jueves, 2 de septiembre de 2010


UN CUENTO MINERO DE BALDOMERO LILLO

Desde siempre, en mis aficiones a la lectura, me sentí seducido por las novelas y los cuentos de ambiente minero, que en Bolivia conforman todo un género literario, debido a que ese sector del proletariado fue durante decenios la columna vertebral de la economía nacional y la vanguardia indiscutible de las luchas sociales, y, por consiguiente, una fuente de inspiración para pintores y escritores.

Otra de las razones que determinó mi preferencia por la narrativa minera, al margen de toda consideración ideológica, se debe al hecho de haber vivido en Llallagua y Siglo XX, entre familias cuyas vidas estaban marcadas por la vorágine de la mina. Por lo tanto, para quienes compartimos de cerca las tragedias y grandezas de esos gigantes de las montañas, es natural que las novelas y los cuentos mineros, como es el caso de Socavones de angustia de Fernando Ramírez Velarde y El Tunsteno de César Vallejo, sean obras con las cuales nos identificamos plenamente, quizás, porque al leerlas nos sentimos tocados en las fibras más íntimas.

En este contexto, la lectura de El Chiflón del Diablo de Baldomero Lillo, cuya existencia desconocía aproximadamente hasta mediados de los años ‘80, fue una experiencia que me devolvió hacia mis orígenes y un buen motivo para compartir con ustedes el drama de los obreros del subsuelo a través de esta breve reseña, que espero eche algunas luces sobre este autor poco conocido en nuestro medio.

Baldomero Lillo (Chile, 1867-1923), trabajó en la pulpería del centro minero de Lota, donde conoció muy de cerca la trágica realidad de su gente. En 1898 se trasladó a la capital en busca de mejores condiciones de vida y, tras ser galardonado en algunos certámenes literarios, publicó sus volúmenes de cuentos más conocidos: Sub-Terra (1904) y Sub-Sole (1907). Colaboró en varias revistas y en los diarios santiaguinos Las Últimas Noticias y El Mercurio.

El Chiflón del Diablo, que integra el volumen de cuentos Sub-Sole, está ambientado en las minas de carbón, probablemente en la región de Lota, Coronel o Lebu. La tragedia que narra el autor transcurre entre los años 1890-1900 y durante un crudo invierno, justo cuando las lluvias eran más intensas y las puertas y ventanas se abrían y cerraban con estrépito impulsadas por el viento.

Cabe destacar que Baldomero Lillo está considerado como uno de los impulsores del realismo proletario en la literatura latinoamericana, ya que sus relatos, más que simples reportajes de la realidad de su época, son verdaderas joyas de la narrativa chilena. En su obra se nota una mano maestra que dispone los temas dándoles una organización que mantiene vivo el interés del lector y, lo que es más importante, porque exaltan valores universales de inconfundible humanismo.

Baldomero Lillo nos plantea desde un principio, con patética y brutal objetividad, el problema de la explotación y el maltrato al cual es sometido el obrero por parte de una compañía imperialista. Asimismo, el autor asume una actitud de crítica social, a modo de solidarizarse con las familias mineras que pugnan por conquista una sociedad más equitativa para todos.

EL Chiflón del Diablo es una clara denuncia de las injusticias sociales que sufre el obrero en el interior de la mina, destacando no sólo la desigual distribución de las riquezas, sino también la visión que el empresario tiene del minero, quien, en los momentos de mayor pesimismo, acepta con resignación su fatal destino. Es decir, El Chiflón del Diablo muestra la vida del minero como una galería oscura o un túnel sin salida, en una etapa histórica en que el proletariado chileno estaba recién estructurándose como clase en sí y clase para sí dentro del sistema de producción capitalista.

El cuento es de carácter colectivo, pues no se narra el problema de uno o dos hombres, sino el crimen perpetrado contra toda una clase social. El joven protagonista, Cabeza de Cobre, representa a todos sus compañeros, y su madre, María de los Ángeles, simboliza a todas las mujeres de las minas, a esas amas de casa que dignifican la lucha de emancipación desde el instante en que ellas, a diferencia de los hombres que contemplan silenciosos y taciturnos su tragedia, levantan los brazos por encima de sus cabezas y, enseñando los puños ebrias de coraje, claman: ¡Asesinos, asesinos!, ante la presencia, en el caso de este cuento, del ingeniero inglés, típico representante de la compañía imperialista, insensible ante el dolor humano.

En el desenlace del cuento, la madre del Cabeza de Cobre, que jamás dejó de cavilar en aquellas odiosas desigualdades humanas y en el peligro que implica el trabajo en el interior de la mina, se suicida lanzándose a un abismo, poco después de contemplar el cadáver de su hijo, quien es rescatado de un derrumbe acaecido en la galería de El Chiflón del Diablo; un final trágico que, sin duda, constituye una de las características que identifican a las novelas y los cuentos de ambiente minero.

Baldomero Lillo, haciendo gala de un estilo depurado, concede también a la naturaleza un papel principal en el cuento, consciente de que el contexto minero es un poderoso auxiliar literario, que da mayor realce a la miseria o tragedia humanas, aun a riesgo de contrastar con el conflicto que preocupa a los personajes; más todavía, la descripción de la naturaleza andina, en el estilo directo y sencillo de Lillo, se presenta como el implacable enemigo de los desamparados y, consiguientemente, como un protagonista inevitable del cuento.

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