MICROTEXTOS VI
El api
–¡Oooruro-Oruro-Orurooo! –escuché al campanilla del minibús, anunciando con ese tono particular de
quien sabe cómo engolar la voz.
Me metí en la movilidad, rumbo a la capital
del folklore boliviano.
Una vez en mi destino, caminé raudo al mercado
Fermín López, donde escuché un coro de voces que ofrecían una y otra vez:
–Api....
Api con pasteles o buñuelos... Un vaso de tojorí caliente, caserito... Pase y
sírvase, caserito. Api morado y amarillo, con canela, clavo de olor, anís y chancaca.
Apenas vi el vaso de cristal humeante y el pastel lleno de
queso por dentro y lleno de azúcar molida por fuera, me froté las manos y quedé
gratamente sorprendido:
–¡Humm!
¡Está como para pedirse yapa!
Soy un turista más en la tierra de la diablada, ¡Arr… Arr…
Arr!, donde se debe probar, sí o sí, tanto el tojorí como el api morado y
amarillo, porque quien no se ha servido esta exquisitez hecha a base de maíz
molido, nunca ha estado en Oruro.
Brujerías
Como brujo y
aliado del Diablo, soy capaz de descubrir el nombre y apellido de tu enemigo,
hago que veas su cara reflejándose en el espejo. Te revelo cómo te hizo
embrujar y en qué cementerio te enterraron. Te vengaré y devolveré cualquier
maldad que hayan hecho en tu contra, por envidia o por simple maldad. No en
vano se dice que el mal que se envía a alguien, puede volverse al que lo envió.
Yo, como aliado del amo de las tinieblas, volteo la maldad y elimino al
causante de tu desgracia con rituales de hechicería negra, destruyendo física y
espiritualmente a tu enemigo, a quien lo maldigo y lo entierro con espinos en
el cuerpo, para vengar la desgracia que te causó en vida, rescatándote del oscuro pozo del dolor,
para que triunfes sobre la maldad y seas feliz por el resto de tus días.
Palliris
Las palliris son mujeres jóvenes y adultas,
que trabajan, martillo en mano y a cielo abierto, en la canchamina y los
desmontes, escogiendo las chispas de estaño incrustadas en las granzas que
fueron vomitadas como deshechos por las maquinarias concentradoras de mineral.
La labor es sacrificada, a veces, tienen que arrancar las chispas de estaño
hasta con las uñas. No faltan quienes dejan sus vidas en los campamentos
mineros, como antes la dejaron sus padres y los padres de sus padres. Ellas
viven y luchan para ganar un
salario mínimo y cubrir la canasta familia, aferradas a la esperanza de que sus hijos estudien como sea con tal de
salvarse de la voracidad de la mina, que es una despiadada tragadora de vidas
humanas.
Hijo indeseado
La empleada doméstica,
que era una joven de belleza incomparable, fue desflorada por el patrón y tuvo
un hijo ilegítimo que lo dio en adopción a un matrimonio sin hijos y con buena
posición económica. Todo marchó sin problemas, hasta que un día, cuando el muchacho
alcanzó el umbral de la adolescencia, exigió conocer a sus padres biológicos.
Fue entonces que se enteró que era el hijo de una empleada doméstica y el dueño
de una empresa de bienes inmuebles, quienes prefirieron darlo en adopción a los
pocos días de haber nacido, para evitar un escándalo social en un pueblo chico,
pero infierno grande. El muchacho llegó a conocer a sus padres biológicos y
decidió convertirse en hijo de nadie, en basura de un pueblo que,
efectivamente, era más un infierno grande que un pueblo chico, donde los niños
indeseados eran regalados como animales sin nombres ni apellidos.
Buscar cinco pies al gato
El niño cogió al gato por el pellejo del pescuezo. Lo
levantó a la altura de sus escudriñadores ojos y con una de las manos, le
levantó la erizada cola.
La madre entró en el cuarto y, al ver que el niño
miraba algo debajo de la cola del gato, le preguntó enérgica:
–¡¿Qué haces con el gato?!
–Nada –contestó–. Solo busco la quinta pata del gato.
La
vara mágica
Moisés usó la vara mágica para salvar al pueblo
judío, que también era el pueblo de Dios, de la opresión a la que estaba
sometido en Egipto. Moisés, delante de los ojos del Faraón, tiró la vara al
piso y, ¡zas!, ésta se convirtió en una serpiente que devoró las varas de los magos
presentes en el acto. El Faraón quedó mudo y sorprendido ante semejante
prodigio. Moisés extendió la mano, agarró a la serpiente por la cola y, ¡zas!,
ésta se convirtió otra vez en una vara.
Con la misma
vara, con propiedades milagrosas y divinas, Moisés convirtió las aguas del Nilo
en sangre. Golpeó el polvo del suelo y, ¡zas!, apareció una nube de mosquitos;
la levantó en dirección al cielo y, ¡zas!, empezó a desatarse granizo; la
volvió a levantar y, ¡zas!, del polvo nació un ejército de feroces langostas.
La vara no era un simple trozo de madera, sino un
símbolo del poder de Dios y provenía del Jardín del Edén; más precisamente, del
árbol del conocimiento del saber del Bien y del Mal. No en vano Moisés separó
las aguas del Mar Rojo con esta vara, cuando los judíos huían de Egipto,
perseguidos por un ejército armado hasta los dientes y a galopes de caballo.
Moisés golpeó con la vara contra una roca en el
monte Horeb, famoso por haber sido el lugar donde recibió las dos tablas de
piedra con los Diez Mandamientos, y,
¡zas!, ¡zas!, hizo brotar agua cristalina para saciar la sed de los judíos, que
avanzaban en dirección a la Tierra
Prometida, donde debían fundar la nación del Dios.
Con esta vara milagrosa, que más parecía una varita mágica, nació el realismo fantástico en la literatura, que no fue la invención de la genialidad de un escritor, sino de las fabulosas historias narradas en las Sagradas Escrituras.