ELDA ALARCÓN DE CÁRDENAS,
LA MATRIARCA DE LA LITERATURA INFANTIL BOLIVIANA
Después de muchos años de haber conservado su nombre en la mente y haber abrigado los deseos de conocerla personalmente, tuve la ocasión de estrecharle la mano, abrazarla con cariño y dirigirle palabras de sincera admiración el 5 de septiembre pasado, en la sala anexa del Espacio Simón I. Patiño de la ciudad de La Paz, donde hizo su ingreso a la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, con todos los honores que ameritan su larga trayectoria en el ámbito de la educación y la literatura destinada a los niños y las niñas de nuestro país.
Algo que no sabía de su vida, sino hasta que conversé con ella, es que esta dama de palabra elocuente, memoria lúcida y trato afable, fue víctima de las represiones desencadenas por las dictaduras militares que asaltaron el poder a fines del siglo XX. La acusaron de pertenecer a organizaciones de extrema izquierda y de estar involucra en actos subversivos. Estuvo detenida en el Ministerio del Interior, el Departamento de Orden Político y la cárcel de Achocalla. Mas su compromiso con las ideas libertarias, la responsabilidad con su familia y la educación boliviana, la mantuvieron a salvo de las acusaciones vertidas por los enemigos declarados de la democracia, la libertad y la justicia.
Doña Elda Alarcón de Cárdenas, nacida en febrero de 1928, es la matriarca indiscutible de la literatura infantil boliviana, no sólo porque, en su condición de maestra normalista y fundadora del Comité de Literatura Infantil y Juvenil en 1964, dedicó su tiempo, sensibilidad y profesionalismo a los pequeños grandes lectores, sino también porque es la primera autora que se animó a escribir un ensayo titulado Literatura Infantil (1969), que ella misma usó como material de estudio en la cátedra que dictaba en la Escuela Normal Integrada Simón Bolívar.
Este mismo ensayo, que llegó a mis manos gracias a la amistad y gentileza de don Werner Guttentag, me sirvió de mucho durante el proceso de elaboración de mi libro Literatura Infantil. Lenguaje y fantasía (2003), en cuyo capítulo dedicado a las condiciones que debe reunir un libro escrito para los infantes -quienes en el pasado fueron tratados como hombrecitos en miniatura y no siempre han tenido acceso a una literatura apropiada para su edad, desde el punto de vista lingüístico, emocional e intelectual-, cité textualmente las palabras de doña Elda, quien apunta: Literatura para ofrecerle al párvulo ha existido seguramente desde que la humanidad se considera como tal; pero intuitiva o arbitrariamente elaborada para él, no respondía a las características de su desarrollo, puesto que éstas eran totalmente desconocidas; no olvidemos al homúnculo citado por tantos pedagogos, considerado como un hombre en miniatura, para quien por lo tanto no podían existir consideraciones especiales (Editorial Juventud, La Paz, 1985, p. 23).
No es para menos, pues esta excelente poeta, ensayista y docente universitaria, supo encaminar con acierto su intelecto hacia el mundo que más necesita de sus conocimientos pedagógicos y su voz orientadora en el campo de la literatura infantil y juvenil; una profusa labor que le ganó el respeto de sus colegas y fue reconocida con la Gran Cruz de la Educación Boliviana, en Grado de Oficial, en 1979, y, en 1998, le hizo merecedora de la medalla y el diploma CEBIAE Forjadores de la Educación.
En cierta ocasión, cuya fecha no recuerdo exactamente, una nieta suya, que vive en Suecia, me hizo llegar por correo un libro dedicado y, en una conversación telefónica, me dijo: Mi abuelita lee en la prensa boliviana todo lo que usted escribe. Entonces, sin salir de mi asombro, me quedé pensando en que doña Elda y yo éramos como arrieros recorriendo por los mismos senderos trazados por el interés de impulsar una literatura que contemplara el mundo fantástico de los niños y las niñas. ¡Qué felicidad!
Sin embargo, lo cierto es que nunca pude comunicarme con ella para agradecerle por su amabilidad y gentileza, que desde luego no es un gesto frecuentes entre las mujeres y los hombres de letras en un país como el nuestro, donde el costo de envío de un libro por correo, fuera de las fronteras patrias y al otro lado del Océano Atlántico, está por encima de las nubes o cuesta un ojo de la cara. De todos modos, jamás dejé de abrigar las esperanzas de encontrarla algún día en La Paz para estrecharla entre mis brazos y agradecerle por ese libro que hoy ocupa un lugar preferente en mi biblioteca particular.
Luego de mantener una charla amena en el anexo del Espacio Simón I. Patiño, me enteré de que viene preparando la edición de sus obras completas, tanto en verso como en prosa. ¡Enhorabuena, doña Elda! Y, como no podía faltar, están también en marcha las versiones actualizadas y corregidas de sus investigaciones sobre pedagogía y literatura infantil. No cabe duda de que sus lectores/as y admiradores/as tendremos la grata sorpresa de reencontrarnos, a través de la lectura, con una de las autoras que ocupa un sitial merecido en el parnaso de los precursores de la literatura infantil boliviana, donde están Óscar Alfaro, Rosa Fernández de Carrasco, Alberto Guerra Gutiérrez, Beatriz Schulze Arana, Hugo Molina Viaña y Nery Paz Nava Bohórquez, entre otros.
Doña Elda Alarcón de Cárdenas, a pesar de los años idos y a pesar de las mareas de la existencia humana, no dejará de declamarnos sus poemas para niños escritos en español y aymara, ni dejará de contarnos las travesuras de Manuelito entre los pastores ni las leyendas de los Andes, mientras siga navegando hacia la eternidad en uno de esos barquitos de papel que ella misma construyó, como el Arca de Noé, para poner a salvo la literatura infantil y juvenil, que fue uno de los alicientes de su alma y uno de los motores principales de su vida.
Imágenes:
1. Elda Alarcón de Cárdenas en el Espacio Patiño, La Paz, septiembre, 2012
2. Víctor Montoya y Elda Alarcón de Cárdenas
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