viernes, 19 de septiembre de 2025

EL CINTURÓN DE CASTIDAD

En la Edad Media, cuando el cinturón de castidad se usaba para controlar la infidelidad y los deslices sexuales de las esposas durante los largos períodos de ausencia de los maridos, un aguerrido caballero, que se marchaba a la cruzada para enfrentarse a los enemigos del Rey y el Papa, le pidió al joven cerrajero de la aldea que confeccionara un cinturón de castidad para asegurarse de la fidelidad de su esposa, una dama de carácter jovial y conducta coqueta que, siendo de facciones bellas y voluptuosas carnes, corría el riesgo de descarriarse apenas él montara a caballo para marcharse a la guerra.

–Tú sabes que las esposas disfrutan poniéndoles cachos a los maridos –le dijo al joven cerrajero, entregándole una bolsista llena de monedas–. El cuerpo de la mujer incita al pecado, tiene las frutas prohibidas que desea el prójimo y su vagina es como la boca de un infiernito donde quiere meterse cualquier diablito. No quisiera que mi esposa, aprovechándose de mi ausencia, saciara su sed de amor con el unicornio de un furtivo amante.

El joven cerrajero, sin levantar la mirada de la ardiente fragua, escuchó en silencio los argumentos del caballero que, al parecer, tenía mucha razón al esgrimir argumentos difíciles de contradecir; quizás por eso, como enseñaban los más viejos, nadie hablaba sin experiencia ni nadie pensaba en lo que por sí no pasaba.

El joven cerrajero, mientras meditaba en que ese artefacto metálico se utilizaba para impedir que el cuerpo de la mujer sucumbiera a las tentaciones de la carne, confeccionó el cinturón con una banda de acero más fina que el muelle de reloj, recubierto con cuero blando y provisto de un minúsculo candado sujeto en la juntura del aro. El cinturón pasaría por entre las piernas, se dividiría a la altura del ano y cerraría la vulva mediante una delgada lámina convexa de latón en la que había una pequeña abertura para evacuar la orina y todo lo demás.

El día en que el caballero pasó a recoger el encargo, el joven cerrajero le entregó el cinturón de castidad y le explicó que una vez cerrado el candadito y retirada la llave, sería imposible que un hombre pudiera acceder a las carnes de su esposa, debido a la presencia de púas allí donde estaba la boca del infiernito por donde se metía el lujurioso diablito.

El caballero quedó maravillado ante el objeto reluciente como una joya de orfebrería y pensó que por fin tendría asegurado la fidelidad de su bellísima esposa. El joven cerrajero, a tiempo de despedirse con sumo respeto, le dijo que le deseaba bienaventuranzas en la cruzada, pero lo que no le dijo es que el cinturón tenía dos llaves, uno para cada uno; lo que le permitiría al cerrajero meterse en la alcoba de la dama y abrir el candadito cuando se le pegara la santísima gana.

El caballero, antes de montar al corcel de alta parada y marcharse a la cruzada, aseguró el candadito del cinturón y se llevó la llave colgada como un collar, pues la tendría en las batallas como amuleto contra la muerte y la infidelidad, aparte de sentirse el amo y dueño absoluto de la sexualidad de su esposa, a quien se la imaginaría aguardándolo en la alcoba, tendida sobre la cama con su bendito cuerpo al aire, pero con las partes íntimas custodiadas por el cinturón de castidad.

El joven cerrajero, al saberse dueño de la llave que le daba acceso al santo de los santos de la dama del caballero, se quitó el delantal de cuero curtido, se lavó la cara y el cuerpo. Pegó dos golpes de martillo sobre el yunque y se dirigió a la mansión señorial del caballero ausente, donde estaba la dama con ansias de que la despojaran de esa prenda metálica que, más que ser un mecanismo de seguridad, era un doloroso instrumento de tortura.

Una vez que la dama quedó liberada de esa prenda insoportable, que le rozaba la piel causándole malestar, hizo sus necesidades fisiológicas con placer y complació los insaciables deseos del joven cerrajero, quien gozó con los perturbadores encantos de la dama y cuyas visitas se repitieron noche tras noche, hasta que ella quedó embarazada una y otra vez.

Cuando el caballero volvió de la cruzada, donde había perdido un ojo, un brazo y una pierna, comprobó que su esposa seguía con el cinturón de acero, pero que su familia había crecido como por obra y gracia divina. Así que el caballero, como todo guerrero acostumbrado a dar la vida a nombre del Rey y el Papa, hizo loas a Dios por haberle concedido una fiel esposa y aceptó a los niños como una recompensa por la sangre derramada en Tierra Santa.

Al fin y al cabo, solamente el joven cerrajero sabía que el cinturón de castidad servía no solo para reprimir la sexualidad de la mujer, sino también para demostrar la estupidez de un hombre que no aceptaba el sabio proverbio que reza: El hombre es fuego, la mujer estopa; viene el diablo y sopla, o, dicho de otra manera, al hombre no se le puede pedir que no desee a la mujer del prójimo ni a la mujer se le puede privar de sus necesidades con un candadito y dos llaves.

 

martes, 16 de septiembre de 2025

LOS CUENTOS VIOLENTOS SE LEERÁN EN BOLIVIA

Acaba de publicarse la tercera edición de Cuentos violentos, del escritor Víctor Montoya, bajo el sello de Ediciones ALBOR. Se trata del primer libro de una serie de obras literarias que el Centro Cultural ALBOR, con residencia en la ciudad de El Alto, tiene planificado publicar sucesivamente, con el afán de difundir la creación literaria de los autores locales y nacionales, cuyo compromiso social coincida con los objetivos culturales y los principios políticos que han caracterizado a estos activistas del arte poético y teatral desde su creación, en 1997.

El libro de cuentos de Víctor Montoya, cuyo prólogo pertenece al escritor e historiador norteamericano Steven Sándor John, es una suerte de denuncia y protesta contra los sistemas de poder que vulneraron los Derechos Humanos ejerciendo la violencia como recurso de amedrentamiento y dominación. Cada uno de los cuentos, desde la perspectiva de la re-creación literaria, tiene el objetivo de ser un aporte más para la reconstrucción de los acontecimientos que marcaron la historia contemporánea de Bolivia; no en vano, en la contratapa, se lee una sinopsis del contenido de Cuentos violentos:

El presente libro, escrito con pasión y fuerza moral, vuelve a ser un punto de apoyo para no olvidar el pasado ni repetir la historia. En sus páginas, impregnadas de un realismo descarnado, se describen los sótanos dantescos de las cámaras de tortura a partir de una experiencia personal y colectiva, con la única intención de rescatar la voz anónima de las víctimas y dejar constancia de una de las etapas más sombrías de la historia contemporánea de Bolivia.

El autor, en su afán de creador y comunicador social, forja una literatura de conciencia crítica, desde ‘El tablero de la muerte’, que recrea magistralmente la captura y muerte del Inca Atahuallpa, hasta ‘Días y noches de angustia’ que, además de desvelar las atrocidades cometidas por las dictaduras latinoamericanas durante la denominada ‘Operación Cóndor’, obtuvo el Premio Nacional de Cuento de la Universidad Técnica de Oruro, en 1984, seguido por la aclamación de la crítica especializada, que no dudó en señalar que con este escritor se reafirmó la temática de la tortura en la literatura boliviana del siglo XX.

Esperemos que Cuentos violentos, cuya tercera edición se publica por primera vez en Bolivia, llegue a los lectores nacionales con la misma fuerza que llegó a los lectores de otros países, desde que salió a luz en 1991, en Estocolmo-Suecia, donde por entonces radicaba el autor en calidad de refugiado político, desde que la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez lo exilió en febrero de 1977.

La publicación del libro por Ediciones ALBOR es una muestra de que la literatura de compromiso, que refleja la dramática realidad de un país, es tan o más válida que la literatura de ficción, debido a que el autor no se muestra indiferente ante la problemática sociopolítica que involucra a todos los integrantes de una colectividad humana. La literatura, en este contexto, se constituye en el testimonio más impactante de una época que forma parte de la memoria histórica de un país y de todo un continente.