viernes, 31 de enero de 2025

MICROTEXTOS VIII

El Tío, amo y mentor          

El Tío, que era mi amo y mentor, me saludó con un beso en la frente y dijo:

–¡Soy yo quien hace que hables o que no hables! ¡Soy yo quien hace que puedas oír o que no oigas nada! ¡Soy yo quien puede hacerte ver o dejarte ciego! ¡Soy yo quien te dicta lo que debes escribir, pues si no te dicto, tú no sabes qué escribir para atrapar la atención de los lectores.

–Ya no quiero que me dictes nada –supliqué enfurecido.

–Si no te dicto, ¿qué escribirás?

–No quiero ser más tu escribano. No quiero escribir nada, nada de nada.

–Si esa es tu voluntad. ¡Jódete, pues, carajo!

Escribano del Tío

–¿Por qué escribo sobre los mineros?

–Porque me da la gana.

–¿Por qué escribo lo que escribo?

–Porque me da la gana.

–¿Y por qué escribo sobre el Tío de la mina?

–Porque soy su escribano. Nada más ni nada menos que su escribano.

Simple esclavo

–¿Por qué me vas a quitar la vida? –preguntó el Tío.

–Porque el escritor decide sobre la vida y la muerte de sus personajes.

El Tío me miró a los ojos con los ojos anegados en lágrimas y exhaló un lastimero suspiro.

Lo miré entero y, como tantas veces que lo tuve entre mis manos, añadí:

–El escritor siempre tiene la última palabra. Él decide cuando darles vida a sus personajes y cuando quitárselas.

 –¡No me jodas con eso! –exclamó el Tío–. Tú no eres mi creador, sino apenas mi escribano. Por lo tanto, yo te diré cuándo debes quitarme la vida, mientras tanto sigue escribiendo sobre mis aventuras y desventuras, porque tú no eres un escritor independiente, sino mi esclavo, nada más que mi simple esclavo…

Es que…

Hace tiempo que no te sientas junto a mí, no compartes un trago conmigo, ni me ch’allas como debe ser.

–Es que…

–Además, me gustaría saber para qué me trajiste a tu casa, sabiendo que soy pájaro de otra jaula.

–Es que…

–¡Devuélveme a la misma mina de donde me sacaste o te arrepentirás de haber nacido, carajo!

–Es que…

–¡Es que…, es que…, es que…! ¡Eso es lo único que sabes balbucear como un opa, carajo! Si esta noche no traes mis golosinas -lo que más me gusta, y guarde que no te estoy pidiendo que me traigas a tu mujer, que también me gusta, sino mis k’uyunas, mis botellas de alcohol de 90 grados y mis hojas de coca-, te joderás para siempre. Dejaré de contarte mis historias y tú dejarás de ser mi escribano…

–Es que…

–Ya sabes, carajo. Si no cumples con las obligaciones que tienes conmigo, haré que te tragues a todos los sapos que tienes en tu colección, que arrojes gusanos por todos los agujeros de tu cuerpo y que tu muñeco no vuelva a pararse más, así tengas a la mujer más bella del mundo delante de tus ojos. ¡Te castigaré sin remordimientos ni contemplaciones, para que aprendas, de una vez y para siempre, quién es tu amo y señor, carajo!

–Es que…

–Deja ya de decir es que, porque me haces doler la cabeza como cuando me hablas de Dios. Ahora date prisa y trae mis golosinas antes de que te borre de un plumazo del mapa.

–Es que…, es que…, es que no sé cómo decirte para que me dejes seguir siendo tu escribano, nada más que tu escribano….

–Para empezar, tienes que terminar de decir es que…

miércoles, 15 de enero de 2025

MICROTEXTOS VII

Los prodigios del alcohol

La borrachera de los poetas malditos no es en vano, ni mucho menos una absurda pérdida de tiempo, ya que después de salir de la resaca, la borrachera es fuente de inspiración lírica y un tema de interés tanto para los abstemios como para los adictos a las bebidas espirituosas. A continuación les presento un poema de altos grados de invención poética y oficio escritural:

…Copete nuestro que estás envasado,/ santificado sea tu grado,/ venga a nosotros tu alcohol,/ hágase tu voluntad,/ así en caja como en botella./ Danos hoy la chela de cada día,/ perdona a los que no toman/ como nosotros perdonamos/ a los que no convidan./ No nos dejes caer al suelo/ y líbranos del yogurt...

Este poema, quizás anónimo, pero con la fuerza semántica y prosódica de las palabras articuladas armónicamente en cada verso, es un regio ejemplo de que la borrachera, desdeñada por los puritanos del clero y las damiselas mojigatas, es una actividad donde doblar el codo es un ejercicio estimulante para la ingeniosa creatividad de los poetas malditos, quienes, aferrados a los prodigios del alcohol, respiran poesía por todos los poros de la piel.

Derribar muros

Derribar muros y vallas, las fronteras entre ricos y pobres, entre blancos y negros, entre indios y gringos; entre hombres y mujeres, entre inmigrantes legales e ilegales, debe ser el objetivo de todos y cada uno de nosotros, que deseamos vivir en un mundo donde todos tengamos los mismos derechos y las mismas responsabilidades, indistintamente de las diferencias culturales, raciales, lingüísticas, religiosas y las diversidades ideológicas y de género.

Derribar los muros entre el Sur y el Norte, entre la vida y la muerte, entre Dios y el Diablo, entre creyentes y ateos, entre gobernantes y gobernados, debe ser el objetivo para forjar un sistema socioeconómico que no sea capitalista ni comunista (Uds. pónganle el nombre a la nueva sociedad), sino una patria grande y equitativa, sin explotados ni explotadores, donde reine el amor y la paz, la hermandad y la felicidad, y donde el valor humano no esté basado en el principio del tener, sino del ser, del ser un individuo con derecho a elegir, en absoluta libertad, la vida que se quiere vivir en armonía y plenitud. 

Cuarto periodo del sueño

Según mis cálculos oníricos y no según los cálculos de los psicoanalistas, mi sueño estaba dividido en cuatro períodos sucesivos pero diferentes. En el cuarto periodo, vi a Fromm agarrado de la mano de Freud y a Engels agarrado de la mano de Marx. Los vi a los cuatro encerrados en un cuarto a media luz, donde Fromm y Freud yacían sobre un diván, con los ojos cerrados y la hebra de un cigarro en los labios; en tanto Engels y Marx estaban sentados en un mullido sillón, mirándose a los ojos y discutiendo acaloradamente, como si sus voces se sobrepusieran al tiempo y la muerte. Y, como es de suponer, de estas sesudas discusiones el que no sale dormido, al menos, sale jodido y confundido.

Cuando desperté, los cuatro estaban todavía en el cuarto, como fantasmas que retornan al reino de los vivos, para repetirse, una y otra vez, hasta que sus razonamientos dejen de ser simples teorías para convertirse en pilares fundamentales de las ciencias humanas.

Supersticiones

Mi bisabuela decía que una mujer, durante la menstruación, no era la misma de siempre. No podía hacer mantequilla, mayonesa, ni preparar productos lácteos, porque la leche se cortaría. Tampoco podía sembrar en el campo o en la casa, porque las plantas se secarían como quemadas por un implacable sol. Tampoco podía dar de comer a los animales domésticos, porque éstos se morirían como atacados por un virus desconocido. Las supersticiones de mi bisabuela, sin lugar a dudas, estaban relacionadas con la pureza y la impureza de la mujer, como si la menstruación no fuese un proceso biológico normal, sino una maldición divina.

Justicia comunitaria

La niña fue violada por su padrastro desde que ella tenía 13 años, mientras la madre, todas las mañanas, se marchaba a trabajar en el campo.

Así pasó el tiempo, sin que la madre se diera cuenta de lo qué estaba pasando en su propia casa, hasta que la niña, que no asistía a la escuela, terminó embarazada. Cuando empezó a crecerle el vientre y llegó el momento en que no pudo ocultar más el delito de la violación, la niña, que se la pasaba encerrada y llorando en su cuarto, no sabía cómo confesarle a su madre que era víctima de toques impúdicos y agresiones sexuales por parte de su padrastro, un hombre de sesenta años, desocupado y depravado sexual.

La madre, al darse cuenta que algo andaba mal, le preguntó qué le estaba pasando. La menor, luego de insistencias y deshecha en lágrimas, logró revelarle la verdad, una verdad que conmocionaría a la pequeña población campesina.

–Si no te conté era porque él, apuntándome con un cuchillo, me amenazaba de muerte…

La madre, luego de salir del shock, se abalanzó sobre su hija, la abrazó con ternura y lloró junto con ella, como a quien se le derrumba el mundo y se le acaban las ganas de vivir.

Pero no todo estaba perdido. La madre, asesorada por una mujer adulta, denunció el detestable hecho a las autoridades de la comunidad. El padrastro fue detenido y sometido a medidas cautelares, mientras se procedía a la investigación del insólito caso.

Cuando las autoridades dictaminaron la culpabilidad del padrastro, todos los implicados batieron palmas y mostraron su conformidad con el fallo de la justicia comunitaria. No obstante, el autor de la violación y el embarazo, para evitar la cárcel, tomó la decisión de casarse con su hijastra.

Así fue cómo la menor, poco antes de cumplir los catorce años y con el consentimiento de su madre y la justicia indígena comunitaria, dio a luz a un niño cuyo espeluznante aspecto, con malformaciones físicas que, de solo mirarlo, dejaba a cualquiera con la boca abierta y la sangre helada en las venas.

Las  vecinas no salían de su asombro al saber que el violador, como si nada hubiese pasado en su vida, seguía conviviendo con la madre y la hija.

–¡Este viejo cochino! –maldecían las mujeres cargadas de rencor–. ¡Debía morirse para arder en el infierno!

La menor, cuando salía de compras al mercado, llevaba a su criatura cargada a la espalda. Aunque ya tenía catorce años, la gente la miraba con lástima, no solo porque todavía era niña, sino porque el bebé, que nació con el cuerpo contrahecho, no era el fruto del amor, sino el producto de una violación sexual, un delito penado por ley y con años de prisión, pero absuelto por las normas internas de una pequeña localidad campesina, donde algunos delitos se resolvían por acuerdos y conciliación entre las partes en conflicto.

jueves, 2 de enero de 2025

LA ESTATUA DE JUANA AZURDUY EN LA CIUDAD DE EL ALTO

Cualquiera que va de Ciudad Satélite a La Ceja de El Alto, pasa por la Plaza Juana Azurduy, donde está el monumento de bronce de la heroína de las guerras independentistas en el virreinato del Río de la Plata, realizado en 1989 por el magnífico escultor Gustavo Lara (Huanuni, 1932 – Oruro, 2014), quien ya, dos años antes de la revolución nacionalista de 1952, había levantado el notable Monumento del Minero en su ciudad natal.

Si uno se queda en la Plaza con forma circular, se dará cuenta que ésta está flanqueada por cuatro calles y ocho esquinas, y si uno contempla de cerca el monumento, no le queda más palabras que la expresión de asombro: ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!... ¡Qué maravilla!

Las movilidades no dejan de circular, a pesar de las trancaderas en la zona Villa Dolores y los peatones no dejan de transitar por las aceras atestadas de comerciantes que ofrecen sus productos a toda hora, por la mañana, la tarde y la noche, sin importar si está lloviendo, granizando o haciendo un frío helado calándose hasta los huesos.

Juana Azurduy aprendió de niña las faenas del campo, al acompañar a su padre mientras trabajaba, y así entró en contacto con los pobladores originarios, quienes no dudaron en enseñarle el idioma quechua, además de los usos y costumbres de los indígenas de la Real Audiencia de Charcas.

A los 25 años contrajo matrimonio con Miguel Asencio Padilla, el futuro guerrillero independentista, con quien tuvo cinco hijos, que vivieron junto a las tropas patrióticas sufriendo enfermedades y soportando carencias de toda índole. Se dice que, algunas veces, decidida a formar parte en las campañas patrióticas, dejaba a sus hijos al cuidado de conocidos de más confianza e indios identificados con la causa de los patriotas.

El escultor la concibió a la heroína en pleno combate, con la cabellera tendida al viento, el rostro, de piel color cobre, expuesto a las inclemencias del tiempo, la frente altiva y la mirada vivaz y siempre alerta. La hizo montada a la amazona, sujetando las riendas con una mano y con la otra blandiendo un afilado sable, quizás el mismo que le obsequió el prócer Manuel Belgrano, destacándola por su valentía y eficacia de mando; cualidades que, además, le valieron el nombramiento de teniente coronel en el verano de 1816.

En la estatua, que destaca en la zona Villa Dolores de El Alto, tiene la pierna derecha en posición correcta sobre el faldón y abrazada por la ligera curvatura de la corneta fija, hecha de pletina de hierro y forrada con cuero, precipitándose con holgura, sin obstaculizar el movimiento de la cruz y el dorso del caballo.

El escultor la concibió vestida de militar, conservando sus dotes femeninas a pesar de las guerras. Contemplada a la distancia, cualquiera que la imagina en el campo de batalla, puede suponer que lleva una chaqueta militar, una falda larga y una mantilla tipo capa flotando en la nada; las boleadoras al ciento, el sable desenvainado y la bota de montar izquierda ajustada en el estribo de plata.

Su caballo, de buena sangre y alta parada, enjaezado como la de un general, que está entrenado para avanzar al trote y al galope en las pampas, quebradas y montañas, parece estar ensillado con sus arreos de guerra; tiene el freno en la parte posterior de la boca, ladeándole la cabeza hacia abajo, las crines desgreñadas y levantándose sobre sus patas traseras, como si fuese a dar un salto en el vacío, mientras la heroína, con el sable fulgente bajo el sol, está dispuesta a embestir contra las tropas enemigas, que la tienen en la mira, con ganas de saciar su sed de sangre y decapitarla para exhibir su cabeza en la picota del escarnio.

Los realistas sabían que ella, acostumbrada a combatir sin bajar la guardia ni dejar que el enemigo la sorprenda por asalto, estaba al mando de los patriotas dispuestos a derramar su sangre a cambio de conquistar la independencia del virreinato del Río de la Plata. Ellos sabían que Juana Azurduy era la mujer que comandaba a las tropas patriotas, enseñándoles tácticas y estrategias de guerra; no en vano, ella misma se preparaba en artes militares, como cuando luchaba con muñecos de paja atravesándolos con su lanza, lanzando la boleadora por los aires, apretando la mano en la empuñadura de la espada y practicando la equitación al estilo de una amazona, sin temor a sentarse en la silla ni perder el equilibrio, tal como le había enseñado su padre desde que era niña.

El monumento representa a la mujer que lo perdió todo, esposo, hijos y bienes materiales, por ganar una patria grande, independiente y soberana. Se supone que no dejó de luchar un solo día contra el virreinato rioplatense. No es casual que haya participado en la revolución de Chuquisaca, en la batalla de Salta, Vilcapugio, Ayohuma y otras, donde  demostró su denuedo y coraje, incluso cuando en una de las batallas fue herida con dos proyectiles, uno en la pierna y otro en el pecho. Ella, a pesar de las heridas a sangre viva y conteniendo los gestos de dolor, continuaba luchando para no desmoralizar al resto de los guerreros que peleaban como leones contra la dominación española en tierras americanas.

Juana Azurduy, que representó la insurrección de la población indígena y mestiza agobiada por siglos de expoliación colonial, luchó en la región del Alto Perú, desde el norte de Chuquisaca, en el Altiplano, hasta las selvas del sur. Fue líder indiscutible en la organización de un batallón denominado Los Leales y un cuerpo de caballería conformado por veinticinco mujeres, conocido como Las Amazonas de la independencia.

En noviembre de 1925, en su casa de Chuquisaca, recibió la visita del libertador Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, el caudillo Lanza y otros personajes para homenajearla y reconocer su trayectoria. En esa ocasión, el libertador Bolívar se puso delante de los presentes, elogió a Juana Azurduy y dijo: Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre.

Simón Bolívar le ascendió a coronela y le otorgó una pensión de sesenta pesos, que apenas le alcanzaba para comer; lo peor es que dejó de percibirla en 1830, debido a los vaivenes políticos bolivianos. Desde entonces, vivió aislada de las convulsiones sociales y empeñada en recuperar sus tierras confiscadas por los realistas, de las cuales solo le devolvieron, tras la independencia de las antiguas colonias españolas, su hacienda del K’ullko y nada más.

Sus biógrafos aseveran que murió en la miseria y el olvido, el 25 de mayo de 1862, a los 81 años de edad. Sus restos mortales fueron enterrados en una fosa común, con la única compañía de un sacerdote que pronunció una oración. Décadas más tarde, sus restos fueron exhumados y depositados en un mausoleo construido en su homenaje en la ciudad de Sucre.

El monumento, realizado por el escultor Gustavo Lara, es uno más de los homenajes que le rindieron a Juana Azurduy de Padilla en Argentina y Bolivia, como un justo reconocimiento a sus heroicas hazañas en las luchas de independencia americana.

Que el monumento esté ubicado en la plaza que lleva su nombre en la zona Villa Dolores, de la ciudad de El Alto, es un acierto histórico que debe ser valorado por los ciudadanos alteños y los turistas que desean conocer a los personajes que entregaron su vida a la causa patriótica, en el afán de convertirnos en un pueblo libre y soberano.