jueves, 25 de junio de 2015


EL COMPROMISO SOCIAL DE NÉSTOR TABOADA TERÁN

Néstor Taboada Terán, considerado uno de los grandes referentes de la literatura boliviana del siglo XX, escribía siempre a pulso, de manera disciplinada y hasta casi obsesiva. No en vano se consideraba un escritor, más que de vocación, de nacimiento. Toda una vida dedicada a cultivar el arte de las letras y a relatar historias desde la cuna de nuestros ancestros hasta los acontecimientos más trascendentales de nuestra época. Su vasta producción literaria, escrita en diversos géneros y con una temática multifacética, confirma el potencial creativo y el amplio bagaje cultural de este autor, quien supo palpar por medio de la intuición los secretos y las adversidades de la condición humana.

Néstor Taboada Terán, que conocía los mitos y las leyendas de las culturas originarias, era un historiador literario, un acucioso investigador de los usos y las costumbres de un país multicultural, donde lo blanco, lo indio, lo negro y lo mestizo, aparte de conformar un mosaico rico en matices antropológicos, confluían en una sola fuente de la cual se nutrían tanto los pintores como los escritores de todos los tiempos.

Como todo autor de origen humilde y honda sensibilidad humana, rechazaba las injusticias sociales y las discriminaciones raciales, que siguen siendo verdaderas cuñas en la conformación de la identidad nacional y en la estructuración de una sociedad más justa. Estaba comprometido con su realidad y su tiempo; una toma de posición revolucionaria que lo llevó a sufrir la persecución y el exilio. No en vano alguna vez, al relatar la travesía de su nacimiento, dijo: Fui un perseguido desde mucho antes de que nazca en la calle Ballivián, casi Loayza, a dos cuadras de la Plaza Murillo y en la casa de un terrateniente yungueño, en la que los afrobolivianos tenían  la costumbre de llevar fruta y alegría como ofrenda a los recién nacidos; algo que ocurrió en su caso cuando llegó al mundo, un 8 de septiembre de 1929.

Cuando tenía tres años de edad, murió su padre en la Guerra del Chaco; un acontecimiento que marcó su vida y al que volvió repetidas veces en su creación literaria, quizás, como una forma de recrear, con el golpe de la imaginación, los mismos escenarios y personajes retratados en su novela El signo escalonado (1975), o, quizás, como una forma de saldar cuentas con un pasado que destrozó su infancia, como la de tantos niños que quedaron huérfanos durante la contienda bélica tramada por interese foráneos entre Bolivia y Paraguay.
  
De obrero gráfico a prolífico escritor

En su adolescencia, mientras trabajaba de día y estudiaba de noche, colaboró con un medio de prensa, pero como no recibía remuneración alguna por su trabajo, se vio obligado a aprender el oficio de linógrafo en las imprentas de su ciudad natal, como quien ensaya los avatares de la existencia antes de dedicarse a la literatura a tiempo completo.

En los talleres de la imprenta conoció las necesidades de la clase obrera, de ese proletariado que dio lecciones de vida y de lucha a todo un pueblo que pugnaba por romper las cadenas de la opresión capitalista y liberarse de los látigos del imperialismo. En esos mismos talleres conoció también a varias personalidades del ámbito cultural y literario, como al escritor peruano Gamaliel Churata, quien, aparte de haber sido integrante de la primera generación de Gesta Bárbara y apologista del ideólogo marxista José Carlos Mariátegui, ejercía como periodista en Última Hora y  vivía como inquilino en los talleres de la imprenta.

Está claro que Taboada Terán nunca dejó de ser un combatiente, un rebelde con causa y un trabajador de la cultura que sólo buscaba salvar al mundo con lo que mejor sabía hacer: escribir desde el fondo del corazón y con los ideales de la justicia social puestos en los procesos de cambio, demostrando que la lucha de los desposeídos seguía vigente y que los trabajadores estaban siempre batallando por conquistar un futuro mejor.

Su cuento Claroscuro, que lo afianzó en su interés por convertirse en un hombre de letras, lo escribió en 1948, y con él ganó el concurso literario estudiantil del Colegio Nocturno Simón Bolívar. El cuento, que gira en torno a las penurias de un niño pobre y trabajador que pierde a su madre en circunstancias adversas, se publicó con el prólogo de su profesor Nicolás Fernández Naranjo, un prestigioso gramático y sacerdote católico, que fue excomulgado por la Iglesia hasta la quinta generación por casarse con una docente cochabambina.

La masacre minera de Catavi

A los 31 años de edad publicó su primera novela emblemática El precio del estaño (1960), galardonada con Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura conferida por el Ministerio de Educación y Bellas Artes. No era para menos, debido a que este libro, escrito con compromiso social y en tono de protesta, lo llevó a transitar por las tierras áridas del norte de Potosí, donde constató el dolor y la desolación de las familias mineras, para luego describir, con asombrosa veracidad y destreza estilística, la masacre del 21 de diciembre de 1942, que tuvo lugar en las pampas de Catavi, hoy conocidas como los Campos de María Barzola.

La matanza fue ejecutada pese a las recomendaciones que hiciera el presidente de la República, general Enrique Peñaranda, al mayor Gualberto Villarroel, comandante accidental del Regimiento Sucre 2 de Infantería, de no utilizar balas de guerra sino de fogueo en la represión de los huelguistas, quienes reclaman sus justas demandas en circunstancias en que la empresa del magnate minero Simón I. Patiño, que estaba al servicio de los intereses imperialistas, bajó los salarios a niveles de hambre y amenazó con abolir el libre ejercicio del fuero sindical.

Con esta historia novelada, Taboada Terán se inscribió con paso de parada en la corriente de la literatura del realismo social boliviano, convencido de que la novela está más cerca de la realidad viviente que de la misma historia o, dicho a su manera: Novelando la historia se interpreta más correctamente la realidad; una postura que asumió en la elaboración de sus posteriores novelas, como en No disparen contra el Papa, Angélica Yupanqui, marquesa de la conquista y La tempestad y la sombra, en las que los episodios de ficción no comprometen los elementos realistas y esenciales de los relatos.

Actividad cultural en Oruro

En Oruro, donde intensificó su carrera literaria, fue director del departamento de extensión cultural de la Universidad Técnica de Oruro (UTO, 1964-1968) y publicó la revista Cultura Boliviana, que fue un formidable espacio para los escritores noveles y consagrados. En esta misma universidad, cuya extensión cultural convocó en 1984 a un concurso literario después de algunos años de inactividad, integró el jurado en la categoría de cuento, junto a Alberto Guerra Gutiérrez y otros. Ese mismo año fue de gratas sorpresas para quien escribe estas líneas, puesto que el jurado decidió conceder el primer premio a mi cuento Días y noches de angustia, cuya temática abordaba los atropellos de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez contra sus opositores políticos, en coordinación con las fuerzas represivas de la ya tristemente famosa Operación Cóndor.

Taboada Terán conocía la temática no sólo porque experimentó en carne propia la represión, sino también porque vivió exiliado en Argentina entre 1972 y 1979, luego de que el régimen de facto quemó su biblioteca personal en la Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba y, como pasó con cientos de bolivianos que tomaron el camino del exilio, se vio forzado a abandonar el país, declarado como un elemento peligroso y una persona no grata para el régimen dictatorial.

El exilio en Argentina

En Argentina escribió Manchay Puytu, el amor que quiso ocultar Dios (1977), cuya primera versión, proveniente de la tradición oral y la cosmovisión andina, la escuchó en labios de su madre. Se trata de un drama de desgarros e identidades confrontadas, que desnudan el mestizaje a través de un amor prohibido entre una mujer indígena de ascendencia noble y un sacerdote de origen quechua, quien, tras la muerte de la mujer amada, desentierra su cadáver en un intento por devolverla a la vida; la baña, la perfuma y la enjoya. Y, al no lograr su propósito, actúa como poseído por el demonio, le saca la tibia de una pierna y con ella hace una quena para interpretar un yaraví de lamento ante el asombro y espanto de una iglesia inquisidora.

A su retorno a la tierra que lo vio nacer, publicó El Quijote y los perros, una antología del terror político que reúne los relatos de varios autores. Y, sin dejar de criticar a los gobiernos que asolaron el país, quiso dejar un testimonio de la tragedia boliviana a través de sus historias noveladas. Él mismo, en una de las tantas entrevistas que le hicieron, a veces con la intensión capciosa de tacharlo de revisionista de la historia, manifestó que él escribía sus obras con un contenido de corte realista (...) Yo no utilizo la historia oficial, yo hago mis propias investigaciones...

Militante de la izquierda

En su juventud militó en el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR) y, posteriormente, simpatizó con los postulados del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó en la revolución de 1952, junto a varios intelectuales comprometidos con la causa de las mayorías nacionales, como Sergio Almaraz, René Zavaleta Mercado, Carlos Montenegro y otros. Asimismo, participó en la fundación de la Central Obrera Boliviana (COB) y se vio homenajeado como trabajador gráfico e intelectual progresista, al ser designado responsable del periódico Rebelión, al lado de Enrique André y Waldo Álvarez, primer ministro de trabajo en el gobierno socialista del coronel David Toro.

Escribió a espaldas de la fama y el dinero, y en contra de la voluntad de las clases dominantes, que usaron desde siempre a algunos escritores como a sus escribanos personales. Taboada Terán estaba hecho de otro material y con otro temple; era un ejemplo para quienes escribían con libertad sobre la libertad y un paladín de las causas justas. Jamás ocultó sus ideales socialistas y jamás dejó de tener el corazón puesto al lado de las aspiraciones de los más desposeídos, consciente de que la liberación y el destino de un pueblo no estaban en manos de las oligarquías, sino en manos del mismo pueblo.

A lo largo de su vida se enfrentó a esa cáfila de entreguistas de nuestros recursos naturales y no se cansó de repetir que los cambios radicales del país pasaban por la descolonización y la revolución cultural. Su compromiso con las fuerzas del cambio quedó probado, por ejemplo, cuando estuvo en la Plaza de la Revolución de la Habana, donde cantó “La Internacional” con el puño en alto: arriba los pobres del mundo. De pie los esclavos…, y cuando se entrevistó con algunos de los ideólogos de la izquierda latinoamericana, como sucedió en Santiago de Chile, donde conversó con Salvador Allende, presidente socialista hasta el día en que lo tumbó el dictador Augusto Pinochet, en septiembre de 1973.


Un cordial encuentro

Lo encontré en Cochabamba, en ocasión del Quinto Foro de Escritores Bolivianos, que se desarrolló en el Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño, entre el 22 y 23 de julio de 2011. Se me acercó con un cansino andar, un saludo cordial y una sonrisa que se dibujaba debajo de sus bigotes recortados al estilo Zdanov. Estaba con su infaltable gorro y sus gruesos anteojos caoba; lucía un saco oscuro, una camisa blanca y una corbata a cuadros. Entablamos una amena conversación, mientras las arrugas tatuadas en su rostro daban testimonio de un hombre que había aprendido a vivir con intensidad y sabiduría. Aún tenía la mente lúcida y el don de un conversador nato. Hablamos sobre los cambios políticos que se estaban produciendo en el país y, como es natural, de los nuevos proyectos literarios que tenía en preparación. Me confesó que tenía en marcha sus memorias y una antología de los mejores trabajos poéticos que se publicaron en Bolivia.

Antes de despedirnos, me pasó su tarjeta de presentación y quedamos en reencontrarnos en La Paz, donde, según me dijo, trabajaba como Consejero Cultural del Banco Central de Bolivia y tenía una oficina en la calle Ingavi 1005. Pero el reencuentro no fue posible, porque tuve que retornar a Suecia a los pocos días de haberse realizado el Quinto Foro de Escritores. Sin embargo, como recuerdo de ese encuentro que se dio de manera amigable y casual, conservo una fotografía que nos tomó el periodista y bibliógrafo Elías Blanco Mamani en los predios del Palacio Portales de Patiño, donde se efectuó una exposición de libros de varios autores nacionales.

Su legado y su muerte

Ahora que la muerte se lo llevó, el pasado 8 de junio de 2015, a los 86 años de edad, tras haberse enfrentado a varios problemas de salud y haberse negado a ingerir sus medicamentos en los últimos días de su vida, sólo me queda sumarme al lamento de quienes leímos su obra con infinita pasión y rendirle un sentido homenaje a su memoria, porque Néstor Taboada Terán será siempre el portavoz de los de abajo, el prolífico autor del realismo social y el escritor que supo trocar el sufrimiento humano en auténticas joyas de la literatura boliviana; más todavía, puedo aseverar que los escritores de su talla no se van para siempre de este mundo, pues dejan las huellas de sus pasos por la vida y nos dejan un legado imperecedero estampado en sus obras, a través de las cuales reviven una y otra vez en manos de sus lectores.

lunes, 22 de junio de 2015


VÍCTOR MONTOYA EN HOMENAJE A LOS CAÍDOS
EN LA MASACRE MINERA DE SAN JUAN

El Archivo Regional Catavi, que forma parte del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), creada mediante DS. 27490 del 14 de mayo de 2004, como proyecto de Inversión Pública, tiene la misión de recuperar, organizar, custodiar, preservar y difundir los fondos documentales de la Corporación Minera de Bolivia y las heredadas de las ex empresas nacionalizadas.

En este contexto, el Archivo Regional Catavi, en cumplimiento de sus actividades dedicadas a difundir todo lo concerniente a la minería, está organizando un acto de homenaje a los caídos en la Masacre de San Juan, un luctuoso acontecimiento que fue perpetrado por el régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, con el asesoramiento de los mercenarios de la CIA, la madrugada del 24 de junio de 1967, en los distritos mineros de Siglo XX, Llallagua, Cancañiri y Catavi, ubicados al norte del departamento de Potosí.

Víctor Montoya, junto a Edgar Huracán Ramírez y Luis Oporto, será uno de los conferenciantes que abordará el tema de la masacre minera desde la perspectiva de la recuperación no sólo de la memoria histórica del movimiento obrero boliviano, sino también desde la necesidad de rescatar la rica tradición cultural del proletariado minero, cuyos triunfos y derrotas están registrados en las obras de los pintores, poetas, músicos y escritores de todos los tiempos.

Víctor Montoya es uno de los escritores bolivianos que ha sido testigo de la Masacre de San Juan, a la edad de 9 años, y uno de los narradores que ha hecho del mundo minero su eje temático, con obras que reflejan las luchas sociales de este sector y, sobre todo, los mitos y las leyendas de la cosmovisión minera, que giran en torno a la presencia del Tío (dios y diablo) en los oscuros socavones y el imaginario popular.

La encargada del Archivo Regional Catavi, Lourdes Peñaranda Morante, dijo que este evento forma parte de un ciclo denominado Rescate y conmemoración de la memoria histórica de los trabajadores mineros. Asimismo, manifestó que el Archivo Regional Catavi tiene la misión de rescatar y preservar para la posteridad toda la documentación perteneciente a la Corporación Minera de Bolivia, en general; y a la Empresa Minera Catavi, en particular.

El acto de homenaje a los caídos en la Masacre de San Juan, uno de los trágicos hechos escritos con sangre minera en las páginas de la historia nacional, se realizará el 23 de junio, a Hrs. 16:00, en el Paraninfo Galo Luna de la Universidad Nacional Siglo XX (Llallagua).

martes, 9 de junio de 2015


ALICIA EN EL PAÍS DE LA FOTOGRAFÍA

Ésta es la fotografía de Alicia Pleasance Liddell, la segunda hija del rector de la Christ Church College de Oxford, donde Lewis Carroll ejerció la cátedra de matemáticas y lógica, a poco de haber cursado estudios de teología y ciencias exactas en una de las instituciones más prestigiosas de Inglaterra.

La fotografía, que revela a Alicia disfrazada de niña mendiga, fue tomada hacia 1860, época en la cual nuestro afamado escritor, cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), dio muestras de poseer una inteligencia capaz de romper con la lógica formal y penetrar en el mundo fantástico de la imaginación infantil, donde él mismo se sentía como un niño grande y juguetón, cargado de una cámara fotográfica que le permitía trabajar en condiciones análogas a la de los pintores, no sólo porque empleaba trípodes para fijar las imágenes, sino también porque jugaba con la luz y la sombra en procura de atrapar la imagen en su punto más preciso.

De la serie de fotografías de niñas que hizo Lewis Carroll, probablemente ésta sea la más sugerente, la que mejor nos acerca a la protagonista principal de sus cuentos, pues nos muestra a una Alicia modelo, posando ante la cámara que la registra entera, con el pie izquierdo apoyado en la tapia y enseñando un objeto esférico en el cuenco de la mano. La niña está apoyada contra la pared ligeramente desconchada y en medio de las trepadoras habidas en el patio de la casa donde vivía la familia Lideell.  Alicia, al igual que los niños mendigos en las novelas de Charles Dickens, lleva un vestido precipitándose en jirones, mientras las hilachas se le desparraman a la altura de las rodillas. No obstante, a pesar de su aspecto de niña pobre, luce los ojos serenos y transparentes, cuya mirada dulce irradia un aura de inocencia sobre su rostro angelical.

¿Qué pensaría Lewis Carroll? ¿Qué Alicia era un personaje arrancado del mundo de la ficción o la abstracción onírica de un amor platónico? Nunca se llegará a saber, salvo el hecho de que este matemático de espíritu infantil, que mostró el asedio tenaz de su rigurosa sobriedad intelectual, es el autor de dos de los libros más famosos de la literatura universal.

Los biógrafos cuentan que este pastor anglicano, solterón y retraído, tenía una profunda sensibilidad humana y un gran interés por los niños y niñas, quienes lo aceptaban como un compañero más en el laberinto de sus juegos, a condición de que les encantara con sus cuentos de Nuncanunca, mientras trazaba extrañas figuras sobre el papel, a modo de ilustrar las ocurrencias de su fantasía; un talento de cuentista y dibujante que se plasmó definitivamente aquella tarde soleada y gloriosa -según los meteorólogos fría y lluviosa-, de un 4 de julio de 1862, en que salió a dar un paseo en barca por el río Támesis, desde Oxford hasta Goldstow, en compañía de Alicia Liddell y las dos hermanas de ésta. Fue entonces, en un Londres de aire húmedo y cielo gris, cuando nació el cuento de Alicia en el país de las maravillas, como nacen las obras maestras tras una larga meditación

Recuerde el lector que todo comienza cuando Alicia, según la representación onírica de Lewis Carroll, está a punto de quedarse dormida bajo la copa de un árbol. De súbito, oye una voz: ¡Oh, señor, va a llegar tarde! Alicia abre los ojos y divisa a un conejo blanco llevando un reloj con leontina en el chaleco, guantes de cabritilla en una mano y un abanico en la otra. Alicia, quien jamás ha visto un conejo que habla y viste como la gente, lo sigue hasta una madriguera, donde ella se hunde bruscamente sobre un montón de ramas y hojas secas; claro está, la madriguera está hecha de magia y fantasía, porque mientras Alicia bebe el contenido de una botella, que lleva una etiqueta con la palabra: bébeme, decrece tanto que siente apagarse como una vela. Cuando come un pastel, cuya etiqueta dice: cómeme,  crece con desmesura y siente que el cuello se le alarga como el mayor telescopio del mundo.

Así se suceden las aventuras en el país de las maravillas, sin que Alicia esté impresionada por las relaciones extrañas que mantienen los animales, las plantas y las cosas, hasta que por fin sale del sueño para meterse en otro a través del espejo. Es aquí, en el país del espejo, donde Alicia hace de reina encantada, queriendo cruzar los escaques de un gigante tablero de ajedrez, donde aparece el caballero blanco, montado sobre un corcel ataviado con arreos de guerra, dispuesto a defenderla de las amenazas del caballero rojo, quien quiere hacerla prisionera. Pero como el caballero blanco, que representa a Lewis Carroll, no está resignado a perder a su reina, se enfrenta al caballero rojo en un feroz combate, hasta que Alicia, en medio del relincho de los caballos y el choque estridente de las lanzas y armaduras de hierro, celebra la victoria del caballero blanco, quien le salva la vida y la hace su reina por el resto de sus días.

Lewis Carroll descarga su tensión en el mundo de los sueños y juega con las dimensiones de sus figuras, inspirado en sus conocimientos de matemáticas y lógica formal. Otro elemento lúdico manejado con maestría es el lenguaje, un lenguaje que relativiza hasta los aspectos más sólidos de la realidad, que se escamotea por medio de sinónimos, homónimos, seudónimos, curiosidades y paradojas científicas, un juego lingüístico que lo sitúa entre los precursores del dadaísmo y el surrealismo. A pesar de todo, el gran valor de Lewis Carroll estriba en que no escribió manuales de historia ni zoología, sino libros que recrean la imaginación de los niños, sobre la base de un mundo ficticio donde se confunden la realidad y la fantasía.

Lewis Carroll fue el artista de la palabra, del dibujo y la fotografía, en tanto Alicia, la hermosa y tierna Alicia, fue la musa que lo inspiró. Sin ella, probablemente sin esta niña en blanco y negro, nunca hubiésemos tenido la oportunidad de conocer esas magníficas obras tituladas: Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, dos joyas literarias que se destilaron en la mente de quien, además de dominar las leyes abstractas de las matemáticas, el álgebra y la geometría, sabía encandilar la fantasía de los niños con cuentos que sólo él podía inventar a las mil maravillas.

Hasta aquí todo parece estar revelado, excepto el misterio que encierra esta imagen captada en el país de la fotografía.

lunes, 1 de junio de 2015


EL ACHACHI MORENO

La presencia africana en Bolivia ha fortalecido, desde los albores de la colonia, la identidad cultural de la nación andina y, en consecuencia, el rico acervo folklórico que hoy encuentra su mayor expresión a través de la danza de los negritos, tundiquis y morenos, cuyos ritmos y coreografías impresionan a propios y extraños.

El Achachi Moreno, aparte de personificar al caporal negro en la mita y encomienda, luce uno de los trajes más espectaculares del fastuoso Carnaval de Oruro, declarado por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, y en la festividad del Señor del Gran Poder.

La danza de la morenada, basada en el ritmo monótono producido por las matracas, trasunta la penosa marcha de los esclavos encadenados que, una vez capturados y vendidos por los negreros, fueron introducidos en la explotación de los yacimientos de plata en Potosí, donde fueron flagelados tanto por el frío del altiplano como por el látigo de los caporales, que en el Carnaval son representados por otra de las fraternidades cuya danza, mediante saltos, desplazamientos ligeros y haciendo chasquear el látigo en el aire, simboliza la capacidad de mando y control que los caporales tenían sobre los esclavos negros.

El Achachi Moreno, casi siempre a la cabeza de la tropa, avanza a paso lento pero seguro, secundado por un grupo de morenos y chinas morenas que, contorsionando el cuerpo al compás de las matracas de maderas y quirquinchos, exhiben llamativas polleras de gró, vaporosas blusas, botas bordadas y sombreros bombines adornados con plumas de aves tropicales. Las chinas morenas, que no representan necesariamente el doloroso tránsito de los esclavos encadenados, reviven la leyenda oral sobre las hazañas de la negra María Antonieta, quien, a tiempo de rebelarse contra el poder del amo europeo, se valió de su belleza y sus encantos en procura de seducir al caporal, su amante forzoso, y liberar a los esclavos de su condición infrahumana.

Las piezas del traje de la morenada se diferencian de acuerdo a la jerarquía de cada danzante dentro de la tropa. Los vasallos llevan botas de caña alta, un saco como tonelete y un pollerón de tres secciones cónicas, hechos con hilos de Milán y filigranas de plata, al igual que los puños y las hombreras. El Rey Moreno, moviéndose entre quienes lo admiran y le rinden honores, se distingue por la corona y la capa, cuyas hombreras están bordadas con hilo brilloso, pedrería, lentejuelas y perlitas, y los bordes adornados con cristales en racimos. Los motivos decorativos de su traje representan animales fabulosos: dragones, serpientes, lagartos, cóndores y otras alimañas propias de la inventiva de los bordadores que, por su dedicación y experiencia,  han convertido su oficio de artesanos en un arte entre las artes.

El Achachi Moreno, cuyo caparazón termina en una cola de saurio, es el único que lleva una máscara de dimensiones mayores, un cetro y un látigo en las manos, como símbolos de mando y autoridad. No en vano sus parciales le llaman intocable. La máscara del Achachi Moreno, sobreponiéndose a la contextura del cuerpo con una apariencia de monstruo infernal, representa los rasgos exagerados de la raza negra; una característica propia de la máscara del moreno: ojos saltones, labios gruesos, lengua colgante, peluca encarrujada y cachimba entre los dientes blancos y apretados.

La máscara del Achachi Moreno, por su forma y tamaño, refleja, de manera consciente o inconsciente, la personalidad del danzante, debido a que la máscara no sólo oculta el verdadero rostro de quien la usa, y a través de la cual adquiere una personalidad diferente, sino también la revela con todas las connotaciones sociales y económicas de su rango, pues la máscara simboliza lo que somos o creemos que somos. Así, en el Achachi Moreno se funden la máscara y el rostro en una correlación recíproca, dejando al descubierto la posición socioeconómica del danzante.

El traje del Achachi Moreno, bordado con filigranas que simbolizan las riquezas minerales, además de ser la plasmación mítica del imaginario popular, es una de las joyas del folklore boliviano, donde la mezcla entre la tradición cristiana y el paganismo ancestral han dado origen a un sincretismo religioso que, en opinión de los especialistas, es la mejor expresión del llamado realismo mágico en el continente americano.

Cómo no admirar este producto de la fantasía popular, capaz de distorsionar la figura humana y elevarla a un nivel surrealista; cómo no admirar estos trajes hechos con un sinnúmero de materiales que, una vez modelados con paciencia y buen gusto, se transforman en verdaderas obras de arte, dignas de ser expuestas en cualquier galería del mundo. Es cuestión de mirar el alucinante traje del Achachi Moreno para comprender que el grotesco social de una cultura, donde confluyen los diversos modos de contemplar la realidad, es algo tan vivo como la existencia misma del ser humano.