LA PROSA ENIGMÁTICA DE JOHN CUÉLLAR
Como en toda obra
destinada a ser leída con atención y sentido crítico, El cuarto enigmático y
otras narraciones revela a un autor que, a pesar de su juventud y modestia, se
perfila como un escritor serio y comprometido con la palabra escrita, ya que
sus relatos no son simples garabatos narrativos ni el lector malgasta su
tiempo una vez que ingresa en el laberinto de los textos escritos con pasión y
talento.
En el primer
relato, ambientado en el edificio de un Instituto abandonado, nos permite
entrar en un cuarto penumbroso y frío, donde tres amigos experimentan hechos
inexplicables y enigmáticos, y en el que un libro abierto sobre una mesa, con
una sola frase escrita en sus páginas, parece tener todas las explicaciones de
un crimen recientemente ejecutado. Se trata de un suceso recreado al más puro
estilo de Edgar Allan Poe y, desde un principio, se puede afirmar que la prosa
de John Cuéllar, quien sabe tejer hábilmente los elementos de la realidad y la
fantasía, nos hace vibrar con situaciones rodeadas por un halo de misterio y
nos entrega una poderosa dosis de terror y espanto.
En Jorge Breen
en la mira, el protagonista sueña con su propio asesinato, mientras duerme en
uno de los bancos del cine, al mismo tiempo que en la película se comete un
crimen pasional. Aquí, lejos de toda consideración lógica, el autor deja
constancia de que el racionalismo es superado por la ficción del mundo onírico.
No en vano Jorge Breen vive con la sensación de que su realidad depende de
otra, y ésta de otra, y así sucesivamente hasta el infinito. Los tiempos
narrativos se sobreponen y se repiten las escenas como en la función rotativa
de una película, con un personaje asediado y asesinado varias veces.
En el tercer
relato, Delirio, parece prolongarse la historia de Jorge Breen. Todo comienza
cuando el protagonista, al salir de una megadiscoteca, encuentra en su camino a
una bella mujer, quien, desilusionada por el repentino abandono de su novio, le
pide pasar la noche en su apartamento. Estando allí, él aprovecha para
invitarle unas copas de ron y, seducido por la voluptuosidad de sus senos y sus
muslos, devorarla a besos mientras escuchan una canción de Laura Pausini. En
este relato, cuyo tema recrea una falsa ilusión provocada por los efectos del
alcohol, se explaya una prosa desinhibida y contemporánea, salpicada de
sensualidad, picardía y erotismo.
En algunas
narraciones se rastrea el tema de un amor no correspondido y las cavilaciones
propias de los enamorados de mujeres imposibles, como en Destiempo y en
Desolación, donde el protagonista adolescente, inconforme e insatisfecho, siente que
su vida existencial está proyectadas en las letras de una canción: Sólo huele a tristeza, huele a soledad;/ en mis ojos perdidos, sólo hay humedad…,
aunque no deja de abrigar las esperanzas de que si se pierde un amor, es posible
encontrar otro a la vuelta de la esquina, al menos si se practica el lema:
quien busca, encuentra, y quien insiste, consigue.
En una selección
de relatos, como en este caso, existen algunas narraciones que destacan más que
otras, ya sea por el tratamiento del tema o por la destreza narrativa del
autor, quien, en su condición de intelectual de clase media, ensaya una
literatura urbana que, de un modo consciente o inconsciente, usa los mismos
recursos a los que nos tienen acostumbrados Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce
Echenique. En tal virtud, no es casual que nos cuente las razones y sinrazones de los hijitos de
papá, de los muchachos que integran las tribus urbanas y se adueñan de la
ciudad en medio del mundanal ruido, el incesante ajetreo de la gente, los
servicios de las camaleonas y la música estridente de las discotecas a media
luz.
No faltan las historias
que transcurren entre hermanos celosos y madres preocupadas por buscar un buen
partido para sus hijas en un ámbito en el cual la ascendencia social y el poder
económico del pretendiente son decisivos a la hora de aceptar un compromiso
formal en el seno de una familia con pretensiones de la alta sociedad, con
servidumbre y chofer particular incluidos; una realidad que se refleja en Tienes que echarle la negra a un tipo
llamada Frank, donde el personaje principal, un hijito de papá, tiene la
vida servida en bandeja de plata y un futuro esplendoroso, al que todos son
convocados, pero en el que pocos son los elegidos. Mas no por esto, según el
hilo argumental, los ricos están libres de las tragedias familiares, así sea
sólo en un sueño premonitorio, como sucede en este relato, en el que los hermanos menores del protagonista
mueren ahogados en el mar; algo que se repite, de una manera paradójica y
premonitoria, en el caso de su amigo Martín Rosse, muerto con un disparo en la
frente.
Como en cualquier ciudad peruana, a altas horas de la noche, en las calles
y bares pululan los borrachos propensos a las agresiones verbales y los
asesinatos con arma blanca. Esto se describe, con precisión verbal y escenas de
videoclip, en El desquite, cuyo protagonista, Claudio Selso, es acosado y asesinado por un hombre de
apariencia misteriosa.
Por otro lado, llama la
atención el hecho de que el relator/protagonista casi siempre reflexiona sobre
los temas que lo aquejan mientras está en la cama, se supone que boca arriba y
con la mirada perdida en el cielorraso. Así ocurre, por ejemplo, en Una vez
más, tras la llegada de un forastero que despierta su curiosidad y cuyos pasos
sigue hasta descubrir que se trata de un hombre decidido a quitarse la vida en
el precipicio de la montaña; una acción impactante que, años más tarde,
experimenta en carne propia el relator/protagonista, dejándose caer en el mismo
abismo como un suicida potencial. Es digno destacar que en este relato se pone
a prueba la intención experimental del autor, quien repite cuatro veces un
mismo párrafo, con modificaciones claves al final de cada uno.
En Ellos me
están esperando, último relato del libro, desfilan una serie de personajes
secundarios que parecen no tener otro propósito que el de pasar el fin de
semana en un cine o reunidos en un night club entre mujeres de prendas mínimas
y bebidas tropicales. Aquí destaca El profe, un individuo resentido con la
colectividad y con poca autoestima personal que, en su plan de borrachera y
entre las muchachas del cabaré, funge ser el paradigma de quienes sueñan con un
estatus social y económico que los dignifique de por vida.
No es menos
interesante el caso de Apolonio Meder, más conocido como Apolo entre sus
amigos; un muchacho que se unió a la noble causa de los guerrilleros, pero
que, en realidad, resulto ser un soplón de los militares. Si bien es cierto
que este sujeto, con un pasado como mercenario, logra salvar su pellejo y huir
hasta la capital, es cierto también que no logra reintegrarse a la vida social
ni laboral, hasta que termina por entrar en contacto con el hampa, y,
consiguientemente, con los elementos que, debido a su actitud desalmada y sin
escrúpulos, pertenecen a los fondos más bajos de la sociedad, donde campean los
parricidas, violadores, atracadores y asesinos a sangre fría.
En Ellos me
están esperando, el relator/protagonista nos va describiendo, paso a paso, la
crónica de una muerte anunciada en medio de una galería de personajes
siniestras que forman parte del texto y el contexto, y mientras él, Ángel
Curtis, ya acostado y cubierto por la sábana, reproduce en su mente la frase:
ellos te están esperando, siempre lo han hecho, pero hoy es diferente, debido
a que ellos, los malandrines que son sus compinches en los actos delictivos,
están dispuestos a despacharle a ese lugar del cual nadie retorna con vida. Y
así ocurre, en el desenlace, el asesinato anunciado es consumado, poco antes de
que la esposa de Ángel Curtis descubra el cadáver ensangrentado y una nota
sobre su pecho: La sangre cubre lo que el dinero no puede.
Este volumen ágil
y ameno, de un modo general, está compuesto por una galería de jóvenes
atrapados por la melancolía y la desilusión, que divagan entre las cuatro
paredes de un cuarto, siempre meditabundos y contraviniendo toda lógica y
razón, como seres enajenados que vagan por un laberinto de preguntas sin
respuestas y por calles que más parecen pobladas por fantasmas que por seres
con vidas y realidades cotidianas. No obstante, aunque en varias de las
narraciones las ilusiones y los ensueños adolescentes se rompen como vasijas de
barro antes de ingresar en la antesala de la vida adulta, queda claro que el
amor y el desamor son dos de los pilares sobre los cuales están estructuradas
las breves prosas de John Cuéllar, quien, con la fuerza de la imaginación y el
oficio escritural, no dejará de sorprendernos en un futuro inmediato con obras
que dejarán su huella en el marco de la literatura peruana contemporánea. Por
ahora, y sin mayores preámbulos, nos quedamos a gusto con los diez relatos de
El cuarto enigmático y otras narraciones, un libro que merece ser leído con
los cinco sentidos.
John
Cuéllar (Huánuco, Perú, 1979). Poeta y narrador. Licenciado en Lengua y Literatura, egresado de
la Universidad Nacional Hermilio Valdizán. Ha sido encargado de edición de las
revistas Kactus & Parnaso
(2003-2004) y Parnaso (2005-2006). Obtuvo el segundo premio de poesía en los “II
Juegos Florales Valdizanos, en 2000, y el primer premio en el “II Premio de
Cuento Ciudad de Huánuco”, en 2001. Es autor de Narrativa joven en Huánuco (2005), Lexicón (2007) y Sin antídoto
(2008). Tiene textos dispersos en publicaciones nacionales y extranjeras.
También ha publicado en medios electrónicos: Revista VOCES, Casa de Poesía ISLA NEGRA, Yo escribo, Revista del
Pensamiento y la Cultura DIEZ DEDOS, Revista Literaria KATHARSIS, Revista Intercultural del mundo
hispanohablante ÓMNIBUS, Revista Trimestral de Literatura EL HABLADOR y en
la Revista de narrativa contemporánea en
castellano NARRATIVAS.