EL IMAGINARIO POPULAR EN CUENTOS DE LA MINA
Los Cuentos de la mina están escritos con el furor del alma y los sentimientos
del corazón, a partir de la relación estrecha que mantuve desde niño con los
mineros en el norte de Potosí, donde muchos de mis parientes fueron
trabajadores del subsuelo. Conozco esa realidad dantesca y fascinante desde que
tengo memoria. Soy hijo de entrañas mineras y uno de sus cronistas de época.
Me
he dedicado a escribir sobre las minas y sus asuntos desde hace más de tres
décadas. Mi primera novela, El laberinto del pecado, publicada en 1983, está
también contextualizada en una población minera, con temas y personajes de
Llallagua, Catavi y Siglo XX. De modo que mi interés por rescatar los mitos,
ritos y leyendas, que rondan por los campamentos mineros, nació desde el día en
que me hice escritor de cuentos tristes y fantásticos.
Sin
embargo, dispuesto a desmarcarme de la literatura entroncada en el llamado realismo social, tuve desde un principio la idea de crear y recrear los
elementos mágicos y míticos que no fueron contemplados en los cuentos ni en las
novelas de los autores que dedicaron su tiempo y energía a describir los
triunfos y las derrotas del proletariado minero desde una perspectiva
sociopolítica que, en mi opinión, los llevó a balancearse sobre una cuerda
floja entre el panfleto literario y la literatura como obra de arte.
Lo
que yo hice, a diferencia de estos escritores de la narrativa minera, fue
adentrarme en la tradición oral de los Andes, donde la mitología del Tío, mitad
dios y mitad demonio, vibra en las quebradas de la cordillera con todo su poder
de sugerencia. De modo que mis cuentos, más que retratar la tragedia social de
los mineros, rescatan la figura del Tío desde una visión del realismo
fantástico, que es parte y arte de la cosmovisión andina, donde los mineros, en
su mayoría de ascendencia indígena y mentalidad proclive a las supersticiones,
cuentan de generación en generación y de boca en boca una serie de consejas
nacidas del imaginario popular.
De
hecho, la vida cotidiana de los pobladores del altiplano está atravesada
transversalmente por los mitos y las leyendas de las culturas originarias;
creencias, tradiciones y costumbres que durante la colonia fueron avasalladas
por los conquistadores, pero que no sucumbieron en la memoria colectiva, que
supo conservarlas en la tradición oral, aunque disfrazándolas, a manera de
protección, con las tradiciones judeocristianas. Con el correr del tiempo, del
mismo seno de este encuentro histórico, surgió un peculiar sincretismo
religioso que puso de relieve el mestizaje de dos culturas: la indígena y la
occidental, que en un principio eran diametralmente opuestas.
Ahora
tengo la extraña sensación de que mis Cuentos de la mina, que explayan un
estilo acorde con las nuevas corrientes literarias, en las cuales destacan la
autenticidad, la sencillez y la belleza, harán que los mitos y las leyendas
sobre el Tío se universalicen. No es casual que esta obra esté siendo traducida
a varios idiomas para que los lectores de otros países conozcan algo más del
mundo mágico y secreto atrapado entre las montañas del macizo andino, donde
reina el Tío en el vientre de la Pachamama, como un verdadero soberano de las
tinieblas.
En los Cuentos de la mina, por razones de lógica
formal, incluí también otros elementos culturales que están ligados a las
tradiciones y los ritos ancestrales, como la ch’alla y la wilancha, una
ceremonia que consiste en sacrificar una llama blanca para luego, en actitud de
ofrenda y gratitud, rociar con su sangre a la Pachamama y el paraje del Tío.
Relato también la leyenda de la coca, el mito de las cuatro plagas que Wari
lanzó como venganza y castigo contra los urus, cerca del lago Poopó, y cuento
todo lo referente al fastuoso Carnaval de Oruro, donde los mineros, desde la
época de la colonia, se disfrazan de Tíos -o de diablos-, para bailarle su
diablada a una virgen católica como es la Candelaria o Virgen del Socavón.
Debo
confesar que desde mi más tierna infancia escuché una serie de relatos
relacionados con el Tío de la mina; un ser ambivalente entre lo sagrado y lo
profano, entre lo celestial y lo demoniaco, que corresponde al sincretismo
religioso entre la tradición católica y el paganismo ancestral, y representa al
dios y al diablo que habita en los tenebrosos socavones, donde los mineros, en
sumisa veneración, le rinden pleitesía y le ofrendan hojas de coca, cigarrillos
y aguardiente, a tiempo de congraciarse con él, a quien se lo considera el
dueño absoluto de las riquezas minerales y el amo de los trabajadores del
subsuelo.
Desde
tiempos inmemoriales se sabe que entre las divinidades que conforman el mundo
religioso indígena está el Supay o Supaya, la divinidad del Ukhu pacha o Manqha pacha (mundo de abajo), encargada de guardar las riquezas minerales,
proteger a los animales silvestres, dirigir las corrientes de aguas
subterráneas y hacer germinar las semillas para dar de comer a los hijos de la
divinidad andina que no se ve pero domina en el reino de los vivos: la
Pachamama.
La
Pachamama, proveedora de vida y alimentos, encierra en su vientre los recovecos
telúricos donde habita el Tío, que es el único amo y señor de los filones de
estaño. En el interior de la mina es donde mejor se expresa la mitología
temible y maravillosa de este ser hecho de realidad y fantasía, que se aparece
omnipresente, omnipotente, entre las luces y sombras de las galerías, entre el
ruido monótono de la ch’aka (gotera) y el silencio insondable de los parajes
más alejados de la bocamina.
Cuentos
de la mina es, asimismo, la revelación de mi subconsciente, en cuyo pozo
sobrevivió por muchos años este personaje que, como si fuese mi propia sombra,
se me aparece por doquier, incluso en los sueños y las pesadillas, donde me lo
encuentro cada vez, exigiéndome que lo convierta en el personaje principal de
mi mundo literario. De modo que este libro, como cualquier criatura del alma,
brotó de una manera natural entre mis proyectos literarios y el Tío de la mina
acabó constituyéndose en uno de los personajes más significativos de la
narrativa minera.
Él
forma parte de mi vida y obra, porque caló hondo en mi memoria desde el día en
que mi abuelo, por primera vez, me refirió la leyenda del Tío, mientras dormía
a sus pies una noche en que se desató una tormenta en la cordillera de los
Andes, haciendo que los truenos enciendan la noche como luces de bengala y las
ráfagas impetuosas del aguacero desvíen el curso de los ríos. Fue entonces
cuando mi abuelo, con una voz pausada y sugestiva, pronunció las siguientes
palabras: Dicen que el diablo llegó a las minas una noche de tormenta. Esta
frase bastó para comprender, entre la curiosidad y el espanto, que el diablo al
cual se refería mi abuelo era el mismísimo Tío de la mina, cuya estatuilla
diabólica, recubierta con arcilla y cuarzo por los mismos trabajadores, vi años
después en una de las galerías principales de la mina de Siglo XX.
El
Tío estaba sentado en su trono de roca, con el cuerpo monstruosamente
deformado, el miembro largo, grueso y erecto, los ojos redondos como canicas,
las cejas sobresalientes, la nariz prominente, las barbas de chivo, las orejas
de asno, los cuernos retorcidos y los labios entreabiertos para recibir los
cigarrillos. Me quedé estupefacto ante su aspecto terriblemente grotesco y,
entre el asombro y la meditación, asumí la idea de que este personaje, que
inspira un natural respeto y vive en reciprocidad con los mineros, no me
dejaría ya vivir en paz por el resto de mis días.
La
estatuilla del Tío, vista desde cualquier ángulo y en cualquier galería,
constituye una verdadera obra de arte, una imagen esculpida por las callosas
manos de los mineros. Ellos la erigen a su imagen y semejanza, para luego
rendirle tributo, sentados a su alrededor a la usanza de los mitayos de la
colonia. La estatuilla del Tío varía de paraje a paraje y de mina a mina, como
los materiales que se usan en su construcción; mientras unas son talladas en el
mismo lugar, como la normal prolongación de la roca, otras son figuras hechas
con cemento y estructuras metálicas, dependiendo del nivel de temperatura y humedad
ambiental en la galería. En algunas minas, su cuerpo desnudo está adornado con
mixturas y serpentinas de pies a cabeza; en tanto en otras llevan un atuendo de
diablo, que los muestra en toda su plenitud, como a la perfecta iconografía
revelada por el mundo bíblico. Al pie del Tío están esparcidas las botellas de
aguardiente, las hojas de coca y las colillas de los cigarrillos, que los
mineros le ofrendan en actitud de veneración y agradecimiento.
El
Tío de la mina, según la concepción antropológica, es una de las deidades más
importantes de la cosmovisión andina, no sólo porque se lo considera uno de los
fecundadores de la Pachamama, sino también porque en él depositan los mineros
todas sus esperanzas. Le ruegan que los proteja de los peligros y les muestre
el mejor filón de estaño. En este sentido, el Tío de mis cuentos, aunque posee
las mismas características que el Lucifer de las Sagradas Escrituras, pervive
en la imaginación de los mineros como un ser benefactor cuando se lo trata con
respeto y cariño, pero también como un ser cruel y vengativo cuando no se le
honra con ofrendas para saciar su sed y su hambre. El Tío tiene la potestad de
premiar y castigar a quien ingresa en su reino o en las oquedades del Ukhu Pacha o Manqha Pacha (mundo de abajo).
El
Tío, por otro lado, tiene un significado profundo en nuestra cultura y es el
que mejor simboliza el subconsciente de los humanos, que están hechos de un
puñado de virtudes y otro puñado de defectos, ya que en el subconsciente de
cada individuo habita la bondad pero también la maldad. Así que el Tío, al ser
dios y diablo a la vez, es la fusión perfecta entre el bien y el mal, y posee
todos los atributos que necesita un personaje literario
Por
ahora, lo único que me ronda en la cabeza es la idea de seguir escribiendo en
torno a las aventuras y desventuras del Tío, con la misma pasión y entrega que
estos cuentos requieren durante el proceso de creación literaria; más todavía,
tengo en preparación una serie de diálogos que durante años sostuve con el Tío
sobre los más diversos temas que encandilan la mente de los humanos. Se trata
nada más ni nada menos que de las sabias lecciones de un aprendiz de diablo.
Culminado este proyecto, y muy a pesar de los pesares, quisiera dejarlo vivir
en paz al Tío, recluido en las galerías más profunda de la mina, y yo dedicarme
a crear otras obras que ventilen mi imaginación y me devuelvan la serenidad
perdida, aunque no sé si esto será posible, pues al Tío lo tengo metido en el
cuerpo y alma como a un clavo atravesado de lado a lado.
Imágenes:
1.
Los mineros en el paraje del Tío
2.
Víctor Montoya junto al Tío Jorge en el Cerro de Potosí
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