sábado, 28 de mayo de 2011


EN UNA PLAZA DE COPENHAGUE

Esta instantánea no fue captada por una fotógrafa profesional, sino por una compañera entrañable que, sin ser experta en el arte de componer la luz y la sombra, fijó esta escena insólita más como un recuerdo de viaje que como una imagen documental.

Así, en esta fotografía, captada en una plaza de Copenhague, no se perciben los bares expuestos a cielo abierto ni las avenidas inundadas de sol, pero sí la figura ineludible de un policía que, rodeado por un tumulto de curiosos y miradas absortas, se enfrenta a un fakir tragafuegos, quien dejó de echar llamas por la boca más por órdenes superiores que por haber concluido su espectáculo callejero.

Los daneses, en medio del sentido del humor que los diferencia del resto de los escandinavos, escuchan con atención las palabras que se cruzan en el ámbito, mientras el policía y el fakir se miran frente a frente, retándose como gallos de pelea ante un hombre embriagado que parece tener el rol de árbitro. Por la expresión de los rostros y la parábola del incidente, se tiene la sensación de que ninguno está dispuesto a ceder en sus posiciones, salvo que se aplique la ley del más fuerte, donde entran en juego el sentido de autoridad y el prestigio profesional.

Del fakir, plantado con las manos a la espalda, posiblemente nunca lleguemos a saber su identidad: nombre, edad, estado civil y lugar de residencia. Pero eso sí, en nuestra retina quedará estampado su aspecto extravagante. Y, quizás, con esto baste para recordar a este hombre de cuerpo semidesnudo, pantalones jeans, cintillo en la cabeza y barba montaraz.

Del policía de brazos cruzados, que luce chaqueta y gorra como todos los uniformados responsables de hacer prevalecer el orden publico, todos tendrán una opinión particular según su propia experiencia. Además, como es natural, a nadie le interesa la identidad de un guardián que vive en el anonimato, aparte de saber que la autoridad de un policía pende sobre el cuello del libre albedrío como la espada de Damocles.

Esta imagen callejera, capaz de poner en movimiento las aspas de la imaginación, evoca en cierto modo algunas escenas de las ingeniosas películas de Chaplin, quien no deja de enfrentarse al policía que, porra en mano y pito en boca, lo acosa por burlarse de la ley y del orden establecido. Una prueba de fuerzas en la cual el espectador, de manera consciente o inconsciente, toma más partido por el subversivo del orden que por el guardián de éste.

Por lo demás, esta fotografía, cuyo mensaje refleja una realidad escindida entre la autoridad y la anarquía, es una válvula de escapa para los amantes de la libertad absoluta y un balde de agua fría para quienes están acostumbrados al orden y la disciplina.
Si volteamos la mirada sobre la fotografía, podremos advertir que la realidad tiene la fuerza de transmitirnos un acontecimiento callejero apenas percibido por su cotidianidad. Pero si nos detenemos un instante y observamos detenidamente nuestro entorno, casi siempre en movimiento sobre un fondo estático, constataremos que la realidad no sólo está llena de sorpresas, sino que supera a la fantasía, ya que tiene una magia hecha de espontaneidad y tiempo concentrado.

sábado, 21 de mayo de 2011


FE DE RATAS

–¿A qué viene esa furia desatada en tus adentros y tan impregnada en tu piel? –preguntó el Tío* desde su trono.

–Acabo de leer este mamarracho salpicado de errores –contesté arrojando el libro sobre la mesa–. ¡Un verdadero insulto contra el lector!

–No tienes por qué enfadarte –dijo mientras disparaba su mirada de fuego sobre las cubiertas de lujo, sin importarle quién era el autor–. Eso de los errores y horrores es frecuente en la literatura. Acaso no recuerdas que cuando retornaste de España estabas despotricando contra tu editor, quien, en la presentación de tu biografía, cambió el nombre del país donde naciste.

–¡¿Qué dices?!

–No te hagas el necio. Tú mismo me contaste que en tus datos biográficos, estampados en la solapa del libro, escribió que naciste en Bolovia y no en Bolivia. Es decir, el editor inventó un nuevo país, un territorio desconocido al mejor estilo de Camala de Rulfo, Santa María de Onetti y Macondo de García Márquez.

Me quedé pensativo un instante, consciente de que los errores pueden doler en el alma, como cuando un cura incurre en el pecado de la carne. Después me repuse, recordé el incidente referido por el Tío y confirmé:

–Es cierto, ese error cometió el editor, quien, a pesar de crucificar a los escritores sin querer, atribuye las erratas a los duendes que habitan en las imprentas.

–No me vengas con cuentos –dijo–. Los errores son siempre de los humanos y no de las máquinas. Echarles la culpa a ellas, como el ciego al empedrado, es una estupidez de grueso calibre.

–Nada más cierto que eso –corroboré. Después, a modo de justificar los gajes del oficio, añadí–: Los errores gramaticales, en el doloroso arte de trabajar con la escritura, pueden también confundirse con los errores de creación, por mucho que el escritor haya aprendido a forjar la palabra con la misma entereza con que el herrero fragua el acero entre el yunque y el martillo.

El Tío, que no sabe leer ni escribir, pero es sabio por su natural condición de diablo, escuchó mis palabras con suma atención. Luego se rascó la barbilla con la pezuña, rememoró los comentarios escuchados en boca de otros escritores, quejándose de las metidas de pata de sus editores, y dijo:

–El error impreso en un libro no lo modifica ni Cristo descrucificado, menos aún el escritor, quien no puede borrar con el codo lo que se escribió con la mano. Conozco el caso de un poeta cubano que, a poco de recibir su poemario empastado, descubrió que en su verso: Yo siento un fuego atroz que me devora, el linotipista colocó su erratón y escribió: Yo siento un fuego atrás que me devora. De modo que el autor y el impresor se subieron en una lancha y fondearon los ejemplares de la edición en una bahía de La Habana.

–No es para menos –dije casi sin respirar, con el cuerpo rígido y los brazos cruzados–. A mí también me tocó romper varios ejemplares de mi primer libro, pues de seguir circulando hubiese necesitado añadir una lista a manera de fe de erratas, o, como diría un dilecto amigo, fe de ratas. Pero hay casos peores, como el de los escritores perfeccionistas que, por razones hasta hoy desconocidas en los anales de las ciencias literarias, se enferman por un simple error de tipografía. Éste es el caso de García Márquez, quien, antes de ser Premio Nobel, no sólo tenía problemas apremiantes con el papel para la máquina de escribir, sino que tenía la mala educación de creer que los errores de mecanografía, de lenguaje o de gramática, eran en realidad errores de creación, y cada vez que los detectaba rompía la hoja y la tiraba al canasto de la basura para empezar de nuevo.

–Ya ves, ya ves –repitió el Tío–. Tú no eres el único que se angustia ante un error ni el único que maldice al editor.

–Aunque no lo creas, con los años que llevo metido en este noble oficio, he aprendido a capear los errores de tipografía que, luego de esconderse entre línea y línea, se te aparecen como alimañas donde menos te lo esperas. Con todo, es un craso error cambiar el nombre del país donde naciste, porque eso es como cambiarle el nombre a la madre que te parió. Por eso me dolió mucho ver en mi libro la palabra Bolovia en lugar de Bolivia.

El Tío, orgulloso de tener sus orígenes en las minas del altiplano, me dirigió la mirada chispeante y dijo:

–Conozco a escritores que se cogen de los pelos cuando por un error involuntario, o por la intervención de una mano misteriosa a la hora de tipear el texto, se cambia una letra por otra, o se quita y se añade otra, modificando el sentido de la frase o del verso, incluso cuando este error produce efectos cómicos.

–¿Cómo así? –le pregunté, sin dejar de pensar en que estaba tomándome el pelo como siempre.

–Como las erratas que te mencionaré a continuación –contestó dispuesto a lucir su gran sentido del humor–. No es lo mismo que un político diga: Yo amo con fruición a mi patria, que Yo mamo con fruición a mi patria; o que un cura diga: Los conquistadores trajeron de España un credo católico, que Los conquistadores trajeron de España un cerdo católico; peor todavía si en la frase: La puma parió una pumita, aparecieran cambiadas las letras m por las t; o que en la frase: El obispo ponderó los hermosos cultos de las hijas de María, desapareciera la letra t de la palabra cultos.

–De dónde sacas todo esto, si tú no sabes leer ni escribir –le salí al paso, esbozando una sonrisa a la medida de su picardía.

–No jodas, pues –repuso. Respiró hondo y se inclinó hacía a mí, iluminándome el rostro con la luz de sus ojos–. No necesito ser letrado para leer el pensamiento de los humanos y sentir sus ataques de ansiedad por los errores que cometen en sus vidas y sus obras.

No dije nada, como quien asume la conducta de una persona educada. Guardé un corto silencio y, tras recorrer el cuarto con la mirada, se me vino a la mente la anécdota de las erratas y erratones, que Neruda cuenta en su libro Para nacer he nacido, donde afirma que los errores en un libro de poesía le duelen profundamente al poeta. Las erratas son como insectos o reptiles armados de lancetas encubiertos bajo el césped de la tipografía. Los erratones, por el contrario, no disimulan sus dientes de roedores furiosos. Cuenta también que, en uno de sus poemarios, lo atacó un erratón bastante sanguinario. El poeta indica: Donde digo 'el agua verde del idioma' la máquina se descompuso y apareció 'el agua verde del idiota'. Sentí el mordisco en el alma...

–¿Qué te pasa –preguntó como sumergiéndose en mis pensamientos y devolviéndome a la realidad–. Te quedaste callado y cojudo.

–No pasa nada –repliqué–. Estaba pensando en que el idioma tiene también sus lados requetechistosos, pues se presta al juego de palabras y, como dirían los filólogos, a la recreación lúdica.

–Eso es correcto –afirmó–. Ahí tienes las frases que, con sólo cambiar el orden sintáctico de las palabras, adquieren connotaciones semánticas diferentes. Por ejemplo, no es lo mismo Un miembro de la corte, que un corte en el miembro, tampoco es lo mismo El SIDA tiene cura, que el cura tiene SIDA o La Virgen del Socavón, que el socavón de la virgen. Otro juego de palabras son los llamados palíndromos, que consiste en construir palabras o frases que se escriben igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, y que, además, conservan el mismo significado, como en el caso de la palabra Oruro. Escríbelo al revés y verás lo que te digo.

–Es cierto –constaté–. ¿Y tienes más ejemplos?

–Por supuesto –contestó al tiro–. Prueba con la palabra reconocer y si quieres un palíndromo más largo, aquí tienes una frase completa: Anita la gorda lagartona no traga la droga latina.

–¡Ajá! Con esa frasecita me quedo –dije–, pero como no puedo escribir mentalmente de derecha a izquierda, por ser larga como la cola de la lagarta, lo intentaré con lápiz y papel en el escritorio.

El Tío aprobó mi decisión con la cabeza, sonriente y tranquilo. Cogí el libro que estaba sobre la mesa, me volví y salí del cuarto, donde el soberano de las tinieblas quedó sentado en su trono.

* Deidad de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinden pleitesía, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

sábado, 30 de abril de 2011



El presente vídeoclip, que bien puede sintetizar la angustia y la soledad de un escritor, fue animado y realizado por Miro Coca Lora. Es más, Víctor Montoya escribió  con anterioridad el microcuento “Muerte anunciada”, en cuyas escasas líneas se puede leer: “Aún no había nacido cuando los diarios anunciaron mi muerte. Cincuenta y cinco años después, al leer por casualidad el aviso necrológico en la Red de Internet: ‘Escritor suicida se quitó la vida en circunstancias desconocidas...’, no tuve más remedio que cargar el revólver y pegarme un tiro”.

viernes, 29 de abril de 2011


LA OBSESIÓN POR EL VOLUMEN

Una de las cosas que me sigue llamando la atención es el volumen de los cuerpos, esa suerte de gordura que habita en el subconsciente colectivo, y que los pintores nos ayudan a visualizar a través de sus obras de arte. Así el pintor colombiano Fernando Botero, que luce una barbita mefistofélica y un rostro que parece arrancado de uno de sus cuadros, me reafirmó la obsesión por el volumen, puesto que sus creaciones, llenas de sensualidad y tridimensionalidad, constituyen un arte empeñado en distorsionar las formas de la figura humana, como quien sigue una vieja tradición de pintores que se inspiraron en la abundancia y la redondez. Ahí tenemos, por ejemplo, los cuadros de Giotto, Miguel Angel, Renoir y de los pintores del realismo barroco. Es cuestión de observar los cuadros de Rubens para constatar que, durante el siglo XVI, la belleza de una mujer estaba en la armonía de sus volúmenes y en la blancura de su piel, casi tan fina como la porcelana china. Las figuras de Rubens responden al gusto estético de una época, en la que la gordura representaba el bienestar social y la alegoría al pecado carnal.

En ese contexto, los personajes de Fernando Botero, que son verdaderos monumentos a la desmesura y la belleza, me devolvieron a mi obsesión por el volumen, sobre todo, cuando vi sus esculturas expuestas en los Campos Elíseos de París, en esa avenida que se extiende desde la plaza de la Concordia, en cuyo centro se erige un obelisco rosa en honor a un dios egipcio, hasta el majestuoso Arco del Triunfo. Las 31 esculturas de Botero se alzaban sobre sus pedestales como una sinfonía de hierro y de volúmenes, y, por supuesto, con una energía capaz de reafirmar ese viejo ideal de que la belleza también está en lo feo, en lo obeso y, por qué no decirlo, en esas criaturas humanas que rompen con los cánones estrictos de la perfección corporal.

Asimismo, al mirar las figuras de Botero, recuerdo la anécdota que alguna vez me refirió un poeta amigo, quien se sintió atraído desde siempre por las abultadas posaderas de una hembra; más concretamente, desde cuando salió de compras con una tía solterona que, sin necesidad de menear la plenitud de sus caderas, provocaba un aluvión de piropos por donde iba. Según me confesó, los hombres que la veían cruzan por las calles, con un donaire hecho a la medida de su belleza, le dedicaban versos de amor o la desvestían con la mirada, hasta cuando ella desaparecía detrás de la esquina, conservando el mismo orgullo y la misma dignidad que aprendió desde la cuna. De modo que mi amigo, consciente de que los volúmenes protuberantes de una mujer pueden causar estragos en el tráfico o traumas insuperables, no ha dejado de sentirse seducido por quienes exhiben los mismos atributos que su tía solterona.


No es casual que Vargas Llosa, en su fantástico relato erótico, Candaules, rey de Lidia, haga hincapié en las partes redondas de Lucrecia, esposa de Candaules, quien no estaba orgulloso de su reino, ni de sus hazañas en los campos de batalla, sino del voluminoso trasero que la Providencia concedió a su esposa; ese hechicero lugar donde la espalda pierde su casto nombre, y que él no llamaba posterior, ni culo, ni nalgas, ni posaderas, sino, simple y llanamente, ¡grupa!, pues cada vez que ella se agachaba para besar la alfombra o se despojaba de sus ropas, él tenía ante sus ojos un paraíso carnal, y cada vez que la poseía tenía la sensación de estar sobre una yegua, cuya abundancia era capaz de despertar las fantasías más desaforadas de los súbditos, quienes no cesaban de envidiar al rey por tener ese mundo trasero en sus manos.

Por lo que a mí respecta, atento lector, la obsesión por el volumen me atrapó cuando vivía en un centro minero del altiplano boliviano, donde los hombres tenían preferencia por las mujeres que ostentaban con orgullo los excesos de su cuerpo, convencidos de que la abundancia de las partes posteriores compensaba los defectos de la cara. Por eso mismo, sin la intención de agredir a las flacas ni generalizar el gusto estético por lo gordo, debo reconocer que sigo aferrado a la idea de que no hay nada mejor que una mujer que nos despierta el apetito a la carne (con el perdón de los vegetarianos) y nos enseña que los humanos, reproducidos en el mundo por creación divina o por evolución, somos algo más que un armazón de huesos; más todavía, no pienso renunciar a mi obsesión por el volumen, así la sociedad actual continúe postulando los cánones estéticos definidos por la delgadez, según los cuales el nuevo ideal de la belleza femenina está relacionada con las muchachas anoréxicas, las maniquíes construidas con fibras de vidrio o con las sex-symbol de caderas rectas, pechos de silicona y nalgas planas como las paletas de Botero.

Imágines:

1. The Bath (1989), Fernando Botero
2. The Morning After (1990), Fernando Botero

martes, 19 de abril de 2011


EL DÍA MUNDIAL DEL LIBRO

–El 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro –dijo el Tío*, acomodándose en su trono.

–Así es –confirmé–. Y dicen que el primer libro que llegó a nuestras tierras fue la Biblia, como una de las poderosas armas de la conquista.

–Ah, carachos –se iluminó el Tío–. ¿Y por qué se dice eso?

–Porque la Biblia fue usada como un símbolo de dominación y poder. La anécdota de la conquista del imperio de los Incas nos da la respuesta. Según el cronista Garcilaso de la Vega, cuando Atahuallpa hizo su ingreso a la plaza de Cajamarca, en medio de una multitud y un aparato ceremonial esplendoroso, lo recibió el fraile Vicente Valverde, el mismo que, por intermedio del intérprete Felipillo, le explicó las intenciones del Rey de España y le entregó el libro sagrado. Atahuallpa tomó el objeto en la mano, lo hojeo, lo agitó cerca del oído y, al comprobar que no sonaba ni tenía voz, lo arrojó por los suelos, como quien no quiere someterse a los caprichos de otro soberano ni a los designios de un Dios desconocido.

–¡Qué interesante! –exclamó el Tío–. ¿Y cómo reaccionó el frailecito ante la irreverencia del Inca?

–Los cronistas cuentan que casi se le saltaron los ojos y que, alzándose la sotana para correr mejor, se retiró gritando: ¡Sacrilegio! ¡Sacrilegio! ¡Sacrilegio!

El Tío se partió de la risa. Pero a punto de amainar su ronca voz, y viéndolo enrojecer de júbilo, le dije en serio:

–Lo grave es que Atahuallpa arrojó la Biblia por ignorancia y no porque sabía que el libro contenía la palabra de Dios, las profecías y los evangelios. Los conquistadores, horrorizados por la actitud pecadora del Inca y dispuestos a imponer su religión a sangre y fuego, irrumpieron a galope de caballos y entre estampidos de cañones y arcabuces. Así es como el imperio de los hijos del sol, desde el fatídico encuentro con los hombres enfundados en armaduras de hierro, quedó atrapado entre la cruz y la espada. Así también comenzó una nueva historia y el ritual de dominación mediado por el libro, cuya palabra escrita, además de ser una forma de comunicación, es una herramienta del conocimiento convertida en poder.


–Ahora entiendo mejor –dijo el Tío, con una ráfaga de lucidez sobrenatural–. Si el conocimiento es poder, entonces el libro es su mejor instrumento.

–Algo más –aclaré–, los libros, por medio del poder de la palabra, son armas contra la ignorancia y la incultura.

–No estoy muy de acuerdo con esa afirmación –irrumpió el Tío–. Los habitantes del imperio incaico no eran ignorantes porque carecían de libros. Eran sabios en lo suyo, como yo que, con libros o sin ellos, provengo de la tradición oral. Gran parte de mi vida corresponde a la memoria colectiva de los vencidos, quienes recién están reescribiendo la historia oficial para dar mayor espacio a su propia versión. Por eso mismo, quiero que oficies como mi escribano, para que contribuyas a dar un vuelco a la historia oficial escrita por los vencedores y saques a relucir la versión de los vencidos. Por lo demás, como nunca necesite de la palabra escrita, te sugiero que te quedes con tus libros, con esos mamotretos que pesan más que la pata de un muerto y adornan los estantes de tu biblioteca; mientras yo, como todo sabio entre los sabios, me quedaré con los cuentos, las fábulas, los mitos y las leyendas de la tradición oral, que también constituyen una fuente de sabiduría de las civilizaciones precolombinas que desconocían la Biblia, que de seguro es el libro de los libros.

Me quedé callado ante el brillante razonamiento del Tío, hasta que él, con el rostro encendido por el fuego de sus ojos, me lanzó una pregunta inesperada pero necesaria:

–Después de la Biblia, ¿qué otros libros llegaron a nuestras tierras?

–No sé exactamente –contesté–, pero sin duda llegaron pergaminos escritos con tinta y algunos libros empastados en cuero, como llegó el Quijote de la Mancha, no cabalgando en su Rocinante, sino en las carabelas y las alforjas de quienes veían a conquistar el llamado Nuevo Mundo, ávidos de riquezas y de gloria.

El Tío me miró con un gesto de duda, se rascó la barbilla y asistió:

–Ahora me puedes decir, ¿cómo evolucionó el arte de la escritura y de la imprenta?

–Es una larga historia –le dije–. Los hombres primitivos no conocían la escritura. Su lenguaje era únicamente oral y se expresaban por medio de dibujos simples. Pero la escritura con imágenes era complicada, pues requería demasiados signos para ser entendida y su aprendizaje era lento. De modo que los escribanos como yo, conscientes de que en todo idioma existen palabras difíciles de representarlas con dibujos, se vieron obligados a inventar grafemas para significar los distintos sonidos del alfabeto. Con el transcurso del tiempo apareció la imprenta, capaz de imprimir muchas copias sobre el papel. Su invento se le atribuye a Gutenberg, quien, asociado con Johann Fust, publicó la Biblia latina a dos columnas, en 1455, y perfeccionó en Estrasburgo el proceso de impresión con tipografía móvil, dándole a la imprenta un desarrollo considerable, hasta llegar a la prensa de rodillo y al uso de las rotativas, que en la actualidad consiguen imprimir grandes rollos de papel en poco tiempo.
El Tío escuchó sin interrumpirme un solo instante. Así que, como pocas veces, aproveché para seguir con mi cotorra:

–A estas alturas de la historia, cuando todas las sociedades están inundadas de libros, es difícil imaginar que primero fue la palabra, y la palabra fue Dios, pues el torrente de publicaciones parece indicar que su inicio no está en la creación del mundo, sino en un cataclismo intelectual más espectacular que el mito de Babel, donde el lenguaje de los hombres fue confundido por castigo divino.

–¡Ya, déjate ya de macanas! –prorrumpió el Tío–. Tú metes a Dios hasta en la sopa. ¿O me dirás que también está entre los libros que tratan sobre mí vida? Mas bien dime, ¿por qué se celebra el Día Mundial del Libro cada 23 de abril?

–Porque es una fecha para reflexionar sobre el invalorable aporte del libro al patrimonio cultural de la humanidad y para recordarles a los gobernantes y gobernados que, a pesar del galopante desarrollo de la cibernética y las ediciones digitales, el libro impreso seguirá siendo el pilar fundamental del conocimiento, la educación y la reflexión crítica.

–¡No te he preguntado eso, carajo! –levantó la voz el Tío–, sino por qué un día 23 y no otro.

–Ah –reaccioné inmediatamente, como pateado por una corriente eléctrica–, porque en esta fecha nacieron o fallecieron grandes figuras de la literatura universal, como Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Garcilaso de la Vega, Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo, entre otros. Y en homenaje a ellos se celebra el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor desde 1996, impulsado por la Unión internacional de Editores y la Unesco...

El Tío se quedó pensativo, como reflexionando en la real importancia del libro. Poco después, con la mente iluminada por la sabiduría, clavó su mirada de fuego en mis ojos y ordenó:

–Ya puedes retirarte. Otro día pensaré cómo escribiremos la Biblia del Diablo.


Me retiré extrañado de que el Tío, quien lo ve, lo oye y lo sabe todo, desconociera algunos detalles de la historia del libro. O, simplemente, a modo de poner a prueba mis escasos conocimientos, dejó que respondiera sus preguntas como si me tomara un examen oral.

* Dios y diablo de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinden pleitesía, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

Imágenes:

1. Biblia abierta, pintura de Vincent Van Gogh
2. Dibujo de Felipe Guamán Poma de Ayala
3. Páginas del Codex Gigas (Código del Diablo)

lunes, 11 de abril de 2011


LA CHINASUPAY

Todas las mañanas al clarear el día, el minero contaba sus sueños y pesadillas. Pero esta vez, despertó al revés y se levantó callado, como si durante el sueño se hubiese tragado la lengua. Se puso el overol percudido por la copajira y ajustó las botas de goma sobre los “p’olqos” de lana. Se levantó haciendo tintinear la hebilla del cinturón, se caló el guardatojo hasta las cejas, levantó su bolsa de Calcuta y avanzó en dirección a la puerta.

Su mujer, recostada todavía en la cama, lo siguió con la mirada; pero al verlo abrir la puerta, lo detuvo con la voz:

–¿Ya te vas?

El minero se volvió y quedó parado, mirándola.

–No me has contado tus sueños ni te has despedido de las “wawas” –le dijo, sin elevar la voz ni bajar la mirada.

–Soñé con algo horrible, tan horrible que prefiero callar.

–¿Cómo? –dijo–. ¿Ya no me confías tus sueños?

El minero no contestó ni sí ni no. Después avanzó hacia ella, se sentó en el borde de la cama y dijo:

–Te voy a contar, pero a condición de que no me preguntes nada. Su mujer se quedó mirándolo, expectante, en silencio. El minero hundió la cabeza entre las manos y, como si recién estuviese llegando del otro lado de la vida, empezó su relato:

–En el sueño se me apareció la Chinasupay. Estaba parada cerquita de la cama, entre el velador y la cabecera; tenía cuernos y cola, los cabellos de serpiente y los ojos rojos como el achiote. Estaba envuelta en una manta y sujetaba un cuchillo en la mano…

Su mujer, absorta por el relato, tuvo la sensación de que su corazón daba un vuelco y que sus pelos se le ponían de punta. Era la primera vez que la Chinasupay se apareció en los sueños de su marido.

–… Yo la miré asustado. Ella me mostró sus dientes y los alacranes de su lengua. Intenté moverme y gritar, pero fue imposible. Estaba más quieto y más mudo que una piedra –continuó el minero–. La Chinasupay se abrió la manta y me mostró los pechos grandes como tutumas de chicha, mientras por abajo derramaba sapos y gusanos. Después levantó el cuchillo, me lo clavó en el pecho y me cortó en pedazos. Yo tenía la cabeza intacta y seguía con vida. Escuchaba mi respiración y veía cómo mi corazón latía en el suelo arrancado ya de mi pecho, y cómo los pedazos de mi cuerpo se movían como la cola partida de una lagartija…
Su mujer, tensa como una cuerda, se cobijó entre sus hijos que dormían a su lado, sin saber cómo interpretar la simbología de ese sueño macabro.

–… Al final –concluyó el minero–, la Chinasupay desapareció con un silbido de humo y de fuego. Yo junté los pedazos de mi cuerpo y escapé del sueño, como por un túnel oscuro y largo…

Su mujer lanzó un suspiro hondo e intentó relajar la tensión de sus nervios.

–Es hora de que te vayas a la mina –le dijo, mirando las agujas del reloj que marcaban las cinco y cuarto.

El minero besó a sus hijos, se levantó de la cama y salió de la casa, sin despedirse de su mujer ni del gato que ronroneaba entre las mantas y polleras.

Glosario

Chinasupay: Diablesa. Amante del Tío de la mina.
P’olqos: Medias rústicas de lana de oveja.
Wawa: Niño, niña. Recién nacido.

martes, 5 de abril de 2011


EL PARAÍSO DE SAPOS Y CULEBRAS

La culebra es famosa desde el sexto día de la creación divina. Al decir de los expertos, la aparición de la primera culebra coincide con la creación del hombre, así como la aparición del primer sapo coincide con la creación de la mujer. Sapo y culebra probaron la fruta prohibida del Paraíso e incurrieron en el pecado de la carne. Desde entonces, la culebra es un diablito que quiere meterse en el infiernito del sapo.

Cuando la culebra está tranquila, se encoge como una lombriz aterrada, pero cuando está en acción, se pone dura como el garrote y adquiere dimensiones que, para el gusto o el susto de los sapos, duplica y hasta triplica su tamaño.

La rigidez de la culebra es factible gracias a la estructura anatómica de su cuerpo, cuyas arterias se llenan con la sangre que fluye a su interior, rellenando las lagunas vacías. Así aumenta de espesor y longitud. Al término de su rigidez, la culebra vuelve a su calibre normal, las lagunas se vacían de sangre y las paredes se vuelven flácidas; sólo entonces, la culebra tiene la virtud de doblarse y enroscarse, sin romperse ni quebrarse.

Las culebras, a diferencia de los sapos caseros, son callejeras y aventureras. Se arrastran de huerto en huerto, hacen ruidos de cascabel, se yerguen como cobras y acechan al sapo que encuentran a su paso. Las culebras más mundanas y hambrientas se comen incluso a los sapos rechonchos del hortelano, en cambio las culebras más exigentes y delicadas se comen sólo a los sapos sin dueño. Las culebras, por su propia naturaleza, son saperos, exceptuando a unas pocas que no comen sapos sino culebras.

La culebra que tiene mucha experiencia y se ha comido muchos sapos, sabe diferenciar entre los sapazos, los sapos y los sapitos. Sabe también que los sapos tienen una lengüita sensible escondida en la comisura de sus labios. A veces, la lengüita puede desarrollarse tanto que puede parecerse a la culebra. Cuando esto ocurre, el sapo puede actuar como sapo sapero y comerse a otros sapos del huerto.

Toda vez que la culebra quiere acceder al interior del sapo, seducida por sus zonas encantadas, el sapo abre la boca como flor carnívora, hincha la lengüita y babea una sustancia lubricante. Algunos sapos, aunque carecen de dentadura, pueden contraer los músculos y morder a la culebra, mas su mordedura no es dolorosa sino sabrosa.

Según confesiones de un sapo anónimo: Los sapos de esta clase son conocidos como sapos mordedores; tienen fama, son perseguidos y apetecidos.

Las culebras, como en el reino de los sapos, se diferencian en el color, la forma y el tamaño: hay culebras cortas y culebras largas, culebras gruesas y culebras delgadas; algunas culebras tienen la cabeza grande y otras pequeña. El color de las culebras varía según la raza: hay culebras blancas, amarillas, cobrizas, negras..., y culebras cuyos colores son el resultado del cruce de dos o más razas diferentes. Hay culebras de piel granulada y culebras de piel lisa, culebras peludas y culebras lampiñas. Las culebras de tamaño grande son culebrones, las de tamaño regular culebras y las de tamaño pequeño culebritas, y con esto queda claro que existen culebras para el gusto de todos los sapos.

La culebra, como el célebre batracio, es un animal popular en todas las culturas. A su nombre, tanto mujeres como hombres, le han dedicado innumerables cuentos, cantos y poemas. Está presente en los mitos y las leyendas, en las fábulas y los aforismos, y lo que es más importante, tarde o temprano, está en boca de los sapos que, desde el día de su creación, son verdaderos encantadores de culebras.

Si el sapo es un animal medicinal, que sirve para curar el mal de caderas de los hombres, entonces la culebra es un animal tan útil como el sapo, pues su piel se usa en la peletería, su veneno es una medicina potencial y su grasa es un ungüento apreciado por las mujeres. Por cuanto la culebra, desde que el mundo es mundo, es un animal inofensivo, así tenga fama de ser la criatura maligna que tentó al sapo en el Paraíso.

sábado, 19 de marzo de 2011


ESPEJISMO

Ella quedó sola en medio del desierto, un ventarrón infernal barrió la aldea, dejando a salvo sólo su choza hecha con adobes de barro y estiércol de camello.

Al día siguiente, mientras contemplaba el horizonte a través de la ventana, divisó a un hombre que, acercándose cada vez más, más y más, cruzó por delante de sus ojos.

Ella lo recibió en la puerta y le preguntó:
–Y tú, ¿quién eres?

–Un fantasma –contestó, y luego desapareció.

–Fue un simple espejismo –se dijo. Cayó al suelo y rompió a llorar. Su cuerpo volvió al polvo y sus lágrimas formaron un oasis entre las dunas del desierto.

miércoles, 2 de marzo de 2011


EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

No sé si la celebración del 8 de marzo tiene la fuerza que se merece en Bolivia, pero tengo la sospecha de que es un día como cualquier otro para la mayoría de las mujeres del campo, las minas y las ciudades. De ser así, me asaltan varias preguntas: ¿Qué harán nuestras feministas para cambiar esta situación? ¿Qué hará el gobierno para declarar feriado nacional? ¿Qué harán los sindicatos y las instituciones del género? ¿Qué harán las mujeres en general? Aunque me gustaría que sus voces atronaran en las calles y sus banderas flamearan a lo largo y ancho del territorio nacional, me temo que nadie moverá un dedo ni dirá esta boca es mía, pues la mayoría de las mujeres bolivianas, que en principio desconocen sus derechos y su rol histórico-social, estarán ocupadas este día en sus quehaceres domésticos, sin importarles que su emancipación será obra de ellas mismas, al menos si quieren tener los mismos derechos y las mismas responsabilidades que los hombres, tanto en la vida familiar como laboral, incluyendo su representatividad en las esferas de gobierno.

Desde luego, tampoco se puede esperar mucho en un país que, además de seguir sumergido en el subdesarrollo y la corrupción institucional, está atado a una mentalidad retrógrada que sostiene la teoría de que las mujeres ocupan una posición subordinada debido a causas biológicas o impedimentos físicos, y no debido a factores socioeconómicos o al estereotipo sobre la sexualidad femenina que maneja la jerarquía eclesiástica en una sociedad patriarcal.

El machismo es una evidencia en nuestra cultura, ya que los hombres, aparte de reírse de las reivindicaciones femeninas, están acostumbrados a ver a la mujer convertida en sierva doméstica y en máquina reproductora de hijos. Este rol tradicional de la mujer, en parte, es una consecuencia de la injusta distribución del trabajo doméstico -crianza de los hijos, limpieza del hogar y quehaceres de la cocina-, que el hombre, fiel a su rol de sostén económico y cabeza de la familia, considera actividades típicamente femeninas. En este contexto no han cambiado muchas, ni siquiera las damitas de alcurnia que se definen verbalmente como feministas, mientras explotan a las empleadas domésticas a cambio de un salario de hambre.

A esta desastrosa situación, agravada por los resabios de una mentalidad feudal, se suma el maltrato a la mujer dentro y fuera del hogar. No es casual que algunas instituciones, que en nuestro país velan por el bienestar de la mujer, hayan hecho un llamado vehemente a la opinión pública para demandar una mayor atención de las organizaciones gubernamentales sobre la problemática de género, conscientes de que la violencia es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la nación. Asimismo, es necesario que el gobierno promulgue una ley que castigue con toda severidad las agresiones y violaciones contra la mujer, no sólo para dejar constancia de que uno de los derechos fundamentales de la mujer es el derecho a vivir sin mordazas ni amenazas, sino también como una medida que elimine toda forma de discriminación femenina. No es tarea fácil, pero sí un buen comienzo, si se piensa que la emancipación femenina, como el bienestar social en general, marcha del brazo con el desarrollo socioeconómico del país y el mejoramiento del sistema educativo.

En este terreno, como en muchos otros, tenemos bastante que aprender de los países del llamado primer mundo, donde los derechos de la mujer han sido posibles gracias al avance industrial y su incorporación al mercado de trabajo. Un avance socioeconómico que ellas consideran una conquista irrenunciable, ya que les permite disfrutar de una igualdad de oportunidades tanto dentro como fuera del hogar.

En los países altamente industrializados, a tiempo de crear fuentes laborales para las mujeres, se crearon también las guarderías públicas y el permiso de paternidad hizo posible que las mujeres conserven su empleo incluso después de tener hijos. La legislación acepta que las mujeres conserven su trabajo cuando nace un hijo, tengan un año de permiso de maternidad con más del 90% del salario, acceso a guarderías públicas a bajo costo y el derecho a trabajar media jornada hasta que el niño cumpla los seis años de edad. Sin embargo, a pesar de estos avances significativos, las mujeres no han dejado de luchar por tener mayor influencia en el parlamento, el mismo salario y las mismas oportunidad de las cuales gozan sus colegas masculinos.

En Suecia, por citar un ejemplo, la mayoría de las mujeres tienen su propio empleo y sus ingresos. Con frecuencia, los hombres participan más del cuidado de los hijos que los hombres de otros países. En 1975 se legalizó el derecho al aborto sin costo para todas las mujeres y en los años ‘80 entró en vigor la primera ley contra la discriminación por razones de género en el ámbito laboral, además de que la mujer ya no tiene la necesidad de elegir entre su familia y la carrera profesional, gracias a un amplio sistema de seguro social y de asistencia infantil. Más todavía, a partir de 1994, las mujeres consiguieron casi la mitad del poder político, con el 50% de ministras y diputadas en el parlamento. Por supuesto que para llegar a este grado de desarrollo socioeconómico no sólo hizo falta cambiar las normativas de convivencia ciudadana, sino también la actitud y mentalidad de la gente, con la ayuda de un Estado que organizó cursillos sobre igualdad de género para miembros del gobierno y funcionarios públicos; los mismos que, a su vez, contribuyeron a forjar una sociedad basada en el respeto a los derechos de la mujer.

Por otra parte, en las sociedades más democráticas y equitativas, los hombres están conscientes de que deben compartir los quehaceres domésticos con su pareja. Las propias mujeres no soportan una doble explotación; por un lado, en el empleo remunerado y, por el otro, en el seno del hogar. Este simple hecho las diferencia de las mujeres de países como Bolivia, donde queda mucho por hacer en el ámbito de la equidad de género y donde la discriminación femenina forma parte de las estructuras de una sociedad competitiva y patriarcal, que no les permite gozar de los mismos derechos ni las mismas oportunidades que tienes los hombres en la vida social, familiar y profesional.

Con todo, espero que el Día Internacional de la mujer no sea un día más de fiesta, sino un día más de protesta. Las mujeres tienen mucho por que llorar, pero también mucho por que luchar y, sobre todo, mucho que ganar para el porvenir de sus hijas y las hijas de sus hijas.

¡Arriba las mujeres de Bolivia! Ya es hora de que se rompan las cadenas que las oprimen, las mentes que las subordinan y las tradiciones machistas que las condenan a vivir recluidas entre las cuatro paredes del hogar, sin tener los mismos derechos ni las mismas posibilidades que los hombres, quienes, ya sea por tradición cultural o por mandato divino, se consideran superiores a las mujeres. ¡No, señores! Es hora de ponerse la mano al pecho y tener dos de frente para considerar que las mujeres, nuestras compañeras desde la cuna hasta la tumba, son tan indispensables como nosotros para desarrollar un país más armónico y democrático. Por eso mismo, considero que la celebración del Día Internacional de la Mujer debe de ser un acto unánime de hombres y mujeres, y un día que, al menos de manera simbólica, sirva para poner la soga al cuello de sus verdugos y un gesto de protesta contra el desprecio y la marginación a las que fueron sometidas durante siglos.

martes, 22 de febrero de 2011


UNA NOTICIA CONMOCIONÓ A SUECIA

El asesinato de Olof Palme, acaecido el 28 de febrero de 1986, aproximadamente a las 11 de la noche, salta a la memoria apenas se ponen los pies en Sveavägen. Lo extraño es que en la esquina de esta calle, donde el cuerpo cayó fulminado por el disparo, no quedan más rastros que una placa empotrada en el suelo, en cuya inscripción se lee: “På denna plats mördades sveriges statsminister Olof Palme” (En este lugar fue asesinado el primer ministro sueco Olof Palme).

A dos cuadras más allá, en el cementerio de la iglesia Adolf Fredrik y cerca del Cine Grand, donde asistió por última vez en compañía de su esposa, se encuentra su modesta tumba, en la cual destaca una lápida en forma de roca en lugar de un busto o un monumento de bronce. En la tumba no faltan las flores ni las visitas de quienes, en actitud de respeto y admiración, hacen acto de presencia con un silencio sepulcral, ya que los suecos, poco acostumbrados a los discursos solemnes y a la grandiosidad de los mártires, prefieren conservar a su carismático líder en el corazón que inmortalizarlo en una efigie de metal bruñido.

Olof Palme, a pesar de provenir de una familia acomodada, se inclinó hacia la causa de los desposeídos y abandonó los privilegios que le brindaba su entorno social. Los viajes por varios países, entre ellos Estados Unidos, donde obtuvo el bachillerato en Kenyon College de Ohio, le enseñaron a contemplar el mundo desde la perspectiva de la injusticia social, la desigualdad económica y la discriminación racial.

Todos coinciden en señalar que desarrolló una brillante carrera en las filas de la socialdemocracia desde 1953, año en que fue captado por el entonces primer ministro Tage Erlander, quien lo invitó a trabajar en su gabinete, donde ocupó varios puestos de importancia, hasta que fue elegido líder del Partido Socialdemócrata y primer ministro de Suecia en 1969.

En su ajetreada carrera política, como todo defensor del pacifismo e internacionalismo, realizó una labor significativa en la ONU durante el conflicto bélico entre Irán e Iraq. Adoptó posiciones radicales en defensa de las luchas de liberación en África, Asia y América Latina. Rompió relaciones con las dictaduras militares, condenó enérgicamente el holocausto nazi, la política del apartheid sudafricano y la guerra del Vietnam. Se declaró simpatizante de la Organización para la Liberación de Palestina, del régimen socialista de Salvador Allende y de la revolución cubana de Fidel Castro, a quien lo consideraba un buen amigo.

Sus ideas reforzaron las bases programáticas de la socialdemocracia europea y sus discursos controvertidos lo convirtieron en una de las personalidades más influyentes y polémicas de su época. La izquierda lo admiraba por sus ideales de justicia y libertad, mientras la derecha, atrincherada en las concepciones más reaccionarios y fascistas, lo consideraba su enemigo principal.

Su asesinato conmocionó al mundo entero. Nunca antes se había matado a tiros a un mandatario de Estado en las calles de Estocolmo. Cuando la noticia trascendió a la prensa, nadie se lo podía creer aquella mañana gélida y nevada del 29 de febrero, sino hasta que la televisión mostró el lugar donde se perpetró el crimen. Toda la nación quedó en estado de shock, como levitando en el vacío. Todos se preguntaban el porqué de este asesinato que, desde el primer instante, se trocó en una mancha de sangre y en una herida abierta en el subconsciente colectivo.

La investigación del caso, que sigue siendo uno de los más misteriosos en los anales de la historia criminal, ha costado mucho dinero y esfuerzo, pero nunca se llegó a saber, a ciencia cierta, quién fue el autor del crimen, por mucho que se invirtió millones en su captura y se formaron varias comisiones tanto a nivel de gobierno como a nivel de las fuerzas de seguridad de la policía sueca (SÄPO).

Su esposa, Lisbeth Palme, fue la única que alcanzó a ver al asesino, quien, tras descargar el arma de fuego, se alejó corriendo por las gradas de un callejón en penumbras; más tarde, durante el proceso de la investigación, declaró que el hombre que vio esa noche era Christer Pettersson, un alcohólico y toxicómano que fue detenido en 1988 y luego absuelto por falta de mayores evidencias.

El crimen, que generó una serie de “teorías de conspiración”, unas más incoherentes que otras, no se prescribirá el 28 de febrero de 2011, como en principio se tenía previsto, ni el aparato policial será declarado incompetente ante la opinión pública, aunque nunca hubo un Sherlock Holmes capaz de desvelar los móviles del crimen ni detectives capaces de dar con el paradero del asesino, quien apareció y desapareció esa misma noche como alma que lleva el diablo.

Lo cierto es que la muerte de Olof Palme, que tenía enemigos en el interior de los gobiernos racistas y dictatoriales de la época, pudo haber sido tramada y perpetrada por cualquier organización nacional o internacional. Los sospechosos se cuentan a montones. No se descartan a los agentes de la CIA ni al gobierno de Augusto Pinochet, cuyo yerno, Roberto Thieme, fue sindicado como el presunto asesino por el periodista sueco Anders Leopold en el diario chileno “La Cuarta”, el 7 de marzo de 2008.

El pueblo sueco, sin perder la paciencia ni las esperanzas, espera que algún día, más temprano que tarde, las instituciones pertinentes revelen el nombre y el rostro de los responsables de este alevoso crimen, para que sobre ellos caiga sin contemplaciones la justicia popular y todo el peso de la ley.

Olof Palme, pintura de Urban Engström

martes, 15 de febrero de 2011



Literatura y Compromiso, basado en las reflexiones de Víctor Montoya, proyecta las concepciones más profundas de un escritor comprometido con la realidad social, donde el arte y la literatura cumplen funciones tanto éticas como estéticas. El vídeoclip fue producido por Michel Gladú, en Montreal, Canadá, octubre de 2008.

CULTURA, VOCACIÓN Y COMPROMISO

Si consideramos que existe una interrelación entre cultura y sociedad, entonces es lógico que las manifestaciones culturales estén al alcance de las mayorías; de lo contrario, si las instituciones del Estado no cumplen con su deber de subvencionar la cultura, se corre el riesgo de que ésta se comercialice y se convierta en privilegio de minorías. Pero como los trabajadores de la cultura no quieren que el arte sea un privilegio reservado para unos pocos, claman por sus derechos y exigen que todos tengan acceso a las obras de arte, del mismo modo como tienen derecho a la educación, salud, trabajo, cine, teatro y otros.

Sin embargo, los escépticos alzan la voz y dicen que las instituciones del Estado no tienen el porqué subvencionar el arte. Incluso hay quienes tienen la osadía de considerar a los trabajadores de la cultura como a un grupúsculo de soñadores sin causa, sin tomar en cuenta que el artista, con sus proyectos y obras concretas, aporta con su granito de arena a la gran pirámide cultural, intentando mantener viva la historia, el idioma y las costumbres de la colectividad, sobre todo, si partimos del criterio de que la cultura, de la cual forma parte la literatura y el periodismo, se encarga de reflejar la imagen de la sociedad en la cual vivimos.

Los arquitectos de la palabra, que han imaginado y calculado el arco de los puentes cada vez más imprescindibles entre el producto intelectual y su destinatario, están dispuestos a construir esos puentes en la realidad, para que la literatura llegue allá donde bebe llegar, y no se convierta en un privilegio reservado sólo para las minorías, pues casi todos los trabajadores de la cultura, aun sin poder vivir holgadamente de las retribuciones del arte, están dispuestos a poner sus obras al servicio de las mayorías.

Compromiso social

Los escritores comprometidos, así creen obras intimistas, ligadas a las emociones del alma y las experiencias de la vida cotidiana, no dejan de denunciar las injusticias ni los atropellos a los Derechos Humanos. Si no lo hacen en forma de poesía, trocando sus versos en gritos de protesta y denuncia, lo hacen en forma de manifiestos o cartas exclamativas. Su pluma, como su genio, se convierte en una poderosa arma contra los sistemas de poder que, amparados en la ley de la impunidad, avasallan los derechos de los desposeídos. No es casual que en épocas de represión y censura, sean varios los escritores que crean una literatura de denuncia social, reflejando sin disimulos la situación auténtica de las clases marginadas, así como la insolidaridad e insensibilidad de las clases dominantes.

No es extraño que en los países asolados por dictaduras militares o civiles se hayan creado grupos de escritores que, asumiendo su responsabilidad de defensores de la memoria colectiva, rechazaron a los regímenes de facto y defendieron incondicionalmente los sistemas democráticos de consenso como vías más factibles para el desarrollo socioeconómico, la seguridad ciudadana y el libre ejercicio de la libertad de expresión y creación artística.

En Suramérica, por citar un caso, los escritores comprometidos se enfrentaron con la pluma y la palabra contra los regímenes dictatoriales, que transformaron sus países en campos de concentración, donde no era fácil distinguir los gritos de la tortura y la oratoria. Así, a pesar del pánico y el terror sembrado por las fuerzas represivas, los escritores presos y perseguidos no dejaron de testimoniar los acontecimientos de su época, conscientes de que la literatura prohibida y censurada es también una suerte de fuerza oculta, que aun estando en las catacumbas se parece a la semilla, que un día brota a la superficie para dar flores y frutos.

Si bien es cierto que la literatura social no puede transformar por sí sola un sistema político a través de la denuncia de la situación concreta de los oprimidos, es también cierto que la literatura, escrita en lenguaje claro y llano, ayuda a adquirir un compromiso político e intenta conseguir que las gentes sencillas sean conscientes de la opresión; un intento que no siempre es rescatado por quienes están acostumbrados a fijarse más en la forma que en el contenido de la obra.

Comercialismo y alienación

Vivimos en una época en que la moda en la estética o en el estilo de vida, es cada vez más sorprendente para todos, pues la cultura de la evasión de la realidad, a través de la ciencia-ficción conocida con el nombre de realidad virtual, hace que los jóvenes piensen más en la ropa de marca que en el arte y que las muchachas inviertan más dinero en píldoras mágicas para adelgazar que en libros. En tales condiciones, pareciera que los grandes ideales de la humanidad, como son la libertad, la justicia social y la democracia han sufrido una derrota transitoria ante la tiranía del mercado impuesto por el sistema imperante, cuya política económica, insensata y sin escrúpulos, ha condenado a la desesperación y la miseria a millones de seres humanos.

A la masiva propaganda de alienación desatada por los poderes de dominación, se suma la crítica de quienes desmerecen todo el valor que encierran las obras del llamado realismo social, cuya principal función, además de reflejar la realidad concreta de los desposeídos, es denunciar las injusticias imperantes en el mundo capitalista de hoy. Afortunadamente, los valores éticos y estéticos de las grandes mayorías no siempre coinciden con la opinión subjetiva de los críticos. La prueba está en que cuando se le pregunta al lector común quién fue el Premio Nobel de Literatura en 1965, no sabe qué contestar, porque no se acuerda el nombre del autor laureado o, simple y llanamente, porque no le interesa debido a que los gustos literarios no son iguales para todos. Pero cuando al mismo lector se le habla de literatura es muy probable que mencione las obras de los autores de su preferencia, de ésos que, a espaldas de las campañas publicitarias y las empresas editoriales, jamás fueron premiados ni mencionados por los académicos de la literatura. Lo que equivale a decir que no siempre la denominada buena literatura es buena para todos; al contrario, existen obras y autores que gozan del beneplácito de los lectores, ya que en la literatura, como en el arte en general, nadie ha escrito sobre gustos.

Aprendizaje y vocación

Para nadie es desconocido que la mayoría de los iniciados en el arte de la palabra escrita expresan sus ideas bajo la sombra de otros escritores cuyos textos están repletos de citas y datos bibliográficos, con los cuales son capaces de crear un clima de encendida polémica; más todavía, tienen a su favor los conocimientos y la virtud de saber defender sus ideas y obras contra viento y marea. Me refiero a esos escritores de fuste que no sólo se diferencian de los autores dados al espectáculo público y las cofradías de salón, sino también de quienes, acostumbrados a festejar sus efímeros triunfos entre bombos y platillos, escriben más por asumir una pose intelectual, que por una verdadera convicción y vocación.

En la literatura, como en las demás manifestaciones culturales, existen individuos dignos de admiración y respeto; primero, porque saben estructurar sus obras con capacidad magistral; y, segundo, porque aprendieron a vivir entregados apasionadamente a su arte, sin que por esto pierdan su sensibilidad humana ni su compromiso social. Por lo demás, la actividad literaria es un largo proceso de aprendizaje que, como cualquier otra profesión, requiere dedicación, disciplina y seriedad, al menos si se abriga la esperanza de crear alguna vez una obra que deje perplejos a los críticos y complacidos a los lectores.

viernes, 11 de febrero de 2011


EL ZORRO

Penetró en el corral disfrazado de gallo y mató a las gallinas una a una; dejó un reguero de sangre y de plumas. Al ser descubierto por el granjero, se tiró al suelo y se hizo el muerto; pero el granjero, conocedor de la astucia del zorro, le apuntó con la escopeta y, pensando que era mejor un zorro muerto que un zorro en el gallinero, le descerrajó dos tiros y le quitó para siempre el disfraz de gallo.

martes, 8 de febrero de 2011


EL TÍO EN MI CASA

Cuando los amigos me preguntan qué es de mi Tío -ese ser demoníaco que ahora habita en mi casa-, a veces, en un intento de esquivar la pregunta, me hago el sueco y opto por refugiarme en el sabio silencio, pero casi siempre, sin pelos en la lengua ni trabas en la mente, les cuento que mi Tío, desde el día en que llegó de Bolivia, cargado de su ch’uspa de coca y sus botellas de Singani, no ha dejado de sorprenderme con sus diabluras; se enamoró de mi mujer, sembró el temor entre mis hijos, y a mí, en cada una de nuestras farras, me ha dejado sin una gota de trago, como enseñándome en los hechos: quien se duerme chupando (la botella, se entiende), no tiene derecho a un ch’akiy para curar la cabeza.

Este mi Tío, que posee los atributos de los seres todopoderosos, se me ríe en las barbas y lanza un chasco cada vez que se le ocurre tomarme el pelo.

–No te hagas el cojudo, pues –dice–. Levanta la cabeza y ten orgullo, carajo. Si has tenido el coraje de traerme hasta la tierra de los vikingos, cómo no vas a ser capaz de escribir lo que te dicta el corazón. Escribir es tan fácil como abrir el grifo de la pila. Le das la vuelta a la izquierda y, ¡zas-zas!, chorrea el agua...

Yo lo miro abobado, pero como no quiero darme por vencido, y en procura de poner a salvo mi propia integridad, le saco a cuento las fascinantes historias de Hades y el Minotauro, de Mefistófeles de Goethe y el Satanás de Bulgakov.

–¡Macanas!, esas son puras macanas –refunfuña–. Escribe sobre mí y verás hasta dónde llegas...

Prefiero ni pensar en las insinuaciones de mi Tío. Mas él, al intuir mi miedo y verme meditabundo, me invita a tomar otro trago y añade:

–No te preocupes, no te llevaré al infierno, allí no te necesitamos. Qué haríamos con un escritor cuya vida se va trocando en un cuento. Por otra parte, tú sabes que los diablos de la mina somos temerarios sólo cuando nos friegan más de la cuenta y somos cariñosos y hasta dadivosos cuando nos tratan con cariño y respeto, incluso somos tan sensibles que sentimos los flechazos del amor de las chinasupay y las chinas morenas. ¿Qué te parece, eh? ¿Qué te parece?...

Con el Tío charlamos siempre de igual a igual, aunque desde el día en que tuvimos una disputa seria sobre la existencia de Dios, a quien lo considera su rival irreconciliable, ya no me atrevo a decirle mucho, pues apenitas levanto la voz, me clava su mirada de fuego y hace crujir sus colmillos como si triturara arena con los dientes. Así que, cuando nos sentamos frente a frente, dispuestos a fumar un cigarrillo y brindar por nuestra suerte, prefiero amarrarme la lengua y no meterme en temas que no me incumben; al fin y al cabo, si él tiene algún problema con Dios es su problema y no el mío. ¿O qué opinan ustedes?

A mí que me deje tranquilo. No lo traje a Suecia para que me meta en líos, sino para enterarle que aquí también se baila la diablada en su honor, que se arman procesiones con la Virgen a cuestas y se organizan jaranas que, entre ch’alla y ch’alla, nos retornan imaginariamente a las entrañas de la Pachamama. Cuando le cuento todo esto a mi Tío, quien en realidad es un ser subterráneo acostumbrado a los laberintos de la mina y la oscuridad, le entran hartas ganas de mostrarse a la luz del día y participar en el Carnaval de los bolivianos, al menos para echarles ojo a las hermosas danzarinas y pegarles un susto mientras menos se lo esperan.

Yo me mato de la risa de las ocurrencias de mi Tío, quien no ha perdido el brillo en el habla ni en la mirada. Está hecho de magia y fantasía, encarna los cuatro elementos de la naturaleza y explaya un gran sentido del humor, se burla de sí mismo, como si no se tomara en serio, y se ríe con sonoras carcajadas de los incrédulos que lo tiene sólo por Lucifer entre los luciferes.

¡Ah!, a los amigos que me han preguntado por mi Tío, les cuento que sigue vivito y coleando; tiene su infaltable cigarrillo en los labios, sus botellas de quemapecho, su coquita, sus serpentinas, confetis y confites, pues a este ser con cuernos, colmillos afilados, orejas de asno y ojos chispeantes, le gusta disfrutar de la vida, la buena comida y la abundante bebida. No es un esperpento cualquiera llegado de las catacumbas del infierno, sino uno de los personajes principales de la mitología andina. Él es el dueño de los minerales y el amo de los mineros, quienes le rinden pleitesía y le brindan ofrendas rogándole que les conceda salud, dinero y amor.

¿Qué más pueden pedirle los desheredados en esta Tierra? No lo sé... No lo sé... Déjenme pensarlo, mientras tanto ustedes tienen la palabra.

Glosario

Chinasupay: Diablesa.
Ch’uspa: Bolsa para llevar coca.
Ch’akiy: Sed, resaca.
Ch’alla: Brindar.