JOSÉ
ESTAY JELDRES,
UN
CAMINANTE ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA
El
día que lo visité a José Estay Jeldres en su trabajo, me enseñó esta fotografía
tomada en el desierto arenoso y pedregoso de Palpa, a cuatrocientos kilómetros
de Lima.
–A
mí me impactó muchísimo el desierto, donde muchos creen que no existe vida
–dijo, y luego prosiguió–: En los caseríos más olvidados del Perú instalé
centros sanitarios y levanté escuelas para estos niños que no tienen pan que
llevarse a la boca.
Volví
la mirada sobre la fotografía y le pregunté:
–¿Qué
es lo que más te impresionó en esta niña?
–Los
ojos –contestó–. Los ojos son espejos que reflejan la tristeza o la alegría.
Los ojos lo dicen todo…
En
efecto, esta niña, de pelo desgreñado, descalza y vestida con un camisón que
parece hecho de suciedad y de tiempo, tiene una mirada triste que le nace desde
el fondo del alma. Sus manos, sus pequeñas y ajadas manos, se abren implorando
la ayuda del fotógrafo, quien levanta la cámara para destacar el rostro de la
niña y darle un efecto que nos acerque más a la realidad que, en ese instante,
percibe con sus cinco sentidos, pues las fotografías de José Estay Jeldres nos
hablan en primera persona, con esos aires y gestos retorcidos de lo espontáneo.
Algo más, en el ángulo izquierdo de esta fotografía asoma la tímida sombra de
un perro, cuya cabeza se proyecta en el suelo pedregoso, rompiendo con el calor
sofocante del desierto.
–La
fotografía es un arma de denuncia social y la cámara un dispositivo que permite
retener el tiempo y testimoniar una realidad –dice, y aclara–: Sin embargo, no
estoy recopilando mendicidad, sino una verdad que habla por sí misma, porque en
el rostro de esta niña, como en los ojos de una mujer indígena, se puede
reconocer América Latina, donde no hace falta buscar los motivos, porque éstos
están en todas partes.
Desde
luego, las fotografías de estudio no existen en el vocabulario de este artesano
de la luz y la sombra, quien, para remarcar su compromiso con los desposeídos y
maltratados, sostiene que sus imágenes giran en torno al tema de la mujer y los
niños. Y cuando alguien le pregunta:
–¿Por
qué?
La
respuesta es siempre la misma:
–Porque
las mujeres y los niños son los que más sufren…
José
Estay Jeldres (1949 - 2012), nació al sur de Chile, en el seno de una familia
pobre pero digna, y, aun siendo de ascendencia vasca y alemana, se identificó
desde siempre con los mapuches, a quienes los considera sus hermanos y
compañeros de lucha.
–Cuando
salí de mi casa, tenía 11 años de edad, unos zapatos con agujeros y una
maletita de mimbre. Lo hice porque vivía en condiciones precarias y porque mis
padres no podían ya sostener una familia con trece hijos. Tomé un tren y me fui
rumbo a Santiago. Allí conocí a César Antonio Pacheco, un caminante peruano que
llegó de Argentina, con la mochila llena de anécdotas personales y crónicas de
viajes, que me fascinaron de inmediato y me volvieron a arrancar de mi vida
sedentaria.
Así
comenzó su largo recorrido por América Latina en afán de conocer gente, de
conocer la vida y conocerse a sí mismo. Cruzó los Andes de sur a norte, de este
a oeste, adaptándose a la diversidad y austeridad de sus climas, su topografía
y hasta su alimentación. En las alturas ha sufrido el punazo y el soroche. Se
ha quedado impresionado con la belleza telúrica del altiplano, con los
espectaculares ríos que arrastran abundantes piedras y se precipitan desde las
cumbres a lo largo de cañadas o paredes rocosas. Varias veces se reencontró con
su Chile natal, ha constatado la miseria en el Perú, la tragedia de los
indígenas en el Ecuador y ha contemplado la grandeza precolombina en Bolivia,
mientras su cámara seguía registrando la imagen de un continente que bosteza de
hambre y clama justicia a los cuatro vientos.
José
Estay Jeldres está resignado a asumir el epíteto de vagabundo. Su camino está
ya trazado y no puede cambiar de destino. No necesita riquezas ni jaulas
doradas que lo asfixien. Le basta con tener dos cámaras fotográficas, una
mochila equipada, un saco de dormir, unas botas de campaña y su férrea voluntad
de viajero; esa savia que le ayuda a respirar y sobrevivir en medio de la
nostalgia y la soledad. No hay nada que lo ate a Suecia, salvo su familia,
trabajo y, por supuesto, las bondades de esta sociedad del consumo, deslumbrante
y adormecedora, que le permiten desarrollar su trabajo de solidaridad con los
más necesitados de allende los mares.
Por
lo demás, este ser aquejado por su corazón tan grande como el amor por el
prójimo, no quiere que los amigos le levanten monumentos, sino que, simple y
llanamente, pasen por las galerías donde expone sus fotografías, para que se
convenzan de que los rostros de esas mujeres y niños, que nos miran desde las
paredes con el semblante de tristeza y desesperanza, no son imágenes que
destacan la parte estética de una realidad, sino las múltiples caras de un
continente, donde José Estay Jeldres halló el mayor motivo de su vida y el
mejor tema para documentar su obra hecha de luz y de sombra.
Saludos Víctor. Estoy conociendo su poesía, en este magnifico Blog. Me gustaría saber, adónde puedo encontrar sus libros. SOy de santiago de Chile y estoy muy interesado en este maravilloso material.
ResponderEliminarUn abrazo Fraterno