EL ACHACHI MORENO
La presencia africana en
Bolivia ha fortalecido, desde los albores de la colonia, la identidad cultural
de la nación andina y, en consecuencia, el rico acervo folklórico que hoy
encuentra su mayor expresión a través de la danza de los negritos, tundiquis y
morenos, cuyos ritmos y coreografías impresionan a propios y extraños.
El Achachi Moreno, aparte
de personificar al caporal negro en la mita y encomienda, luce uno de los
trajes más espectaculares del fastuoso Carnaval de Oruro, declarado por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, y en la festividad del Señor del Gran Poder.
La danza de la morenada,
basada en el ritmo monótono producido por las matracas, trasunta la penosa
marcha de los esclavos encadenados que, una vez capturados y vendidos por los negreros, fueron introducidos en la explotación de los yacimientos de plata
en Potosí, donde fueron flagelados tanto por el frío del altiplano como por el
látigo de los caporales, que en el Carnaval son representados por otra de las
fraternidades cuya danza, mediante saltos, desplazamientos ligeros y haciendo
chasquear el látigo en el aire, simboliza la capacidad de mando y control que
los caporales tenían sobre los esclavos negros.
El Achachi Moreno, casi
siempre a la cabeza de la tropa, avanza a paso lento pero seguro, secundado por
un grupo de morenos y chinas morenas que, contorsionando el cuerpo al compás de
las matracas de maderas y quirquinchos, exhiben llamativas polleras de gró,
vaporosas blusas, botas bordadas y sombreros bombines adornados con plumas de
aves tropicales. Las chinas morenas, que no representan necesariamente el
doloroso tránsito de los esclavos encadenados, reviven la leyenda oral sobre
las hazañas de la negra María Antonieta, quien, a tiempo de rebelarse contra el
poder del amo europeo, se valió de su belleza y sus encantos en procura de
seducir al caporal, su amante forzoso, y liberar a los esclavos de su condición
infrahumana.
Las piezas del traje de
la morenada se diferencian de acuerdo a la jerarquía de cada danzante dentro de
la tropa. Los vasallos llevan botas de caña alta, un saco como tonelete y un
pollerón de tres secciones cónicas, hechos con hilos de Milán y filigranas de
plata, al igual que los puños y las hombreras. El Rey Moreno, moviéndose entre
quienes lo admiran y le rinden honores, se distingue por la corona y la capa,
cuyas hombreras están bordadas con hilo brilloso, pedrería, lentejuelas y
perlitas, y los bordes adornados con cristales en racimos. Los motivos
decorativos de su traje representan animales fabulosos: dragones, serpientes,
lagartos, cóndores y otras alimañas propias de la inventiva de los bordadores
que, por su dedicación y experiencia,
han convertido su oficio de artesanos en un arte entre las artes.
El Achachi Moreno, cuyo
caparazón termina en una cola de saurio, es el único que lleva una máscara de
dimensiones mayores, un cetro y un látigo en las manos, como símbolos de mando
y autoridad. No en vano sus parciales le llaman intocable. La máscara del
Achachi Moreno, sobreponiéndose a la contextura del cuerpo con una apariencia
de monstruo infernal, representa los rasgos exagerados de la raza negra; una
característica propia de la máscara del moreno: ojos saltones, labios gruesos,
lengua colgante, peluca encarrujada y cachimba entre los dientes blancos y
apretados.
La máscara del Achachi
Moreno, por su forma y tamaño, refleja, de manera consciente o inconsciente, la
personalidad del danzante, debido a que la máscara no sólo oculta el verdadero
rostro de quien la usa, y a través de la cual adquiere una personalidad
diferente, sino también la revela con todas las connotaciones sociales y
económicas de su rango, pues la máscara simboliza lo que somos o creemos que
somos. Así, en el Achachi Moreno se funden la máscara y el rostro en una
correlación recíproca, dejando al descubierto la posición socioeconómica del
danzante.
El traje del Achachi
Moreno, bordado con filigranas que simbolizan las riquezas minerales, además de
ser la plasmación mítica del imaginario popular, es una de las joyas del
folklore boliviano, donde la mezcla entre la tradición cristiana y el paganismo
ancestral han dado origen a un sincretismo religioso que, en opinión de los
especialistas, es la mejor expresión del llamado realismo mágico en el
continente americano.
Cómo no admirar este
producto de la fantasía popular, capaz de distorsionar la figura humana y
elevarla a un nivel surrealista; cómo no admirar estos trajes hechos con un
sinnúmero de materiales que, una vez modelados con paciencia y buen gusto, se
transforman en verdaderas obras de arte, dignas de ser expuestas en cualquier
galería del mundo. Es cuestión de mirar el alucinante traje del Achachi Moreno
para comprender que el grotesco social de una cultura, donde confluyen los
diversos modos de contemplar la realidad, es algo tan vivo como la existencia
misma del ser humano.
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