LA
MASACRE MINERA DE SAN JUAN EN VERSOS
La masacre de
San Juan en versos,
desplegada en pocas y selectas páginas, es una poética que gira en torno al
fatídico episodio que enlutó a las familias mineras la madrugada del 24 de
junio de 1967, cuando el régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño,
asesorado por la CIA y secundado por el Alto Mando Militar boliviano, decidió
tomar por sorpresa las poblaciones de Llallagua, Siglo XX, Cancañiri y Catavi,
con el pretexto de frenar la subversión
extremista, arrestar a los dirigentes Castro-comunistas
y evitar que los trabajadores realicen su ampliado minero, con el propósito de
apoyar a la gesta guerrillera comandada por Ernesto Che Guevara en las montañas de Ñancahuazú.
Las
tropas del regimiento Rangers, Camacho y 13 de Infantería, ingresaron a los campamentos mineros amparados
por la oscuridad y disparando sus armas automáticas contra la población
indefensa, justo a la hora en que unos se recogían a descansar y otros se
alistaban para ingresar a trabajar en la primera
punta. Los tiros de las ametralladoras, morteros y bazucas, que en
principio se confundían con la detonación de los cohetillos y cachorros de
dinamita, se escucharon por algunas horas en la población civil y los
campamentos, como un estampido similar a los truenos infernales, mezclándose
con el lamento de los heridos, el llanto de los niños y el grito de protesta de
las amas de casa. Al cabo de la
denominada Operación Pingüino y al
nacer la alborada de aquel 24 de junio, en que el frío y el viento hacían
crepitar la piel, las calles estaban regadas por raudales de sangre y los
dolientes recogían cadáveres de hombres, mujeres y niños.
La
poesía revolucionaria requiere no sólo de un razonamiento y argumentación
convincentes, sino también de una exposición donde la melodía prosódica y la
connotación semántica de las metáforas sean recursos válidos para exaltar el
discurso poético, cuyo significado y significante están destinados a cumplir la
función de transmitir las ideas libertarias de un modo esplendido y sin
ambigüedades, como en esa poesía musicalizada por el cantautor Nilo Soruco, en
la que sus versos, dedicados al dirigente Rosendo García Maisman, van más allá
de las simples plegarias, hipérboles y alegorías, en un intento por reivindicar
la intrépida actitud de un hombre que, luego de tocar la sirena del sindicato
en señal de alarma, defendió el edificio y la radioemisora La Voz del Minero, armado con un fusil M-1, hasta que una bala le
alcanzó en su humanidad y le arrancó la vida entre borbotones de sangre.
Estas
poesías de denuncia y protesta, que reflejan su propiedad expresiva en el
manejo ético y estético del lenguaje, son las mejores manifestaciones de
quienes dedican su tiempo y talento al oficio de hilvanar palabras que, una vez
lanzadas como dardos de rebelión y reflexión crítica, encuentren ecos en la
mente y el corazón de los lectores sensibles ante el dolor humano y las
injusticias sociales.
El
fuego de la palabra escrita, en un contexto herido y convulsivo, tiene una
fuerza capaz de tocar las fibras íntimas del ser y trastocar las emociones
alojadas en las galerías del alma. Esto ocurrió en el congreso de escritores
realizado en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisa, el 26 de junio de
1967, donde el vate Jorge Calvimontes y Calvimontes provocó, durante la
declamación de su poema La fogata de San Juan,
la muerte por infarto del profesor Miguel Ángel Turdera Pereyra, quien se
desplomó delante de las absortas miradas de un público de sentimientos
abrumados y respiración en vilo.
Esta
poesía de compromiso social, que transmite razonamientos y estados de ánimo,
constituye una majestuosa sinfonía que se alza en crescendo para dejar
constancia de que los crímenes de lesa humanidad no pueden quedar en el olvido
ni en la impunidad. De ahí que el poeta que escriba y describa la trágica
historia de la masacre, con las técnicas propias del género más exigente de la
literatura, donde la belleza del poema depende de la pasión, capacidad y
experiencia del autor, logrará crear una obra imperecedera, digna de un artista
comprometido con el verbo y la realidad social.
Los poetas reunidos en esta breve
antología, aparte de recrear con la intensidad vibrante de sus versos una
realidad dramática, que les tocó vivir a las familias mineras en carne propia,
saben rescatar con innovación y creatividad la integridad de un país que, a
pasar de los regímenes dictatoriales, las intervenciones militares y las
masacres insensatas, supo luchar y resistir contra los enemigos de la soberanía
nacional, bajo la hegemonía de los trabajadores de los centros mineros como
Siglo XX, que fue escuela y escenario de eximios oradores y grandes líderes
sindicales, como Federico Escóbar, César Lora, Isaac Camacho y Domitila Barrios
de Chungara, entre tantos otros.
En
síntesis, al cumplirse medio siglo de la Masacre
de San Juan, los poetas nos recuerdan, entre verso y verso, la necesidad de
rescatar la memoria histórica de los mineros y rendirles un justo homenaje a
los mártires caídos bajo el fuego fulminante de la bota militar, que sembró el
pánico y el terror entre las fogatas menguantes del 24 de junio de 1967, que
empezó siendo una fiesta tradicional y terminó cubriéndose de sangre, lágrimas
y suspiros de hondo pesar.
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