EN UNA PLAZA DE COPENHAGUE
Esta instantánea no fue captada por una fotógrafa profesional, sino por una compañera entrañable que, sin ser experta en el arte de componer la luz y la sombra, fijó esta escena insólita más como un recuerdo de viaje que como una imagen documental.
Así, en esta fotografía, captada en una plaza de Copenhague, no se perciben los bares expuestos a cielo abierto ni las avenidas inundadas de sol, pero sí la figura ineludible de un policía que, rodeado por un tumulto de curiosos y miradas absortas, se enfrenta a un fakir tragafuegos, quien dejó de echar llamas por la boca más por órdenes superiores que por haber concluido su espectáculo callejero.
Si volteamos la mirada sobre la fotografía, podremos advertir que la realidad tiene la fuerza de transmitirnos un acontecimiento callejero apenas percibido por su cotidianidad. Pero si nos detenemos un instante y observamos detenidamente nuestro entorno, casi siempre en movimiento sobre un fondo estático, constataremos que la realidad no sólo está llena de sorpresas, sino que supera a la fantasía, ya que tiene una magia hecha de espontaneidad y tiempo concentrado.
Los daneses, en medio del sentido del humor que los diferencia del resto de los escandinavos, escuchan con atención las palabras que se cruzan en el ámbito, mientras el policía y el fakir se miran frente a frente, retándose como gallos de pelea ante un hombre embriagado que parece tener el rol de árbitro. Por la expresión de los rostros y la parábola del incidente, se tiene la sensación de que ninguno está dispuesto a ceder en sus posiciones, salvo que se aplique la ley del más fuerte, donde entran en juego el sentido de autoridad y el prestigio profesional.
Del fakir, plantado con las manos a la espalda, posiblemente nunca lleguemos a saber su identidad: nombre, edad, estado civil y lugar de residencia. Pero eso sí, en nuestra retina quedará estampado su aspecto extravagante. Y, quizás, con esto baste para recordar a este hombre de cuerpo semidesnudo, pantalones jeans, cintillo en la cabeza y barba montaraz.
Del policía de brazos cruzados, que luce chaqueta y gorra como todos los uniformados responsables de hacer prevalecer el orden publico, todos tendrán una opinión particular según su propia experiencia. Además, como es natural, a nadie le interesa la identidad de un guardián que vive en el anonimato, aparte de saber que la autoridad de un policía pende sobre el cuello del libre albedrío como la espada de Damocles.
Esta imagen callejera, capaz de poner en movimiento las aspas de la imaginación, evoca en cierto modo algunas escenas de las ingeniosas películas de Chaplin, quien no deja de enfrentarse al policía que, porra en mano y pito en boca, lo acosa por burlarse de la ley y del orden establecido. Una prueba de fuerzas en la cual el espectador, de manera consciente o inconsciente, toma más partido por el subversivo del orden que por el guardián de éste.
Por lo demás, esta fotografía, cuyo mensaje refleja una realidad escindida entre la autoridad y la anarquía, es una válvula de escapa para los amantes de la libertad absoluta y un balde de agua fría para quienes están acostumbrados al orden y la disciplina.
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