LITERATURA LATINOAMERICANA EN SUECIA
Los suecos, como la
mayoría de los escandinavos, leen todo lo que cae en sus manos. Así es como
empezaron a conocer a los autores latinoamericanos desde mediados del siglo XX,
de la mano del ya fallecido Artur Lundkvist, quien, además de escritor
prolífico y traductor políglota, fue uno de los miembros más influyentes en la
Academia Suecia, que anualmente concede el Premio Nobel de Literatura.
Lundkvist construyó un
puente cultural entre Latinoamérica y Suecia, y por ese puente imaginario,
hecho de palabras y con la pasión del alma, primero pasaron poetas como Borges,
Neruda y Paz. Luego pasaron los narradores del boom de la literatura
latinoamericana, que veía abanderada por García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa
y el infaltable Cortázar, cuya obra fue tan grande como fue su corazón, sus
ideales y su vida.
Los lectores suecos,
inquietos por tragarse el mundo, empezaron a acercarse a la realidad fascinante
y contradictoria de nuestro continente por medio de las obras de los mejores
escritores, como quienes atisban un cuarto, lleno de realismo mágico y realismo
social, a través del ojo de una cerradura.
En las bibliotecas
municipales, que desde luego son menos complicadas que la Biblioteca de Babel de Borges, pueden encontrarse anaqueles repletos de libros en español y sus
respectivas traducciones al sueco. No es difícil ubicar al autor solicitado,
pues está catalogado según el apellido, el título de la obra, la nacionalidad y
el año de nacimiento. Tampoco es raro observar que los libros en español
superan cuantitativamente a los libros escritos en otras lenguas extranjeras;
una perspectiva que nos permite constatar que la literatura latinoamericana es
una de las joyas más buscadas dentro del cofre literario de todos los tiempos.
El interés de los suecos
por nuestros poetas y narradores no ha decaído, a pesar del actual auge de su
propia literatura, en la cual destaca sobretodo el género de la novela negra,
con autores como Stieg Larsson, Håkan Nesser, Jan Guillou y Henning Mankell; al contrario, los lectores se multiplican, el
idioma español crece como la espuma y los autores de nuestro continente siguen
siendo las estrellas con más brillan en la constelación de la literatura
universal.
Los escritores
latinoamericanos, que por razones políticas o económicas, llegamos a
establecernos en Suecia, considerándola una suerte de segunda patria, creamos
lazos de amistad no sólo con los ciudadanos nativos, sino también con los
escritores, con quienes, además de compartir el oficio escritural, nos relacionamos
en un idioma común que es el sueco. No pocos de nosotros formamos parte, desde
hace muchos años, de la Sociedad de Escritores Suecos y, en la medida de
nuestras posibilidades y a través de los medios de comunicación, seguimos el
desarrollo cultural y literario de este país que nos acogió solidariamente en
los años en que las dictaduras militares asolaban nuestros países. Tampoco es
casual que hubiésemos escrito artículos sobre la vida y obra de algunos de
ellos, y, de cuando en cuando, hubiésemos traducido algunos textos del sueco al
español, como una forma de agradecimiento a esta nación cosmopolita que nos concedió
los mismos derechos y las mismas responsabilidades que a cualquier otro
ciudadano.
La presencia de los
latinoamericanos en Suecia, como es natural, acrecentó el interés por nuestra
literatura que, con autores de primera línea, se encontraba en pleno apogeo
desde los años sesenta, no sólo en los países hispanoamericanos, sino también
en los países europeos, donde las bibliotecas e instituciones académicas
requerían conocimientos cada vez mayores sobre los autores más descollantes de
nuestra literatura; un espacio de
información que los residentes latinoamericanos en Europa supimos llenar con solvencia
a lo largo y ancho del Viejo Continente.
El Instituto de Estudios
Latinoamericanos de Estocolmo, junto a la Facultad de Lenguas Romances de las
universidades, pusieron a disposición de los interesados las obras de los escritores
latinoamericanos, cuyas obras, en parte, estaban siendo lanzadas por
editoriales españolas. Cabe señalar también que no se escatimaron esfuerzos por
conseguir las ediciones latinoamericanas, debido a que se contaba con recursos
que permitían adquirirlos a pesar de que las distancias encarecían los costos
de los libros publicados en países como México y Argentina.
Con el transcurso de los
años, la literatura latinoamericana en Suecia tuvo una resonancia que incluso
despertó el interés de los estudiantes suecos por aprender el idioma español
como segunda o tercera lengua. Por eso no resulta extraño que, en la actualidad,
existan académicos suecos que se dedican a estudiar exhaustivamente la vida y
obra de los autores que mejor nos representan en el ámbito de la literatura
universal, entre los que se encuentran los Premios Nobel de Literatura, como
Pablo Neruda, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
No está por demás señalar
que las generaciones posteriores al boom de nuestra literatura están siendo
debidamente estudiadas en las instituciones académicas y están encontrando un
público lector entre quienes prefieren mucho más las traducciones al sueco de
las novelas de Roberto Bolaño que las obras decimonónicas de varios de los
precursores de la literatura latinoamericana.
A modo de colofón habría
que añadir que los lectores suecos, aunque tienen sobradas referencias sobre el
impulso que ha tomado la literatura boliviana en los últimos decenios, siguen a
la espera de conocer la obra de los narradores y poetas de este país que, por
razones harto conocidas, se mantuvo por mucho tiempo a la zaga del resto de la
literatura del continente. Con todo, abrigo las esperanzas en que un buen día,
más temprano que tarde, ocupemos con legitimo derecho el lugar que nos
corresponde en el contexto de las letras hispanoamericanas y, por consiguiente,
en el contexto de la literatura universal.
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