LA VANIDAD DE UN POETA
Hace un tiempo atrás, mientras les echaba un vistazo a las
páginas digitales de la prensa boliviana, leí una nota que anunciaba la
presentación de un poemario escrito en inglés por un poeta cuyo nombre prefiero
mantener en el anonimato. En ella se decía, entre otras cosas, que se trataba
de la primera obra en inglés de la literatura boliviana. Cuando el periodista
le preguntó al autor por qué había escrito un libro de poemas en inglés, éste
contestó: quizás porque he escrito ya en francés y en otros idiomas, tal vez
porque es algo que nunca se ha hecho antes en Bolivia... Luego añadió: ¡Se
me ocurrió una locura!...
No cabe la menor duda, pero la locura real está en la
vanidad de presentarlo ante un público que apenas carraspea los anglicismos que
aparecen como interferencias en nuestra lengua materna. No es casual que él
mismo admita su situación de incomprendido en Bolivia cuando dice: Había
tiempos en los que me sentía un paria, porque hay más gente que lee mis obras
en Londres y Noruega que en mi propio país. ¿Y qué quería nuestro poeta?,
¿qué los bolivianos aprendamos el inglés para leer sus obras?
Espero, sinceramente, que el poeta en cuestión no se trepe a
las nubes ni se le suban los humos por el simple hecho de haber escrito unos
versos en inglés, pues aun siendo un mérito el ser bilingüe, trilingüe o
políglota, puede ser contraproducente la ciega ambición de buscar la fama
impresionando a los más incautos; cuando en realidad, en estos tiempos
corroídos por el arribismo y la superficialidad, es necesario anteponer la
humildad a la soberbia, al menos como una actitud poética digna de encomio.
Si bien es cierto que la poesía no tiene fronteras ni
banderas, es cierto también que el idioma tiene sus limitaciones concretas.
Por eso mismo, escribir un poemario en inglés, en un país donde son pocos
quienes leen versos en la lengua original de Shakespeare y Whitman, es, más que
un acto de locura, un esnobismo que no conoce fronteras, una petulancia de la
que suelen adolecer los jóvenes talentos, diría el escritor chuquisaqueño Raúl
Teixidó.
Admito que existen escritores bilingües como fue el caso de
Adolfo Costa du Rels, quien escribía con la misma destreza tanto en español
como en francés, pero con el cuidado de entregar la versión francesa a los
lectores galos y la que estaba en español a los hispanoamericanos. No conozco a
otro autor que se haya atrevido a presentar su obra en inglés en un país donde
las mayorías hablan español, quechua o aymará, pues me imagino que esa debe ser
una situación tan extraña como la del mudo refiriéndose a sordos. Ahora
entiendo mejor el porqué Blanca Wiethüchter, en una de sus entrevistas, definió
a Bolivia como país surrealista. Claro está, en un territorio donde todo es
posible, es también natural que el tuerto se haga el rey entre los ciegos.
Si la poesía es leída por la inmensa minoría, de la cual
hablaba Juan Ramón Jiménez, entonces la publicación y presentación de un
poemario en inglés deber ser como una gota de agua en un inmenso océano, pues
no conozco a un solo poeta nacional que se haya dado el lujo de publicar
cientos de ejemplares de un poemario, debido a la inexistencia de un mercado
que le permita vender y difundir la obra de su creación. Ni siquiera los vates
más notables de la literatura nacional han vivido de la venta de sus libros.
Por ejemplo, el afamado Jaime Saenz, como la mayoría de los poetas bolivianos
cuyas obras están destinadas a un círculo reducido de lectores, imprimía sus
libros de manera artesanal y numerada, a veces no más de doscientos ejemplares
que eran distribuidos entre amigos y conocidos, y casi siempre financiados con
dineros prestados o de su propio bolsillo.
A estas alturas de la historia, me pregunto: ¿para qué
escribir en inglés, si tenemos un idioma en constante expansión tanto
geográfica como demográficamente? Pues sirve de vehículo de comunicación
aproximadamente a 548 millones de individuos. Sólo en EE.UU. hay cerca de 35
millones de hispanohablantes y en el Viejo Mundo, sin tomar en cuenta a España,
son varios millones los europeos que estudian el español como lengua
extranjera; datos aproximativos que permiten constatar que el idioma de
Cervantes es la tercera lengua más hablada en el mundo, después del chino mandarín
y el inglés. De modo que el español, como sistema lingüístico y como vehículo
de comunicación, es una lengua de cultura de primer orden; geográficamente
compacta y de rápida expansión internacional desde la época de la colonización
americana y las posteriores olas migratorias que se han experimentado a lo
largo de cinco siglos. Además, aunque algunos países incluyen grandes zonas
bilingües o plurilingües como el boliviano, el español sirve de medio de
comunicación entre las diferentes comunidades que comparten un mismo territorio
nacional.
Volviendo al caso de nuestro poeta despistado, se debe
advertir que la capacidad de escribir en una segunda o tercera lengua no debe
ser un acto de vanidad ni de esnobismo, porque se corre el riesgo de que el
complejo de superioridad se convierta en un complejo de inferioridad, si se
parte del criterio de que escribir en inglés o francés, y no en quechua o
aymará, es sinónimo de ser más culto y civilizado, un craso error que se
mantuvo vigente durante la colonia y la república, hasta que por fin hoy, bajo la
dirección del actual Estado plurinacional, se están introduciendo los cambios
necesarios en el sistema educativo, no sólo con el afán de que el bilingüismo y
trilingüismo sea más activo, sino también con el firme propósito de que a las
lenguas originarias se les conceda la importancia y el respeto que se merecen.
Considero que los escritores bolivianos, a excepción de
quienes son bilingües o trilingües por razones obvias, deben seguir escribiendo
en el idioma aprendido en el pecho materno y en el que esté más cerca del
corazón; es más, el deber de los escritores estriba en evitar la extinción de
un idioma por muy minoritario que éste sea en el constelación de las lenguas
dominantes del mundo actual. Qué ganarían nuestros autores al escribir en
lenguas prestadas, pues no sería lo mismo para los bolivianos leer las obras de
Pedro Shimose en japonés, de Eduardo Mitre en árabe, de Blanca Wiethüchter en
alemán, de Franz Tamayo en francés o este artículo en sueco.
De pasadita, valga recalcarle a nuestro poeta despistado que
no se gana la fama ni la fortuna porque se escriba en un idioma prestado, por
mucha que éste sea el mejor instrumento de la mentada globalización
-bobalización, diría Eduardo Galeano-, sino con originalidad y con la
intención de colocar a una pequeña aldea en el mapa universal. Por lo demás, si
la obra de creación está bien concebida, tanto ética como estéticamente, de
seguro que ésta será nomás traducida un buen día al resto de los idiomas
confundidos en la Torre de Babel. Ahí tenemos el caso de los Premios Nobel de
Literatura, quienes, sin haber dejado de escribir en su lengua materna, han
sido reconocidos y galardonados por haber aportado con su talento al pluralismo
cultural y multilingüe de la humanidad.
Por último, lejos de la vanidad muy propia de los jóvenes
creadores, me tomo la libertad de convocarlos a que nos atrevamos a ser
bolivianos, a conservar nuestra diversidad idiomática -entre ellas el español-
y a sentir orgullo de nuestra cultura y sus tradiciones, que son los
patrimonios más significativos que un pueblo puede dejar como herencia a las
generaciones del porvenir, con un sentimiento genuino que se refleje en todos
los ámbitos de la vida cultural.
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