lunes, 11 de abril de 2011


LA CHINASUPAY

Todas las mañanas al clarear el día, el minero contaba sus sueños y pesadillas. Pero esta vez, despertó al revés y se levantó callado, como si durante el sueño se hubiese tragado la lengua. Se puso el overol percudido por la copajira y ajustó las botas de goma sobre los “p’olqos” de lana. Se levantó haciendo tintinear la hebilla del cinturón, se caló el guardatojo hasta las cejas, levantó su bolsa de Calcuta y avanzó en dirección a la puerta.

Su mujer, recostada todavía en la cama, lo siguió con la mirada; pero al verlo abrir la puerta, lo detuvo con la voz:

–¿Ya te vas?

El minero se volvió y quedó parado, mirándola.

–No me has contado tus sueños ni te has despedido de las “wawas” –le dijo, sin elevar la voz ni bajar la mirada.

–Soñé con algo horrible, tan horrible que prefiero callar.

–¿Cómo? –dijo–. ¿Ya no me confías tus sueños?

El minero no contestó ni sí ni no. Después avanzó hacia ella, se sentó en el borde de la cama y dijo:

–Te voy a contar, pero a condición de que no me preguntes nada. Su mujer se quedó mirándolo, expectante, en silencio. El minero hundió la cabeza entre las manos y, como si recién estuviese llegando del otro lado de la vida, empezó su relato:

–En el sueño se me apareció la Chinasupay. Estaba parada cerquita de la cama, entre el velador y la cabecera; tenía cuernos y cola, los cabellos de serpiente y los ojos rojos como el achiote. Estaba envuelta en una manta y sujetaba un cuchillo en la mano…

Su mujer, absorta por el relato, tuvo la sensación de que su corazón daba un vuelco y que sus pelos se le ponían de punta. Era la primera vez que la Chinasupay se apareció en los sueños de su marido.

–… Yo la miré asustado. Ella me mostró sus dientes y los alacranes de su lengua. Intenté moverme y gritar, pero fue imposible. Estaba más quieto y más mudo que una piedra –continuó el minero–. La Chinasupay se abrió la manta y me mostró los pechos grandes como tutumas de chicha, mientras por abajo derramaba sapos y gusanos. Después levantó el cuchillo, me lo clavó en el pecho y me cortó en pedazos. Yo tenía la cabeza intacta y seguía con vida. Escuchaba mi respiración y veía cómo mi corazón latía en el suelo arrancado ya de mi pecho, y cómo los pedazos de mi cuerpo se movían como la cola partida de una lagartija…
Su mujer, tensa como una cuerda, se cobijó entre sus hijos que dormían a su lado, sin saber cómo interpretar la simbología de ese sueño macabro.

–… Al final –concluyó el minero–, la Chinasupay desapareció con un silbido de humo y de fuego. Yo junté los pedazos de mi cuerpo y escapé del sueño, como por un túnel oscuro y largo…

Su mujer lanzó un suspiro hondo e intentó relajar la tensión de sus nervios.

–Es hora de que te vayas a la mina –le dijo, mirando las agujas del reloj que marcaban las cinco y cuarto.

El minero besó a sus hijos, se levantó de la cama y salió de la casa, sin despedirse de su mujer ni del gato que ronroneaba entre las mantas y polleras.

Glosario

Chinasupay: Diablesa. Amante del Tío de la mina.
P’olqos: Medias rústicas de lana de oveja.
Wawa: Niño, niña. Recién nacido.

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