sábado, 19 de enero de 2013


VÍCTOR MONTOYA EN EDICIÓN DIGITAL

La editorial digital ¡Literatúrame! (www.literaturame.net) publica dos obras del autor boliviano. El libro Cuentos en el exilio y la novela El laberinto del pecado integran el catálogo de eBooks de la mencionada editorial española, que cuenta con la firma de prestigiosos autores de la Península Ibérica e Hispanoamérica.
 
¡Literatúrame! es una plataforma de publicación y distribución on-line, exclusivamente en formato digital, y una librería con puertas abiertas a todo el mundo. ¡Literatúrame! es, además, un lugar de encuentro entre editores, autores y lectores.

Uno de sus objetivos es difundir y comercializar on-line una literatura que no se encuentra con facilidad en otros lugares de la Red: literatura que entretiene, sí, pero también literatura que reflexiona (lenguaje y contenidos). Sus esfuerzos e instrumentos de difusión estarán centrados en España e Hispanoamérica. Asimismo, sus servicios se adaptan a las necesidades y requerimientos de sus clientes, siempre teniendo en cuenta que la distribución digital permite algunas ventajas para los editores en cuanto a participación en los posibles beneficios finales.

Las obras publicadas en ¡Literatúrame! pueden leerse casi en cualquier e-reader y en todos los ordenadores (están también preparando la adaptación para móviles). La venta se llevará a cabo a través de su Web. Para más información dirigirse a la siguiente dirección: contacto@literaturame.net


El escritor Víctor Montoya, uno de los narradores bolivianos más leídos fuera de su país, sostuvo que la edición electrónica de los libros permite romper con las fronteras nacionales y llegar a los lectores de cualquier parte del mundo. Son cada vez más los autores cuyas obras se leen de manera digital. Los lectores más jóvenes, que tienen acceso a Internet y manejan la cibernética, bajan libros de la Red y leen con mayor frecuencia en las pantallas de la computadora.

No es casual que los libros digitales sean una buena alternativa ante los libros en soporte papel. A veces tienen un costo menor y se los puede encontrar con más facilidad en la Red que en las librerías. Con la edición de libros digitales todos salimos ganando, manifestó Montoya. Los escritores necesitamos romper con el monopolio de las editoriales transnacionales y difundir nuestras obras por medio de otros canales menos tradicionales, finalizó.

martes, 8 de enero de 2013


COCA Y CACAÍNA


La coca, cuyas hojas se cosechan cuatro veces al año, es un arbusto originario de América del Sur, donde los indígenas la cultivan desde tiempos inmemoriales, aunque en la actualidad se la cultiva también en otros países tropicales y subtropicales como Jamaica, Ceilán, Indonesia y Australia.

Las hojas de la coca, que en principio fueron utilizadas por los aymaras y quechuas con fines ceremoniales, medicinales y moderadamente recreativos, fueron traídas a Europa por los conquistadores junto con el tabaco y el café, debido a que dan una sensación de bienestar, no alucinatoria, que permite superar el hambre, el cansancio y el abatimiento. De ahí que los indígenas hacen un alto en el trabajo cotidiano para masticar hojas de coca, mezclando el amasijo con saliva, lejía (pasta sólida hecha de alcalinos y ceniza) y manteniendo éste durante largo tiempo entre los molares y la cara interna de la mejilla, donde se extrae el jugo de la coca, que pasa luego a la sangre a través de las membranas mucosas de la boca, haciendo que la lengua y el carrillo queden adormecidos, como cuando se está terminando el efecto de la anestesia. Sin embargo, la mayor cantidad del jugo extraído va a dar en el estómago y los intestinos, sin provocar ningún tipo de reacción alucinógena.

El akullico (masticación de hojas de coca), que empezó como un acto sagrado entre los incas, se generalizó durante la colonia y se introdujo en el laboreo de las minas, donde los indígenas debían cumplir la mita (jornada de trabajo en el interior de la mina), impuesta por los colonizadores ávidos de riquezas. Desde entonces, el akullico (pijcheo, en quechua) se mantuvo como una parte importante en la vida de los mineros, quienes, antes y después de explotar los socavones a 4000 metros sobre el nivel del mar, mastican las hojas de coca para resistir el cansancio, la sed y el hambre.

Hoja andina, hoja divina

Cuando Francisco Pizarro conquistó el imperio de los incas en 1533, constató que los indígenas masticaban las hojas secas de un arbusto a la que más tarde los científicos denominarían Erythroxylon. Los cronistas de la época dejaron constancia de que el uso de la coca, bajo el concepto de derecho divino, era exclusivo para los principales del Tawantinsuyo, quienes estaban convencidos de que la coca era un regalo de los dioses. En efecto, los incas prohibían el uso de la coca entre las castas inferiores de su imperio y la prescribían sólo en casos especiales. El Inca Garcilaso de la Vega, historiador y cronista peruano, ratificó en uno de sus escritos esta afirmación: “...la yerba llamada coca, que los indios comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la comía sino el Inca y sus parientes y algunos curacas (autoridades indígenas), a quienes el rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos de ellas por año.

Consumada la conquista del imperio incaico, los hijos del sol obsequiaron a los españoles esta planta asombrosa, que sacia a los hambrientos, da fuerzas nuevas a quienes están fatigados o agotados y hace olvidar sus miserias a los desdichados. Con el transcurso del tiempo, el uso de las hojas de coca empezó a extenderse en las tierras conquistadas, donde las autoridades de la colonia incentivaron entre los indígenas que trabajaban en las “encomiendas” y la explotación de las minas de plata, habida cuenta que los mitayos, que masticaban hojas de coca, no comían tanto y aguantaban mejor el trabajo al cual eran sometidos a sangre y fuego.

Hoja satánica, hoja prohibida

A mediados del siglo XVI, el Primer Concilio Provincial, realizado en Lima en 1551, se dirigió al rey de España para pedirle que sancione una cédula real que prohíba en las Indias españolas la producción, comercialización y consumo de la coca, arguyendo que este arbusto, más que poseer valores nutritivos, tenía propiedades satánicas, ya que los indígenas la usaban para fines maléficos, como la adoración o invocación a Satanás. El Segundo Concilio Provincial, en 1567, reafirmó su rechazo al consumo de la hoja de coca en el que incurrían los indígenas, y en el título XIV de la Recopilación de Leyes de Indias se dice: Somos informados que de la costumbre que los indios del Perú tienen en el uso de la coca, y su granjería, se siguen grandes inconvenientes, por ser mucha parte de sus idolatrías, ceremonias y hechicerías, y fingen que trayéndola en la boca les da más fuerza, y vigor para el trabajo, que según afirman los experimentados es ilusión y Demonio, y en su beneficio perecen millares de indios, por ser cálida y enferma la parte donde se cría.

De modo que la coca, que la cultura incaica la cultivó otorgándole poderes divinos, fue vista por la Iglesia católica como una yerba satánica y maligna, cuyo uso atentaba no sólo contra las buenas costumbres humanas, sino también contra la moral cristiana.

Milagros y estragos de la cocaína

La coca, cuyo origen se remonta al período post-glacial en estado silvestre, fue asimilada y domesticada por los indígenas que habitaban en los descuelgues del macizo andino, hasta que los conquistadores la introdujeron en Europa, donde los científicos le dieron el nombre de Erythroxylon coca, debido a su compuesto químico, del cual la cocaína es uno de sus alcaloides más conocidos.

El alcaloide puro fue aislado por primera vez en 1860 por el químico alemán Niemann, quien observó que tenía sabor amargo y producía un efecto curioso en la lengua, dejándola insensible. Pocos años después, Ángelo Mariani se hizo famoso con la fabricación de un brebaje al que se atribuía propiedades mágicas, pues recibía cartas y saludos de todo el mundo, mientras se aplaudía las virtudes de su compuesto químico, introducido en el arsenal médico como anestésico local.

El psicoanalista Sigmund Freud, que consumió cocaína por vía intravenosa durante doce años, utilizó el hidroclorato de cocaína para enfrentar la depresión severa de sus pacientes. Freud estudió sus efectos fisiológicos y usó para curar a uno de sus colegas del hábito de la morfina. También se afirma que el escritor Robert Louis Stevenson concibió la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde bajo los efectos de la cocaína, que su médico le suministraba para combatir su padecimiento de tuberculosis.

La cocaína, al margen de su limitado empleo en la medicina, se ha convertido en uno de los negocios más rentables de los últimos tiempos, a pesar de que su uso ilícito provoca accidentes y trastornos irreparables en la vida de sus consumidores, pues la intoxicación por este alcaloide es, sin lugar a dudas, una de las más desastrosas en el ámbito de la salud pública. Inicialmente origina una euforia activa, con una sensación de vigor, ligereza, audacia y resistencia; pero a esta fase eufórica, que aumenta el dinamismo sensorial, le sigue una fase de apatía, de la cual el individuo intenta salir mediante nuevas dosis, iniciándose de esta manera un círculo vicioso y la consiguiente adicción a la droga.

domingo, 6 de enero de 2013


LA CURVA DEL DIABLO

El día que me contaron que en la tercera curva de la autopista que une El Alto y La Paz había una roca negra en la cual fue esculpida la cabeza del mismísimo amo de las tinieblas, y donde acudían sus devotos para rendirle culto y pleitesía, no me lo podía creer hasta la tarde en que bajé desde La Ceja para ver con mis propios ojos eso que me parecía una invención de quienes practican las artes esotéricas para estafar a los incautos o sembrar el pánico entre los crédulos.

Al cabo de cinco minutos de viaje, pedí al conductor del minibús que me dejará en esa curva tan temida y respetada. De pronto me vi frente a una colina casi empinada, en cuya parte inferior había una roca de aproximadamente un metro y medio de diámetro, donde los devotos del diablo asistían para ch'allarle con enorme fe y devoción, como los mineros le ch'allan al Tío en los tenebrosos socavones, pero en otro contexto que nada tiene que ver con los poderes de Lucifer. 

Sin embargo, debo confesar que cuando visité el lugar no estaban ya las tres escalinatas que conducían hacia la imagen esculpida del diablo, que tenía los ojos saltones, los cuernos pintados de rojo y retorcidos como los de un macho cabrío, y una boca grande por donde le daban de comer, fumar y beber. Tampoco estaban ya las otras tres imágenes que flanqueaban el ícono principal, y que, según rezaban las inscripciones, una era el Tío Contador y  la otra el Tío Lucifer.

La leyenda urbana, transmitida por tradición oral, narra que al construirse la autopista entre La Paz y El Alto, algunos trabajadores, que abrían la carretera a fuerza de pico y pala, fueron testigos de algunas apariciones del diablo, quien, a modo de advertencia y defensa propia, se les puso en frente de quienes invadían su territorio sin ofrecerle disculpas anticipadas. Así fue como en una ocasión, el maligno convertido en serpiente de dos cabezas, se le apareció a uno de ellos, justo allí donde los barrenos y combos, al ritmo de bum-bum-bum, herían la roca negra, que antes era frecuentada por los yatiris y brujos para realizar sus rituales ancestrales. En otra ocasión, bajo un cielo roto por los relámpagos y el aguacero, descendió desde la punta de la empinada colina, de ladera lodosa y resbaladiza por el agua, un sapo negro, rechoncho y gigante, que saltó por delante de uno de los trabajadores, cruzó la carreta y se perdió al otro lado del bosque sin dejar rastro alguno.

Los habitantes de la zona, de mentes proclives a las supersticiones, dijeron que esos terrenos eran de propiedad del diablo, el mismo que, como todo soberano de las tinieblas, estaba escondido en las inmediaciones de la tercera curva, la más cerrada y peligrosa de la carretera, donde los conductores bajan la velocidad por temor a perder la vida. 

De modo que los trabajadores, al terminar la construcción de la autopista, prometieron levantarle un altar y rendirle culto a manera de ofrecerle disculpas por haberse entrometido en sus predios, sin previo aviso ni consideración. Pero también para suplicarle favores a tiempo de ofrendarle alcohol, cigarrillos, serpentinas y mixturas, con la creencia de que el diablo no es una simple roca, sino el  guardián de la zona.

Los menos creyentes, que se reían en sus barbas y de la fuerza de sus poderes mágicos, han sido víctimas de horribles pesadillas y en algunos momentos han llegado a temer por sus vidas, como los transportistas que transitan por el lugar, sin rendirle culto ni suplicarle que los proteja de los accidentes. De hecho, en los anales de la policía de tránsito se registran varios incidentes  protagonizados por los conductores en la Curva del Diablo. El más insólito fue cuando un minibús de color blanco, con diez pasajeros a bordo, impactó contra la roca, provocando graves mutilaciones en los miembros superiores de algunos pasajeros que, ensangrentados y conmocionados por el choque frontal, clamaron a Dios y a la Virgen entre ayes de dolor. 

Desde entonces los choferes y transeúntes se hacían presentes los martes y viernes, como ocurre con las apachetas, para ch'allar en la Curva del Diablo; un rito que se hizo habitual por varios años, hasta que los funcionarios de la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) y efectivos de la policía procedieron, la tarde del 5 de agosto de 2011, a derribar el altar con una retroexcavadora que hizo chillar la roca.

La destrucción se realizó debido a que, una semana antes, en el primer día del mes de la Pachamama, se halló el cadáver de un hombre tirado en el suelo, rodeado por botellas de aguardiente, hojas de coca y colillas de cigarrillos. La víctima, de aproximadamente 35 años de edad, estaba congelada, tenía signos de violencia y presentaba un corte de unos quince centímetros alrededor del cuello. La Policía sospechó que el cuerpo fue una ofrenda satánica, que alguien hizo en el lugar, poniendo en la agenda pública la existencia de los cofrades.

Este hecho macabro bastó para que la policía se diera tras la pista de los sospechosos, pero sin lograr resultado alguno hasta la fecha. Lo que sí queda claro es que en este lugar, donde acude mucha gente en busca de ayuda y protección, se siguen celebrando misas en honor al diablo que, más que diablo, parece un santo patrón para los vecinos de El Alto. Sólo faltaría que lo levanten en hombros y lo lleven en procesión por las avenidas de esta ciudad llena de yatiris, q'oas y ch'allas.  

Lo increíble es que, a pesar de la destrucción del altar con maquinaria pesada, los devotos no han dejado de visitar el lugar y hacerle ofrendas, acompañadas de coca, cigarrillos, serpentina, mixtura, azúcar, flores, botellas de alcohol, latas de conservas, fotocopias de cédulas de identidad, facturas, fotografías con clavos incrustados a la altura del rostro y los genitales, mechones de cabello amarrados con lana y hasta tangas de mujeres celosas.

Las crónicas rojas de la prensa revelan que la policía, al lado de las monedas y los billetes de diverso valor, halló también amuletos, fetiches, una hoja de papel manchada con sangre en la cual un hombre pedía a su amada entregarle su cuerpo y otros objetos de supuesta brujería, al lado de huesos de animales sacrificados, en una suerte de misas negras, al pie de la imagen del diablo.

A dos metros de la roca y muy cerquita de la autopista por donde las movilidades cruzan a 80 kilómetros por hora, una comerciante alteña instaló su puesto de venta de artículos para que los devotos del diablo celebren sus mesas blancas y negras. No es casual que unos acudan a este lugar en busca de favores, protección para la salud y el éxito en los negocios; mientras otros llegan cada 7 de agosto y el martes de ch'alla para celebrar una pequeña fiesta, con preste incluida, en devoción al diablo, a quien, en ritos de maldición, le encomiendan que haga daño a los deudores, enemigos, maridos infieles y mujeres de mala vida.

Este es el panorama que se observa cada martes y viernes en la Curva del Diablo, en cuya roca donde estaba tallada su imagen y alrededor del altar no faltan velas derretidas de varios colores junto a las cenizas de las fogatas en las que se advierten prendas de vestir chamuscadas y cortadas en tiras.

Algunos creyentes aseveran que el incumplimiento con el pacto que se realiza con el diablo, podría ocasionar desgracias en la vida familiar y laboral, en tanto otros creen que si se le rinde un merecido tributo, el diablo hace que incluso las maldiciones, a las que están expuestas las víctimas, rebotan contra la misma persona que las encomendó en un acto de brujería; es más, los delincuentes suelen dejarle ofrendas para que en el próximo“golpe”les vaya bien y los ampare de la policía, así como las prostitutas, que se aparecen los lunes al mediodía, le prenden cigarros y le dan besos como retribución por los presuntos favores recibidos.

Lo cierto es que todo esto, que en principio me parecía la invención de los practicantes de las artes esotéricas, correspondía -y corresponde- a una realidad contundente que forma parte de una sociedad donde el bien y el mal va de la mano; la prueba está en el hecho de que ahora se dice de que apareció otro altar dedicado al amo de las tinieblas frente a la Curva del Diablo, pero ésta es otra historia que se las contaré otro día.