LA PLUMA FUENTE
Esta fotografía, que me recuerda a los escritores que conocí durante la Semana Negra en Gijón, en el verano de 2006, fue captada por el asturiano Zeki, gran amigo, fotógrafo y director de la revista literaria La Gansterera.
Cuando me propuso posar al lado de esta gigante pluma fuente, justo entre el plumín cobrizo y la roca de carbón, no supe -ni lo sé todavía-, quién fue el artista que tuvo la chispeante idea de erigir una pluma fuente en homenaje a los escritores de novelas policíacas que, año tras año, se reúnen en la feria de la Semana Negra, auspiciada y animada desde 1988 por el infatigable Paco Ignacio Taibo II.
La pluma fuente o pluma estilográfica, como el lápiz de grafito y el bolígrafo de tinta espesa, es uno de los instrumentos de escritura más utilizado alrededor del mundo, tanto por su variedad como por su elegancia. Tiene un armazón, compuesto por la base y el tapón, y contiene un depósito de tinta líquida que discurre como la sangre por las venas hacia el plumín, hecho generalmente de acero inoxidable, que al rozar la hoja de papel va dejando su huella indeleble. Cuando la tinta se agota, como todo lo demás en la vida, es cuestión de reemplazar el depósito por otro, rellenarlo con un cuentagotas o absorber la tinta desde un tintero.
Debo reconocer que en más de una ocasión me atrapó la manía de coleccionar pluma fuentes de todos los tamaños, formas y colores, así como en más de una ocasión caí en la tentación de obsequiar algunos entre los amigos y familiares, mientras otros se me perdían como por arte de magia entre los amigos de lo ajeno, quienes, sin resquicios para la duda, sentían la misma fascinación por este instrumento de escritura que, ya sea en la mano o el bolsillo, siempre luce como una joya sin parangón.
Considero que un escritor sin una pluma fuente en la mano es como un soldado sin fusil en un campo de batalla. Quizás por eso, en mi cumpleaños y la Navidad, las acepto encantado, como un niño que se maravilla ante un regalo hecho a la medida de sus sueños y deseos. El simple acto de palpar su estuche liso o afelpado me provoca una sensación de placer y cariño por este objeto fascinante, cuyo mecanismo de funcionamiento parece una invención de los dioses, aunque sé que sus origenes se remontan al antiguo Egipto y sus primeras reseñas históricas datan del siglo X.
Sin embargo, su desarrollo ha sido lento y costoso, hasta que el rumano Petrache Poenaru, estudiante en París, logró patentar su versión más perfecta en mayo de 1827. Desde entonces se han fabricado muchos modelos y ha hecho correr ríos de tinta. En la actualidad, las vitrinas de las librerías exhiben pluma fuentes de lujo, que sirven más de adorno que para escribir a diario, y plumas estilográficas desechables de vivos colores, con precios asequibles y con el sistema de cartuchos de plástico como método de relleno.
La pluma fuente, aparte de ser la mejor herramienta para escribir o dibujar con tinta sobre el papel, es también la musa de algunos artistas que, envueltos por un halo de inspiración, la convierten en una figura escultórica, como ésta que encontré en la feria de la Semana Negra en Gijón, donde el amigo Zeki me tomó la fotografía, quién sabe si impulsado por la intuición de que el escritor y la pluma fuente son el binomio perfecto en el mundo de las letras. O, tal vez, porque sabía de antemano que esta imagen, con sus aciertos y limitaciones, sería la auténtica expresión de un escritor retratado junto a uno de los objetos más preciados de su vida.
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