lunes, 3 de marzo de 2025

DOS ARTISTAS CHILENOS EN EL STADHUS DE LIDINGÖ

El pintor venezolano Francisco Blanco, a tiempo de inaugurar la exposición de Salazar Luna y Jeanette Sepúlveda, se refirió a una anécdota de Gabriel García Márquez: Cuando a él le preguntaron alguna vez cuál era su color, dijo: ‘el amarillo’. ¿Pero qué clase de amarillo, exactamente? ‘El amarillo del Caribe a las tres de la tarde visto desde Jamaica’, contestó. Así, como esta respuesta, los cuadros de Salazar y Sepúlveda nos invitan a descubrir y comprender la realidad objetiva, que es una especie de aureola que envuelve a los artistas.

La muestra pictórica de Salazar Luna y Jeanette Sepúlveda es un breve recorrido por las venas abiertas de América Latina, pues apenas se entra en la sala de exposiciones del Stadhus de Lidingö, el visitante se enfrenta a un altar erigido en una pared lateral, desde el cual se bifurcan dos caminos alfombrados, representando la ruta seguida por los conquistadores; por uno de los caminos arribaron al Nuevo Mundo y por el otro retornaron con todo el oro y la plata que saquearon de las civilizaciones precolombinas, mismas que fueron vencidas y sometidas a sangre y fuego. El altar presenta textos arrancados de la obra de Eduardo Galeano, quien, como ninguno, intentó reescribir la verdadera historia de un continente expoliado violentamente desde la llegada de Cristóbal Colón a tierras del Abya Ayala.

Según Salazar Luna (Maitencillo, 1956), la exposición tiene una doble importancia; primero, porque este año se cumple el V Centenario del Descubrimiento de América y, segundo, para recordarles a los europeos y latinoamericanos que el problema de nuestros pueblos sigue siendo el catolicismo, es decir, la religión. Este artista plástico autodidacta, que se inició haciendo instalaciones en galerías argentinas, logra plasmar en los lienzos, resaltando volúmenes, formas y transparencias, una historia poco conocida del continente americano.

Las obras de Salazar Luna, denominadas 500 años con la cruz y la espada, no son el producto de una mera casualidad, sino un trabajo madurado durante varios años. No en vano sus cerámicas, sus dibujos con tinta china, sus acrílicos y óleos, encierran un claro mensaje vislumbrándose en el rostro de los indígenas, en las armaduras de hierro y las cruces de los conquistadores. Asimismo, la serie de dibujos que él denominó El sueño de Bolívar y cuyos títulos son de por sí sugerentes: tenemos las mismas manos, la misma voz, la misma sangre…, constituye un vehemente llamado a la conciencia colectiva.

Jeanette Sepúlveda (Santiago, 1958), que estudió arte en la Universidad Católica de su ciudad natal, tiene una producción que refleja su mundo existencial, las añoranzas, la ecología, los insomnios, las relaciones humanas y sus asuntos. La grandeza de las culturas precolombinas, donde se amalgaman la realidad y la fantasía, el realismo y surrealismo, es una suerte de estilos y colores que exaltan figuras que representan la simbología de los mochicas, el calendario de los aztecas, las pirámides y las plazas de la civilización maya, donde los habitantes, protegidos por un dios ancestral que los contempla desde las alturas, llaman la atención por la variedad e intensidad de los colores.

Jeanette Sepúlveda, refiriéndose a su obra agrupada bajo el tema Vida y esperanza, señala: Mi trabajo pictórico es el resultado de situaciones cotidianas; de modo que la mayoría de las cosas que pienso, siento, escucho y veo están reflejadas en mi pintura. Me gusta dejarme llevar por lo que mi subconsciente me pueda entregar, pero también hay una búsqueda consciente de querer lograr un lenguaje pictórico original. No quiero repetir lo que ya existe, sino crear una pintura que tenga un sello personal.

Sin embargo, en los óleos y collages de Jeanette Sepúlveda no solo se explayan las vivencias personales, sino también colectivas; más aún, cuando la artista ha tomado muchos elementos prestados de las culturas precolombinas que, una vez incorporados a sus cuadros, han pasado a formar parte de su mundo artístico.

En síntesis, la exposición de Salazar Luna y Jeanette Sepúlveda es una buena ocasión para recordarnos que la celebración del V Centenario, del llamado “Descubrimiento de América”, no es más que una festividad que tiende a encubrir los 500 años de genocidio y saqueo perpetrados por los conquistadores en las tierras del Nuevo Mundo.