jueves, 17 de octubre de 2024
VÍCTOR MONTOYA EN LA I FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO,
ARTE Y CULTURA DE ORURO 2024
El
escritor Víctor Montoya participará como invitado en la I Feria Internacional del
Libro, Arte y Cultura de Oruro 2024, donde dictará
una conferencia en torno a La Narrativa Minera en Boliviana. El evento está organizado por la Gerencia del Campo
Ferial 3 de Julio FNI-UTO. En el lanzamiento público de esta importante
actividad cultural estuvieron presentes las autoridades Departamentales,
Municipales y de la Universidad Técnica de Oruro, junto a los representantes de
Educación y Cultura. La Feria se realizará del 24 al 27 de octubre en el Campo
Ferial 3 de Julio, con el encomiable propósito de fortalecer el hábito de
lectura entre los habitantes de la población orureña y, asimismo, con el
objetivo de contribuir a la difusión de la producción intelectual de los
escritores de los más diversos géneros literarios.
Apuntes sobre el
autor
Víctor Montoya (La Paz, 1958). Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivó desde su infancia en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua, al norte de Potosí, donde compartió la lucha de los trabajadores mineros. Durante la dictadura militar de los años ´70, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en la prisión escribió su libro de testimonio Huelga y represión. Fue exiliado a Suecia en 1977. Es autor de más de una veintena de obras entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz en Estocolmo. Es miembro del PEN-Club Internacional, la Sociedad de Escritores Suecos y la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías nacionales e internacionales. Está considerado como uno de los principales impulsores de la moderna literatura boliviana. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.
lunes, 7 de octubre de 2024
PRESENTACIÓN DEL LIBRO GUILLERMO LORA,
EL ÚLTIMO
BOLCHEVIQUE, VOL. 2
En
la ciudad de El Alto, como era de esperarse, se presentará el libro Guillermo
Lora, el último bolchevique, Vol. 2, del periodista Ricardo Zelaya Medina.
El evento se realizará el martes 8 de octubre, a Hrs. 18:30, en el Centro ALBOR Arte y Cultura (zona Villa
Tejada Rectangular, Av. Cívica N° 517, frente a la iglesia Virgen del Rosario).
Los auspiciadores, junto al autor del libro, dieron a conocer que el escritor
Víctor Montoya será el único comentarista de la obra.
Guillermo
Lora (Uncía, 1922 – La Paz, 2009). Militante y dirigente del Partido Obrero
Revolucionario (POR) –fundado por José Aguirre Gainsborg en1935– desde
principios de la década de 1940 hasta su muerte
Fue uno de los intelectuales e ideólogos que más aportó en Bolivia, con
obras que son de indiscutible valor socio-político e histórico, y verdaderas
contribuciones en el ámbito del sindicalismo nacional y la organización
trotskista, que tanta influencia tuvo en la formación de la conciencia de clase
del proletariado y la formulación del programa revolucionario de los obreros,
campesinos y clases medias empobrecidas.
El
libro, con veinte nuevas entrevistas, elaborado con verdadera pasión y
paciencia por el comunicar y activista cultural Ricardo Zelaya Medina, es una
obra que no deja indiferente a nadie, sean estos militantes o simpatizantes del
POR o contrincantes políticos del líder trotskista, quien jamás traicionó sus
principios ideológicos ni retrocedió un solo milímetro ante las amenazas e
insinuaciones de la burguesía nacional y el imperialismo.
La
obra de Ricardo Zelaya Medina es una buena base y el principal referente para
quien se anime a escribir la biografía completa de Guillermo Lora,
revolucionario profesional y figura descollante en el escenario político de la
izquierda boliviana, no solo porque redactó la famosa Tesis de Pulacayo –documento aprobado en el Congreso Extraordinario
de la Federación
Sindical
de Trabajadores Mineros de Bolivia, en 1946, como el principal programa
sindical de lucha contra los regímenes de la rosca minero-feudal, que plantea
la necesidad de forjar la revolución y dictadura proletarias–, sino también
porque es el autor de la monumental Historia
del movimiento obrero boliviano, cuyos tomos son de lecturas obligaría para
quienes se interesan en conocer las épicas historias de los irreconciliables
enemigos del sistema capitalista.
Este
ideólogo del trotskismo nacional e internacional, además de habernos dejado un
regio legado de su genialidad en 70 tomos, la obra bibliográfica más extensa publicada
por un intelectual boliviano, era un magnífico agitador y panfletista. Publicó
semanalmente, y por más de medio siglo, el periódico orientador y organizador Masas, un panfleto partidista que tenía
–y sigue teniendo– una considerable difusión en las minas, el campo y las
ciudades.
Las opiniones vertidas por los veinte entrevistados, que forman parte de la obra Guillermo Lora, el último bolchevique, Vol. 2, de Ricardo Zelaya Medina, echan más luces sobre la personalidad y compromiso revolucionario del histórico dirigente del Partido Obrero Revolucionario (POR).
miércoles, 2 de octubre de 2024
EL
CHOCO DE CIUDAD SATÉLITE
Cualquiera
que cruce por la Plaza Bolivia, ubicada frente al Mercado Satélite de la ciudad
de El Alto, verá en un predio cercado por barras metálicas, bajo la sombra de
un árbol de tronco torcido, una plaqueta cuyo texto reza: Choquito, amigo fiel, te ganaste el cariño de todos los que te
conocimos. Esta esquina fue tu morada y perdiste tu vida por defenderla. Nunca
te olvidaremos. Siempre estarás en nuestros corazones. Eres el ángel de los
perros abandonados. 22 de octubre 2024.
El
perrito se llamaba Choco –pero le decían Choquito, en diminutivo y con cariño–,
porque lucía castaño pelambre desde la cabeza hasta las patas; era de raza
mestiza y de regular parada, de esos que son vivaces, armoniosos, valientes y
desbordantes de vitalidad, Alcanzó su plenitud cuando aprendió a vivir en la
calle, como basura de nadie. Creció desde cachorro en la plaza principal de
Ciudad Satélite; tenía la mirada tierna y algo triste, el ladrido grave y
potente, pero no mordía a nadie, respiraba cariño por todos los poros del
hocico y batía el rabo al contacto de la primera caricia.
Choco
era un animal juguetón desde siempre, adoraba a chicos y grandes, estaba
siempre dispuesto a defenderlos de las acciones delictivas de los malhechores.
Soportaba la diablura de los niños y las majaderías de los adultos; era
tolerante con los bebedores consuetudinarios y huidizos con las personas
acostumbradas a la práctica constante del maltrato animal.
Los
vecinos de la zona lo querían, quizás, más que a sus propias mascotas.
Confesaban que era un fiel amigo de quienes lo trataban con cariño y le daban
de comer, incluso quitándose de la boca, lo mejor de lo mejor. Él no aceptaba
huesos ni restos de comida, prefería las hamburguesas especiales y los pollos
al espiedo. Más de un vecino, solo para mimarlo y mostrarle su afecto, accedía
a sus gustitos y se rajaba algunos
pesos.
Los
y las comerciantes del Mercado Satélite cuentan que Choquito era cariñoso y
manso con las personas que le dispensaban su cariño y era esquivo con las
personas que lo maltrataban, como con aquellos que, a sus 13 años, lo hirieron
a puntapiés y cuchilladas, intentando arrebatarle la vida; dramática situación
a la que sobrevivió gracias al oportuno socorro de unos buenos vecinos y la
oportuna intervención de un buen veterinario, quien logró rehabilitarlo y
ponerlo otra vez con las patitas en la calle.
Si
alguien quería adoptarlo, el perrito se hacia el esquivo. Si alguien se lo
llevaba a casa, el perrito se daba modos de huir al primer descuido. Estaba
acostumbrado a vivir en la calle como un vagabundo, más bien, como un
vagamundo. Así vivió por muchos años, hasta que una de esas noches, en que todo
transcurría de manera normal, un antisocial de instintos criminales, que desde
hace tiempo lo tenía en la mira, lo abordó por atrás y le asestó, con
ensañamiento y alevosía, un certero cuchillazo en el cuello. El perro lanzó un
chillido de dolor y, de pronto, se tumbó contra el suelo. Ahí nomás se apagó su
potente y sonora voz, como un eco que muere ahogado entre los borbotones de
sangre que empapaban su apelmazada pelambre.
Al
clarear el día, los peatones lo encontraron tirado en la plaza y nadie pudo
hacer nada para devolverlo a la vida. La gente lamentó su muerte, las protestas
no se dejaron esperar, los corazones se rompieron, de los ojos brotaron
lágrimas de impotencia y de hondo pesar; peor aún cuando se supo que no se
identificó al criminal, quien fugó de la justicia que podía haberle sancionado con privación de libertad
de dos a cinco años y una multa de treinta a ciento ochenta días, siempre y
cuando las autoridades hubiesen cumplido con lo establecido en la Ley contra
los biocidas.
La
muerte de Choquito causó un hondo pesar entre los vecinos de Ciudad Satélite, donde su ausencia dejó un vacío
irremplazable. No obstante, a modo de honrar su memoria, los animalistas y vecinos se pusieron de
acuerdo para levantar un monumento en bronce en honor al perrito que se hizo
querer como si fuese un miembro más de la familia. Todos lo recordaban con
mucha emoción y aseguraban que fue un gran ejemplo de valentía. Se decía que,
en repetidas ocasiones, salvó a personas que estaban a punto de ser asaltadas
por individuos de conducta delictiva. Para muchos era el perro guardián por
excelencia de la Plaza Bolívar y el Mercado Satélite, no sólo porque cuidaba y
defendía a las personas que sufrían el ataque de los violentos, sino también
porque vigilaba los puestos de venta de las y los comerciantes.
La
estatua de Choco, realizada por un escultor amante de los animales y enemigo de
los biocidas, está emplazada en medio de la calle de doble vía, sobre un
pedestal de aproximadamente un metro y ochenta centímetros de alto, con la pose
de un héroe querido y admirado por los vecinos de uno de los barrios más
conocidos de la ciudad de El Alto.
El
escultor lo hizo con la pelambre ligeramente ondulada, las orejas plegadas, el
hocico respingado, las extremidades posteriores flexionadas, la cabeza altiva,
la frente plisada, los ojos melancólicos y la mirada tendida en el horizonte,
como vigilando a los peatones y el tráfico vehicular de la Avenida Satélite
Al
lado de la estatua hay floreros de cerámica, cuyas flores se cambian de cuando
en cuando, y al pie del pedestal no faltan los ramilletes de otras flores
dejadas por las personas que lo conocieron y gozaron de su presencia mientras
estaba vivito y coleando.
En la parte superior del blanquecino pedestal,
cuyas partes laterales están estampadas con las huellas de unas patitas
caninas, destaca una plaqueta donde se lee:
Organización de
Voluntarios al Rescate de Animales. En memoria de nuestro amigo fiel Choquito y
miles más que viven en las calles para que otro tenga la suerte de poder vivir
y descubra el calor de una flia. ¡Salvar a un animal no cambiará el mundo, pero
sí cambiará el mundo de ese animal! Gracias vecinos de C. Satélite. El Alto,
mayo 8 del 2016.
Es
evidente que el cariño de la gente por este perro callejero, que tuvo una vida
azarosa y una muerte trágica, era –y es– tan grande que no puede describirse
con palabras, como tan grande es el rechazo a los actos criminales de algunos
inadaptados sociales.
Ahora
bien, con más o menos reflexiones, lo único cierto es que este perrito tenía
sentimientos más nobles que los de su asesino, quien, probablemente, antes de victimarlo,
pensó para sus adentros: perro muerto, no
ladra ni muerde, y luego actuó de manera despiadada, como cualquier
forajido que tiene el corazón duro como una piedra.