WERNER GUTTENTAG, EL AMIGO DEL LIBRO
Desde el otro lado del
Océano Atlántico, desde un país andino acorralado por una cadena de montañas,
valles y selvas, me llegó un hermoso libro en conmemoración al quincuagésimo
aniversario de la Editorial Los Amigos del Libro, nada menos que con una gentil
dedicatoria de Don Werner Guttentag, cuyas letras casi ilegibles -que más
parecen jeroglíficos, según confiesa una de sus colaboradoras-, no me
permitieron descifrar la última palabra, ni siquiera con la ayuda de una lupa.
Pero quizás sea mejor, pues como bien decía Borges: a veces son más importantes
los enigmas.
Más tarde, a medida
que leía el libro, me asaltó de lleno la idea de redactar una carta, con
el único propósito de sumarme, a la
distancia, a la celebración de las Bodas de Oro de su Casa Editorial denominada Los Amigos del Libro y para agradecerle por su fecunda labor al servicio de
la literatura boliviana.
A estas alturas no
hace falta hablar de Don Werner Guttentag como bibliófilo o editor, ya que su
obra habla por él y por sí misma. Empero, valga la ocasión para recordarle que
ambos somos inmigrantes, que ambos aprendimos a hablar una segunda lengua, a
convivir en el seno de otras culturas y a compartir con otras gentes. Es decir,
somos habitantes de un mundo que no conoce más fronteras que la intolerancia y
el chauvinismo vocinglero, porque tanto el chauvinismo como la intolerancia son
las armas que desbaratan la convivencia social y amenazan los principios
elementales de la democracia.
Aun sin haberlo
conocido personalmente, me permito mencionar algunas analogías de nuestras
vidas: primero, Don Werner Guttentag llegó a Bolivia a los 19 años de edad,
acosado por el holocausto nazi, y yo llegué a Suecia a punto de cumplir los 19
años, exiliado por la dictadura militar; segundo, Don Werner Guttentag se estableció en Cochabamba, luego de vivir
un tiempo en Holanda, sin más equipaje que una máquina de escribir, El idiota de Dostoievski y una bicicleta, mientras yo me establecí en Estocolmo, después
de salir directamente de la cárcel, sin más equipaje que los recuerdos y un
manuscrito que llegaría a ser mi primer libro de testimonio; y, tercero, ambos
compartimos los sueños y las pesadillas del refugiado que echa raíces y da
frutos en un país que lo acoge con el corazón y los brazos abiertos.
Así vivimos, Don
Werner Guttentag dedicado a la filatelia para no perder los lazos de contacto
con su tierra y su gente, y yo dedicado a leer los libros que publica su
editorial para no perder el contacto con un país que me duele tanto. Por lo
demás, nuestro destino está ya trazado: Don Werner Guttentag seguirá siendo el editor en busca de libros y
yo el escritor en busca de un editor.
Estocolmo, 1995.
No hay comentarios :
Publicar un comentario