jueves, 18 de noviembre de 2010


VÍCTOR MONTOYA EN EL SUR DE FRANCIA

Mi viaje por el sur de Francia estuvo hecho de amistad y buena compañía. Retorné a Suecia con una montaña de impresiones y sensaciones fabulosas, como quien come y bebe demasiado, y demasiado tiempo necesita para digerir todo lo visto, oído y hablado. Quizás por eso, recién ahora, con la serenidad que devuelve el tiempo y la objetividad que requiere el caso, me propuse rememorar algunos de los instantes que mejor se grabaron en el crisol de mi memoria.

Las montañas de Gap recuerdan a los Andes

El viaje en auto desde el aeropuerto de Marsella hasta los Altos Alpes de Gap, fundada por los galos y establecida el año 14 a. C. por el emperador romano Augusto, fue una forma de retornar al altiplano boliviano. Su caprichosa topografía, con sus ríos, quebradas y montañas, me recordaron a Llallagua, esa población minera enclavada en la cordillera de los Andes.


Mayor fue mi sorpresa al saber que la Association Kausasun, compuesta por un grupo de franceses querendones de la música y la cultura bolivianas, me cursó la invitación para hablar sobre mi literatura en el marco de las actividades que venía promoviendo desde hace varios años bajo el lema: Bolivie indomptable (Bolivia indomable), que, aparte de diversas charlas, incluía una exposión de fotografías que podía apreciarse en el pabellón de un hospital, donde se dieron cita los interesados en el pasado, presente y futuro de los pueblos originarios.


Desde el hotel pude movilizarme de un lado para otro, en mi afán por conocer la ciudad, que presentaba un aspecto limpio y sereno, y se respiraba un aire fresco de primavera. Desde sus calles pude divisar los cerros cuyas cumbres estaban todavía cubiertas por un manto de nieve. Era cuestión de suspirar y repetir: ¡Qué lindo lugar! ¡Aquí cualquiera quisiera vivir!


No era para menos, en una de las callecitas centrales del casco antiguo de la ciudad se estableció Manuel, el hijo andariego del escritor chilote Francisco Coloane, quien, con amabilidad y ganas de conversar, nos invitó a pasar a su casa, cuya planta baja fue en otrora una librería de antigüedades. Ahora estaba retirado a una vida sosegada después de sus periplos por África, Europa y Ásia. Ahí nomás, cuando le comenté que en alguna ocasión escribí un artículo sobre su padre, comentando su novela El último grumete de la Baquedano, me miró con ojos inquietos y reveló: Mi padre se inspiró en mí, cuando yo era niño, para caracterizar al personaje principal de esa novela.


Los amigos de la Association Kausasun se portaron de maravillas. Tenían interés por conocer todo lo concerniente a la cultura boliviana y a los cambios que se están sucitando tras la llegada al poder de un gobierno que, después de más de quinientos años de expoliación y coloniaje, representa a una nación pluricultural y mutilingüe. No paraban de preguntar ni yo paraba de contestar, ya sea mientras caminábamos o nos deteníamos a comer o beber en uno de los tantos café-bistró, cuyas mesas, como expuestas a la luz y el aire libre, se prolongaban hasta la acera de la calle.


La segunda y tercera noche de mi permanencia en Gap, asistí a dos conferencias que tuvieron lugar en el salón mayor de uno de los hoteles de la ciudad, donde primero hablé sobre los alcances de mi obra en el contexto de la literatura boliviana contemporánea y luego leí algunos de los cuentos de mi libro Anthologie Minime, que acababa de ser publicada en versión bilingüe en Francia por Arcoiris Ediciones.


Este libro es una suerte de antología mínima que reúne los cuentos breves de tres de mis libros: Cuentos violentos (1991), Cuentos de la mina (2000) y Cuentos en el exilio (2008).


Los dos actos se desarrollaron como se tenían previstos, con un público que no dejó de manifestar su interés por el destino del país andino y escuchó atento la lectura de los cuentos. La traducción estuvo a cargo de Diomenia Carvajal y la lectura de los cuentos en francés a cargo del actor Jean-Jecques Lorazo, quien leyó por primera vez en público la obra de un autor boliviano traducido a la lengua de Molière y Victor Hugo.


La despedida, que se cerró con una cena à la france en un típico restaurante de Gap, fue emotiva y se vertieron palabras de sincera amistad, sin dejar de sellar el compromiso de mantener el contacto, así se interponga entre nosotros el obstáculo del tiempo y la distancia. Al día siguiente, sin dejar de contemplar los picos nevados de las montañas, tomamos el camino de Montpellier por una carretera llena de ríos y pueblitos pintorescos, dejando atrás, pero muy atrás, una ciudad capaz de atrapar al visitante fugaz con sus secretos y encantos.

Poesía y primavera en Montpellier

Cualquiera que haga un recorrido en auto entre los Altos Alpes y la costa mediterránea de Montpellier, puede constatar que el panorama geográfico del sur de Francia se diferencia como el anverso y el reverso de la mano, porque allí donde hay montañas no hay mar y allí donde está el mar no hay montañas.


La actividad literaria programada en Montpellier estuvo a cargo de un grupo de escritores que, desde hace años y bajo el impulso entusiasta de la poeta panameña Olga Pinilla, quien se dedica a promover el patrimonio cultural de un continente tan complejo y contradictorio, donde todas las manifestaciones del arte se amalgaman en un mosaico rico en matices culturales.


En Montpellier, bombardeada varias veces durante la Segunda Guerra Mundial, es más fácil notar la presencia de los inmigrantes magrebís que el terreno ondulado sobre el cual está cimentada la ciudad. Llama la atención la moderna arquitectura de los hoteles de lujo construidos a lo largo de la costa, sus canales surcados por pequeñas embarcaciones y los restaurantes adornados con luces de neón.

Una caminata por las avenidas y los parques principales, nada menos que bajo un sol radiante, se parece a un regalo de los dioses, porque se disfruta de los jardínes en plenitud, la muchedumbre que va y viene, el ruido de los tranvías y hasta el gusto de los helados que saben a pasión y néctar. Caminar por el centro de la ciudad es llegar, tarde o temprano, a la Plaza de la Comedie, donde está la Fuente de las Trois Grâces y el edificio de la Ópera, un sitio que no debe perderse el visitante, por mucho que la premura se resienta y la cámara fotográfica se resista a captar la imagen deseada.


No está demás decir que en esta ciudad, cuna de celebridades como el sociólogo Auguste Comte, el poeta Francis Ponge y el fiilósofo Charles Bernard Renouvier, se respira la fragancia de las flores y el aire de la poesía por doquier. No en vano, aprovechando el segundo festival, que corresponde al mes del llamado Printemps de Poètes (La Primavera de los Poetas), participé en una tertulia literaria junto a la escritora y editora Diomenia Carvajal, quien presentó la Revue de Création Littéraire Bilingue, N°27, cuya edición especial, dedicada a las lenguas nativas de América Latina, compendia los trabajos de 51 poetas y narradores franceses e hispanoamericanos.


En esta edición antológica, de 327 páginas, se publicaron mis cuentos breves en francés, quechua y aymara. De modo que en plena tertulia, donde se leyeron también poesías en mapudungun y guaraní, no me quedó más remedio que leer en quechua las poesías de Juan Wallparrimachi y un par de poemas anónimos recopilados por Jesús Lara, que fueron simultáneamente traducidos al francés y español.


En esta misma tertulia, en la cual cantó Recuerdos de Ipacaraí la joven soprano Alejandra, como si gorjeara una pajarita recién liberada de su jaula, conocí también al cantante y compositor argentino Yamari Cumpa, afincado en Francia desde tiempos de la dictadura militar. Hicimos buenas migas desde un principio. Comimos tacos y bebimos Tequila en un restaurante mexicano. Yo le pasé mis libros y el me pasó sus CDs, los cuales escuché a mi retorno a Estocolmo, desde donde le escribí: Apenas llegué a casa, abrí un buen trago y me puse a escuchar atentamente los CDs, que suenan maravillosos en tu maravillosa voz. Hay canciones y letras que me gustaron un montón. Ya habrá tiempo para hacerles escuchar a los amigos. No cabe duda que te irán descubriendo poquito a poco. Lo demás, como bien sabes, lo dirá el tiempo, que es un genio para poner cada cosa en su lugar.


En la basílica de Notre-Dame de la Garde

El viaje de Montpellier a la ciudad portuaria de Marsella fue igual de apasionante, porque se trataba de llegar a tiempo, como bordeando las aguas del Mediterráneo, hacia una de las urbes más cosmopolitas y la segunda más poblada de Francia.


Esta ciudad, visitada ampliamente por los turistas tanto nacionales como extranjeros, es digna de ser novela porque es dueña de un pasado histórico anclado en las reminiscencias romanas, los legados de la Edad Media y el nacimiento de la sociedad moderna, que hoy se expresa en su desarrollo industrial. Aquí mismo, según cuenta la tradición, tuvo origen el himno nacional de Francia, pues durante la revolución 500 voluntarios se sumaron a la causa libertaria emprendida en la capital en 1789. En su marcha de Marsella a París entonaron una canción marcial que, sumando voces a las voces, pasó a ser conocida como La Marsellesa, convertida tiempo después en el himno nacional de Francia.

El territorio de Marsella forma una especie de anfiteatro, encerrado por el mar al oeste, por les calanques (calas) al sur con Marseilleveyre, por la Costa Azul al norte con l´Estaque (inmortalizado por el pintor Cézanne) y por las cadenas montañosas de l'Étoile y Garlaban al noreste.

El simple hecho de recorrer por sus calles es pasar y repasar por una infinidad de cafés, bares y hoteles, y subir por las gradas hasta la basílica de Notre-Dame de la Garde es una experiencia que se debe vivir al menos una vez en la vida, ya que desde su mirador puede contemplarse el panorama de la ciudad y, al fondo, en la bahía situada enfrente, unas pequeñas islas, entre las que se encuentra la isla de If, cuyo castillo, del siglo XVI, describió brillantemente Alexandre Dumas en su novela El Conde de Montecristo.

Aunque me faltó tiempo para pasear ampliamente por esta bella ciudad del sur de Francia, me prometí a mí mismo retornar algún día, si no es para hablar sobre literatura, al menos para disfrutar de sus gentes, sus barrios, su diversidad cultural, sus castillos, catedrales y museos emblemáticos, cargados de un importante patrimonio histórico y un largo etcétera.

Fotografías:

1. En Marsella, basílica de Notre-Dame de la Garde
2. Las montañas nevadas de Gap
3. En la exposición fotográfica de Albert Robillard y Yves Simon
4. En casa de Manuel Coloane
5.Yolande, Víctor Montoya, Diomenia Carvajal, Jean-Pierre Marino y Jean-Jacques Lorazo
6. Afiches
7. Conferencia y lectura de cuentos
8. Diomenia Carvajal presenta al autor
9. Portada del libro Anthologie Minime
10. El autor con un grupo de lectores y miembros de la Association Kausasun
11. Con el actor Jean-Jacques Lorazo
12. Tertulia literaria en Motpellier
13. Un descanso necesario
14. Los jardines bajo el sol primaveral
15. Delante de las Trois Gràces, en la Plaza de la Comedie de Montpellier
16. Portada de la Revue de Création Littéraire Bilingue, N° 27
17. Durante la lectura de poesía quechua
18. El cantautor Yamari Cumpa
19. Un público encantado
20. La ciudad de Marsella
21. En la basílica de Notre-Dame de la Garde

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