÍCTOR MONTOYA EN LA PRIMERA FERIA DEL LIBRO
INFANTIL Y JUVENIL

El pasado 12 abril, el escritor Víctor Montoya dictó la conferencia: La violencia en la literatura infantil, en el marco de la 1ra. Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolivia, organizada por la Cámara Departamental del Libro de La Paz, bajo el lema: Hojea, lee… el libro no muerde. Asimismo, el viernes 13 de abril, en el salón Kid Club ubicado en la calle 17 de Calacoto, presentó su libro de ensayos: Literatura Infantil: Lenguaje y Fantasía.

Después del evento se constató que el libro teórico de Víctor Montoya, desde su publicación inicial, en 2003, ha generado una serie de comentarios en los cuales se destacan las investigaciones rigurosas realizadas sobre el tema y la capacidad analítica del autor de esta obra fundamental en el ámbito de la literatura infantil boliviana.

El ensayo parte con un estudio preliminar sobre el derecho que tienen los niños a contar con una literatura que no tenga un afán didáctico, sino que, por el contrario, estimule su fantasía y su actividad lúdica. Montoya está consciente de que la única literatura que les permite gozar a los niños es aquella que considera su desarrollo emocional, intelectual y lingüístico en cada una de sus etapas. Toda literatura que no cumpla con estos requisitos será siempre rechazada por quienes esperan que los escritores e ilustradores se zambullan primero en los sentimientos y pensamientos de los niños antes emprender su labor de creación destinada a los pequeños lectores.

El libro, compuesto por diversos temas afines a la literatura infantil, aborda aspectos del psicoanálisis de los cuentos de hadas, el desarrollo idiomático de los niños, el poder de la fantasía como medio de liberación de las ataduras emocionales, la trascendencia de las narraciones provenientes de la tradición oral tanto de Oriente como de Occidente, el lenguaje simbólico en los cuentos populares, la identificación de los niños con los superhéroes y la importancia de las ilustraciones en los libros destinados a los jóvenes y niños, entre otros.
 
Víctor Montoya, que confiesa no haber escritor jamás un solo libro destinado a los niños porque no es fácil meterles gato por liebre, se considera un estudioso del tema y un apasionado lector de los libros que no sólo estimulan la fantasía y la creatividad de los niños, sino que también cumplen una función social y terapéutica, como los cuentos clásicos compilados por los hermanos Grimm en Alemania y Charles Perrault en Francia.

Literatura Infantil: Lenguaje y Fantasía, que acaba de ser reeditado por el grupo editorial Kipus de Cochabamba, es una obra que, que por su carácter técnico y didáctico, está destinado a los educadores, escritores, ilustradores y padres de familia. Su estilo directo y su amplia bibliografía lo convierten además en un libro apto para ser aplicado como material de estudio en las universidades y normales del país.


Los comentarios

En opinión de Gaby Vallejo Canedo, narradora y ensayista cochabambina, Licenciada en Ciencias de la Educación y fundadora del Comité de Literatura Infantil y Juvenil en Bolivia, el autor del libro hace su incursión exitosa en el territorio del ensayo sobre la literatura infantil y en el mundo de la lectura. Y añade: Mientras Víctor Montoya ingresa al pensamiento universal sobre libros para niños y nos habla de Astrid Lindgren, Lewis Carroll, mientras se ha leído a Bettelheim y sus psicoanálisis de los cuentos de hadas, mientras se cuestiona sobre la violencia de los superhéroes infantiles del sistema capitalista, mientras descifra los símbolos que están presentes en el imaginario de los cuentos y teoriza con ayuda de otros teóricos del área, la mayoría de los escritores bolivianos para niños siguen buscando enseñar buenas conductas a través de los cuentos para niños, asociados a un espacio tremendamente didactista como es la escuela.

Según Liliana De la Quintana, escritora, videoasta, guionista, presidenta de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil y Licenciada en Ciencias de la comunicación, el libro Literatura infantil: lenguaje y fantasía es el título de la obra más importante de teoría de la literatura infantil en Bolivia. Además, aclara que este libro está reconocido por especialistas internacionales y nacionales, debido al aporte en muchos y variados aspectos de la literatura para niños, basados en la psicología infantil, en autores altamente recomendados por sus estudios en el pensamiento de los niños, en sus características esenciales por edades y por los contextos que los forman de una manera para entender el mundo. Liliana De la Quintana, refiriéndose a uno de los capítulos del libro, señala que, por ejemplo, en Las condiciones de la literatura infantil, el autor aborda el interés por la lectura en diferentes edades de los niños y cómo ésta cumple con ciertos requisitos como el manejo del lenguaje, las comparaciones que tienen que ser claras, el diminutivo como un recurso psicológico que enfatiza una condición o característica de algo o alguien, la construcción del personaje que debe estar muy definido porque es el portavoz del autor. Haciendo énfasis en la exposición del tema, la estructura que se desarrolla y la trama, se concluye con los desenlaces en una obra. Víctor Montoya, en el capítulo dedicado a La violencia en los cuentos populares, asevera que los  niños están sometidos a actos de violencia en su casa, en la calle, en la escuela y cómo no estar presente en la literatura, para que ésta juegue un rol importante en su análisis y propuesta de solución”. Y cita textualmente un párrafo del libro:“Las escenas de violencia en los cuentos populares confirman la regla de que nadie está libre de esta conducta negativa que forma parte de la personalidad humana, y que, por mucho que los censores tiendan a eliminar la violencia en los cuentos infantiles, los niños seguirán exigiendo que se los lean, una y otra vez, las escenas ‘crueles’ en Cenicienta, Blancanieves y Caperucita; esos cuentos que tienen la magia de despertarles su fantasía y ayudarles a resolver sus conflictos emocionales.

La crítica chilena Ximena Narea, Licenciada en Historia del Arte y directora de la revista Heterogénesis, sostiene que el libro de Víctor Montoya, recientemente reeditado, es un valioso aporte al estudio de esta disciplina y ahonda en distintos aspectos que deben ser considerados en el análisis y producción de la literatura infantil. La problemática central en el libro es que la literatura infantil tradicional no ha considerado una cuestión fundamental, y es que el emisor y receptor de este tipo de literatura pertenecen a dos mundos completamente diferentes: el mundo adulto y el mundo infantil y que el autor, un adulto, no ha considerado al niño como un 'otro' diferente a sí mismo, con otras características y con otra forma de pensar y visualizar el mundo. Sin embargo, tras varios estudios psicológicos, pedagógicos y literarios que afloraron en el siglo XX, La literatura infantil moderna empieza a ver al niño como ‘otro’, restando importancia al papel didáctico y de adoctrinamiento para ‘convertirse en un medio a través del cual el niño tiene derecho a la fantasía y recreación lúdica’. Montoya analiza distintos aspectos del desarrollo del niño estratificados en edades entre 2 y 15 años, pero aclarando que esta división en edades no es absoluta, sino que depende del desarrollo individual de cada niño. Los estudios de Piaget sobre el proceso evolutivo del niño sirven aquí como soporte teórico. Aspectos tan importantes como el desarrollo del lenguaje y de la percepción visual y la percepción del tiempo ocupan un lugar destacado en el análisis y dedica un capítulo especial a la ilustración como elemento complementador del relato escrito y hablado.

Por otra parte, Ximena Narea afirma que Montoya hace una distinción entre ‘buena’ y ‘mala’ literatura. Para producir una buena literatura el autor debe ‘zambullirse en el pensamiento y sentimiento de los niños, en sus conflictos emocionales, en sus actividades lúdicas y, sobre todo, en su lenguaje, que es el eslabón más importante de la moderna literatura infantil’. Es decir, que para que un cuento tenga éxito en la audiencia infantil debe tener un personaje con el cual se sienta identificado, un argumento que refleje aspectos de una realidad conocida y un lenguaje adecuado a su desarrollo. Un final feliz también es requisito en una buena historia infantil ya que los desenlaces tristes pueden provocar efectos psicológicos negativos en los niños. Finalmente, Ximena Narea, haciendo un somero análisis en torno al libro de Víctor Montoya, sostiene que no hay mucha literatura dedicada a los niños en el continente latinoamericano. Normalmente las bibliotecas y librerías en los países latinoamericanos no tienen secciones especializadas en literatura infantil, con un entorno adecuado que estimule el interés de los niños por los libros y su mundo fantástico. Con suerte puede haber un estante con libros dispuestos en la misma forma que los libros para adultos y desde luego no al alcance de los niños, el grupo que consume este tipo de literatura. Tampoco hay crítica literaria especializada.

El profesor de lengua y literatura españolas Hans Gittermann, a tiempo de comentar el libro escrito por Víctor Montoya, sostiene que la obra merece no sólo un comentario, sino también un elogio. El texto es un ensayo que, como idea principal, plantea ‘la necesidad de valorar y adecuar la literatura infantil a nuestra modernidad. Como maestro de lengua y literatura me congratulo de encontrar un libro en español, que se centre y destaque la esencia de la literatura y el lenguaje en la infancia, un tema de extremada importancia que no siempre es valorado en la enseñanza ni en la sociedad (…) El ensayo trasluce una crítica indirecta a la escuela actual, que no ha asimilado e incorporado el conocimiento científico de las últimas décadas en materia de lenguaje. Ello se debe, en parte, a la falta de formación en los pedagogos y escritores que desconocen el mundo cognoscitivo de los niños. Esto, a su vez, conlleva a una injusticia educativa que repercute en toda la sociedad. Las diferencias idiomáticas generan desigualdades sociales y económicas. Somos juzgados acorde a nuestra habla. La carencia de un buen dominio del idioma es un impedimento de avance social. De ahí la importancia del lenguaje y de su buena enseñanza en los primeros años de vida. Si pensamos con palabras, mientras más vocablos manejamos, será más fácil formular nuestros pensamientos y desarrollar el propio intelecto. He aquí la importancia de una buena literatura infantil que conlleve un contenido apropiado que, aparte de estimular la fantasía, satisfaga las necesidades del destinatario.

jueves, 5 de abril de 2012



TRAS LAS HUELLAS DE FERNANDO PESSOA

Cualquiera que esté en Lisboa, como un visitante más entre la muchedumbre agolpada en las calles, se plantea la necesidad de conocer los barrios por donde caminó, a paso ligero y un portafolio en la mano, uno de los escritores portugueses que revolucionó la poesía universal del siglo XX, sin más artilugios que la capacidad innata de captar el instante poético y transmitirlo por medio de seudónimos que escondían su verdadera identidad. Así me ocurrió en el verano de 1987, cuando decidí conocer la ciudad donde vivió y escribió Fernando Pessoa.

La ciudad, que parecía nacida del abrazo del Tajo y el mar, desparramada por las siete colinas que dominan las aguas del mar de la Paja, tenía la fachada leprosa y los pavimentos agujereados. Esta capital, que antes olía a jazmín y canela, a sardinas asadas a la brasa y a café recién tostado, no olía más que a tubos de escape y gases de automóviles, y, por las tardes, cuando los cubos de basura salían a la calle, se observaba incluso a personas que buscaban su comida entre los desperdicios como aves de rapiña.

Todos los días, cuando el resplandor rosáceo de los rayos del sol anunciaba el ocaso, unas escalinatas y un laberinto de calles empinadas me conducían a los barrios típicos de Alfama, la Mauraria y el Barrio Alto; uno de los más pintorescos del casco antiguo de la ciudad, y hasta cuya cima se debía ascender por medio de un funicular en el que cabían pocas personas. Todo esfuerzo valía la pena si se quería degustar un buen plato de gambas con piri-piri cerca de la ventana de un restaurante que permitiera contemplar las aguas glaucas del mar y ver el aire salpicado de gaviotas.

Por las noches, como todo visitante ansioso por vivir y revivir las emociones más vibrantes de la ciudad, recorría por las callejuelas de Alfama. De las ventanas salían jirones de música portuguesa o africana y de las puertas actores entrados en años. En medio de la calle habían hombres ataviados de negro, invitando a los transeúntes a pasar la noche en una especie de peña folklórica llamada fado, donde los portugueses ofrecían un espectáculo de su tragedia y su tristeza, a través de una viola acompañada de un canto desgarrado y melancólico. Además, en este barrio de vida nocturna, al igual que en el centro comercial de Baixa, que está entre la plaza del Rocío y la del Comercio, daba la impresión de haberse instalado el lujo en medio de la pobreza.

Ya dije que estando en Lisboa, después de muchas idas y venidas, se hace necesario recorrer por las mismas calles que transitó Fernando Pessoa, un hombre enigmático y de heterónimos diversos, que de día ejercía como traductor, más exactamente como corresponsal extranjero de casas comerciales, y de noche escribía poesía, una poesía que se desdoblaba en varios autores ficticios, como cuando un niño juega a su gusto y capricho con los personajes creados por las aventuras de la imaginación.

Aunque sus biógrafos coinciden en señalar que era partidario de un nacionalismo místico, del que debía ser abolida toda infiltración católico-romano, tenía divergencias con las ideas comunistas y simpatizaba con el orden monárquico de una nación. Consideraba que el sistema monárquico era el más apropiado para un país como Portugal, que por entonces tenía bajo su control a colonias allende los mares. Sin embargo, de haberse dado un plebiscito para elegir entre un régimen monárquico y un Estado republicano, él habría votado a favor de la República.

Seguir las huellas de Pessoa, es seguir los pasos de uno de los escritores más grandes de la lengua portuguesa, a pesar de que él se despidió del mundo sin haber visto publicada la mayor parte de su obra literaria, que sigue siendo motivo de análisis y controversias. Murió a los 47 años de edad debido a afecciones hepáticas, asociadas a una cirrosis provocada por el excesivo consumo de Águia Real, un aguardiente que hoy se bebe tanto como la poesía de quien lo hizo famoso. Por eso los aficionados a su obra y al alcohol, están casi obligados a echarse unas copas de Águia Real a su paso por las calles donde estuvo el poeta como un fantasma enfundado en un traje oscuro, abrigo, sombrero y gafas.

Caminar por las calles de Chiado, que es una de las zonas más tradicionales de la ciudad, entre el Barrio Alto y la Baixa, es respirar y escuchar los versos de los poetas que frecuentaron los bares y restaurantes de este barrio a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. De todos ellos, Fernando Pessoa es quien más huellas ha dejado en las aceras. Por eso no es casual que, con el transcurso del tiempo, se le haya erigido una estatua de bronce hoy situada en la calle Garrett, cerca del Largo do Chiado, donde sus admiradores y admiradoras pueden verlo sentado en su silla preferida, luciendo su figura esbelta, con la pierna cruzada y la mano apoyada sobre la mesa, como quien espera con insoportable paciencia la copa que solicitó alejado de los quitasoles y consciente de que ser poeta o escritor no constituye una profesión, sino una vocación, al menos así como debe entenderse el oficio de cazar palabras para luego ensartarlas en ideas concebidas por la lucidez mental y la pasión del alma.

Y, por si fuera poco, Pessoa, con la sabiduría de quien conoce las leyes de la vida, intuía, desde antes de cerrar los ojos como un niño para dormir su muerte, que su voz quedaría para siempre entre nosotros y que su biografía, la más fecunda en lengua portuguesa, sería mucho más de lo que él afirmó cuando le nacieron unos versos llenos de meditación y alegoría: Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía/ no hay nada más sencillo./ Tiene sólo dos fechas/ la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra todos los días son míos./ Soy fácil de describir./ He vivido como un loco...

Fernando António Nogueira Pessoa (Lisboa, 1888 – 1935). Escribió tanto en verso como en prosa. Parte de su extensa producción literaria, traducida al español, consta de los siguientes títulos: El regreso de los dioses (2006), Cantares (2006), La educación del estoico (2005), Crítica: ensayos, artículos y entrevistas (2003), Libro del desasosiego (2002), La hora del diablo (2003), Mensaje (1997), Un corazón de nadie. Antología poética, 1913-1935 (2001), Odas de Ricardo Reis (1995), Noventa poemas últimos, 1930-1935 (1993), Antología poética. El poeta es un fingidor (1982), Poemas de Alberto Caeiro (1980), Oda marítima (1963), Antología (1962), entre otros.