¿SUECIA?
Como muchos
latinoamericanos que nunca salieron de sus países de origen ni abrazaron las
esperanzas de llegar a Europa, debido a la pobreza y la mentalidad provinciana,
ignoraba la ubicación geográfica exacta de cada una de las naciones del Viejo
Mundo.
Así, en mis años mozos,
cuando aún no había culminado mis estudios de secundaria y me encontraba
encerrado entre los gruesos muros de la cárcel, desconocía olímpicamente la
existencia de Suecia, acaso ni se me pasó por la mente que estuviese ubicada en
el techo del mundo y que un día llegaría a constituir mi segunda patria, pues
desde cuando llegué en calidad de refugiado político, me abrió sus brazos
solidarios y me adoptó como a uno más de sus ciudadanos, con las mismas
responsabilidades y los mismos derechos.
Al cumplirse tres décadas
desde cuando pisé esas tierras, como un conquistador sin espada ni coraza,
llegó el instante de contarles que, una mañana de cielo despejado y aire
fresco, el carcelero, fumando como todos los días, me entregó un sobre por la
ventanilla de la celda.
–Es la segunda carta que
te llega desde el extranjero –dijo–. No sabía que tenías tantos contactos...
Abrí el sobre con una
sensación extraña y verifiqué que la carta, proveniente de la oficina de
Amnistía Internacional en Estocolmo, me confirmaba que un grupo de trabajo
decidió adoptarme como a uno de sus presos de conciencia y que pronto me
enviarían los pasajes, con la fecha y hora exactas de mi partida.
Ese día no comí ni salí
de la celda. Me lo pasé pensando en el viaje y en ese país desconocido.
Por la noche, acurrucado
en un rincón de la celda, no pude relajarme ni entregarme al sueño. No me
abandonaba la inquietud de saber dónde quedaba Suecia, un nombre que en mis
oídos sonaba a Suiza. Así amanecí, sin pegar las pestañas y con el deseo
irresistible de preguntárselo al carcelero, quien, antes de ingresar a trabajar
como agente en el Ministerio del Interior, decía haber dado la vuelta al mundo
a bordo de un trasatlántico.
Cuando el carcelero abrió
la puerta, con el fin de ventilar la celda, aproveché para dispararle la
pregunta:
–¿Sabes dónde queda
Suecia?
–Allí donde el diablo
perdió el poncho –contestó, mientras encendía un cigarrillo y su mirada
recorría la celda.
–¿Suecia es lo mismo que
Suiza?
–Suiza es el país donde
están los bancos y los relojes –dijo–, donde se habla francés, italiano y
alemán, pero no suizo.
–Entonces, ¿Suecia y
Suiza son países diferentes?
–Claro que sí, huevón.
Suecia es el último paraíso en la Tierra, donde hay mujeres de pelo rubio y
ojos azules como el cielo, que andan desnudas en verano y abrigadas con pieles
en invierno. Además, si Suiza está en la parte central de Europa, Suecia está
cerca del Polo Norte.
–¿Entonces Suecia es el
país donde viven los esquimales?
–No –contestó
categórico–. En Suecia no hay pingüinos patinando sobre el hielo ni osos
polares tendidos en la punta de un iceberg. Suecia es el país donde primero
habitaron los vikingos y después los inmigrantes con sus reyes y sus reinas.
Actualmente es una sociedad moderna. Allí está la cuna del Absolut Vodka, de la
LM Ericsson, de IKEA, de la Volvo...
–¿Y en qué más se
diferencian Suiza y Suecia? –pregunté cortándole la palabra.
–Suiza es un país con
cadenas montañosas como Bolivia, en cambio Suecia es un archipiélago lleno de
lagos, bosques y canales, donde la gente vive en medio de la abundancia. En
otras palabras, confundir el nombre de Suecia con Suiza es como confundir el
canal de Panamá con el canal... Ya sabes de quién, ¿no?
Lo miré confundido, sin
saber si me lo decía en broma o en serio.
El carcelero, fumando y
sin moverse, me miró con un halo de sospecha y dijo:
–¿Y por qué me preguntas
tanto?
–Porque Amnistía
Internacional me ofreció asilo político en Suecia.
–Así que te irás al país de
los vikingos –asintió. Lanzó una bocanada de humo cerca de mi cara y
prosiguió–: Y me puedes decir, ¿quién te espera allí?
Quedé mudo por un
instante. Luego contesté:
–No lo sé. Apenas tengo
una dirección y un número telefónico.
El carcelero se retiró de
la puerta. Arrojó la colilla del cigarrillo y dijo:
–El exilio, a veces, es
como un viaje sin retorno, como un pasaje de ida pero no de vuelta...
Lo seguí con la mirada,
hasta que desapareció en la celda contigua, donde metieron a otro preso, las
manos esposadas y la cabeza encapuchada.
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