ME
PODRÁN MATAR, PERO NO MORIR
Te
buscan para matarte, le dice su padre por décima vez. Ella cuenta las nueve cicatrices de su
cuerpo y contesta: Me podrán matar, pero no morir...
Al
levantar la cabeza entre paredes calcáreas, se enfrenta al rostro salvaje de
sus torturadores. Uno de ellos, el más corpulento, bigote poblado y pistola al
cinto, le sonríe mirándole a los ojos. ¿Así que tú eres la inmortal?, dice, mientras le quita los
zapatos, el cinturón, los botones y el reloj, para que no pueda huir ni sepa
qué hora o qué día es.
Le
cubren los ojos con una venda y la conducen asida de los brazos por un pasillo.
Ella se mueve apenas, como caminando en falso al borde de un precipicio. La
introducen en una habitación que apesta a muerte. La desnudan a zarpazos y le
arrancan la venda de los ojos.
Por un
tiempo, dificultada todavía por la luz hiriente, observa a hombres que entran,
salen y entran, y a un perro que bate la cola. El animal tiene el hocico
babeante. Huele. Lame. Se aleja y se mete entre las piernas de su amo. En la
habitación contigua, mira una mesa con mandos electrónicos: un reflector, un
recipiente, una radio, un catre y varios ganchos con cadenas en la pared. Al
otro lado de la ventana hay una calle oscura y fría, donde el viento sopla con
una violencia capaz de levantar piedras y arrojarlas contra las puertas.
Un
torturador se le acerca por la espalda y la encapucha. Otro le manosea el
cuerpo y la esposa las muñecas. Comienza el ritual de la tortura. Primero es el
simulacro de fusilamiento, después el submarino en el recipiente de orines y
escupitajos. La inclinan y sumergen en la bañera, tirando de sus pezones
con ganchos de hierro. Ella, a punto de asfixiarse, abre la boca y se desmaya.
Le
retiran la capucha…
Recobra
el conocimiento y escucha voces lejanas, como despertando de una pesadilla.
Está atada al somier, los brazos y las piernas abiertas. Clava la mirada en el
techo y tiene la sensación de estar flotando a cielo abierto. La sombra de un
hombre cruza por sus ojos y una brasa de cigarrillo desciende hasta su pecho.
Ella lanza un alarido y ellos suben el volumen de la radio.
Le
recorren la picana de punta a punta. La picana tiene dos cables bien trenzados,
bien empalmados. Aplican un cable en la boca y el otro en el ano. A la primera
descarga, ella siente estallar su cabeza y cuerpo como vuelto esquirlas.
Seguidamente, los hombres y el perro la violan hasta reventarla por dentro. No
conformes con esto, unos le orinan en la cara y otros le descargan golpes de
culata. La levantan esparciendo su sangre en el vacío y la arrastran por unos
pasillos hasta la última celda; allí queda incomunicada, con las manos
esposadas a la pared y sin más consuelo que pan y agua.
Cuando
despierta de su pesadilla, mira un rayito de luz atravesando la oscuridad de la
celda. Se toca el cuerpo que parece inexistente y, con un hilo de sangre en los
labios, repite: Me podrán matar, pero no morir...
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