miércoles, 25 de diciembre de 2013


REALISMO SOCIAL EN LA PROSA DE MARCO MINGUILLO

Los relatos de este libro, de prosa pulcra y amena, son la expresión de un espíritu inquieto por los temas humanos, cuyos conflictos encuentran su mejor asidero en una propuesta que desafía la frivolidad y deja constancia de que la ficción tiene también su punto de partida en una realidad compleja y contradictoria, que no deja indiferente a ningún lector acostumbrado ya al discurso poético y narrativo de este autor peruano, quien conoce el drama que azota a los desposeídos de su tierra natal y los avatares del inmigrante en Suecia, donde escribió la totalidad de su breve pero intensa obra literaria.

A medida que nos adentramos en las páginas del libro, se advierte que Marco Minguillo puso especial énfasis en las descripciones de los paisajes, las situaciones y los personajes, con el desparpajo de quien está consciente de que un libro debe ser transparente como la radiografía del alma, sin que por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la imaginación y enardecidos por la experiencia.

Si Al borde del camino es un buen ejemplo de la literatura de compromiso social y realismo concreto, Madriguera de topos, trazada con pinceladas autobiográficas, tiene la fuerza de ubicarnos en los años de la represión política y la vida clandestina de los jóvenes militantes de izquierda en un Perú que durante decenios se desangró bajo gobiernos civiles y militares.

Por el otro, sin descuidar el sentido del humor que, a pesar de la ironía y el contrasentido, es un buen recurso en materia literaria, el autor nos narra las experiencias de algunos inmigrantes ilegales enfrentados a la distorsión de una nueva realidad, donde todo se torna en dificultad, incluso el vehículo de comunicación que constituye el idioma, como ocurre en Sueños, pesadillas y escondidas; un relato que se convierte en un regio alegato de las aspiraciones y esperanzas de los inmigrantes anónimos, como la de ese personaje que, al mismo tiempo que disfruta de sus Vacaciones de verano en el Mediterráneo, vive añorando a su país, puesto que en cada lugar y espacio, incluidas las situaciones de vida o muerte, encuentra similitudes con la tierra que lo vio nacer.

El relato Para arriba y para abajo, hecho de necesidades y penurias, nos enfrenta a la cruda realidad de que los humanos y su entorno inmediato forman parte de una sociedad que desprecia a los excluidos, quienes, por mucho que se esfuerzan por superar su situación existencial, no lo consiguen en un mundo cada vez más hostil y competitivo. La ciudad de Lima es sólo un ejemplo para darnos cuenta de que en las zonas suburbanas sobreviven las prostitutas, los pandilleros carteristas y los mendigos andariegos al amparo de la luna, mientras en las casuchas de lata y cartón se violan los derechos más elementales de los menores de edad, convencidos de que al día siguiente todo seguirá igual. Marco Minguillo, acaso sin proponérselo, nos recuerda que la pobreza multiplica la pobreza y la podredumbre humana, lejos de las zonas residenciales y el despacho de las autoridades gubernamentales, se expande por los barriales como sargazos en el mar.

Con todo, y a pesar de los pesares, hay algunos que no pierden la ilusión de salvarse algún día de la miseria, ya sea por un golpe de fortuna o gracias a la mano extendida de alguna alma piadosa. Esto es lo que se refleja en Para arriba y para abajo, donde se retrata la conmovedora historia de una niña, que un día tiene un desenlace relativamente feliz, al menos para el consuelo de los lectores ávidos de historias clásicas en el mejor sentido de la palabra.

En este libro, compuesto por ocho títulos de extensión variada, no podían faltar los relatos escritos con sorprendente hedonismo, como José y Manuel. Planes de primavera y Puerto de tránsito, en los cuales resalta una prosa poética, dejando que el lector se deleite más con el juego de palabras, los vestigios de la memoria y las pasiones encendidas. Queda claro que el hilo argumental de estos relatos, a diferencia de los tópicos que caracterizan a este género literario, da paso a una fuerte dosis de ludismo creativo y transgresión narrativa. Las palabras, en estos casos, son los signos de las ideas, pero no siempre las palabras tienen por fin la expresión simple de los pensamientos. Cuando se habla o escribe bajo la impresión de la emoción estética, sucede, y a veces es indispensable, que el artista literario se aparte de la fría, esquemática forma simplemente gramatical, sintáctica o semántica, para dar a los pensamientos formas más ágiles, armoniosas y poéticas.

El penúltimo relato, titulado El centrodelantero, que bien podía haber sido la llave para cerrar el libro tras de una apasionante lectura, lo revela como a un escritor fanático del fútbol. No es para menos, cuando se piensa que este deporte, que hace mucho dejó de ser un puro juego para trocarse en un negocio rentable, ocupa la mente y el tiempo de millones de seres cuyas vidas giran en torno al balón, que se parece a una bola mágica donde confluyen los sueños de quienes la practican de manera activa y de quienes la contemplan de manera pasiva. Ojalá el fútbol, como sucede en el relato, volviera a ser el deporte de todos, de los aficionados que juegan en los barrios y en las canchas pedregosas, sin importarles la fama ni el dinero, aunque todos, consciente o inconscientemente, escondan en lo más profundo de su corazón las ansias de conocer alguna vez el triunfo y la gloria.

Con este relato, estructurado sobre la base de un anhelo universal, Marco Minguillo consigue pegar un fuerte puntapié contra el balón literario, con la esperanza de marcar el gol deseado en medio de una tribuna de lectores que esperan lo mejor de su artífice de relatos reales y rotundos. Por mi parte, sólo me queda augurarle un venturoso viaje de la mano de su nueva criatura del alma.

domingo, 15 de diciembre de 2013


CONVERSACIONES CON EL TÍO DE POTOSÍ

El protagonista principal de mi reciente libro es el Tío de la mina, un ser ambivalente entre lo profano y lo sagrado, que habita desde los tiempos de la colonia en los tenebrosos socavones del Sumaj Orq’o (Cerro Rico). Es una de las deidades centrales en la cosmovisión andina y un personaje fantástico en el mundo minero, donde los mitos y las leyendas se ensamblan de manera extraordinaria con las creencias y tradición de las culturas ancestrales.

Los relatos se fraguaron en una oscura habitación de la ciudad de El Alto, donde entablé amenas conversaciones con la estatuilla del Tío de Potosí, quien, en su condición de dios y diablo a la vez, aparece en el ámbito minero tras el sensacional descubrimiento de los yacimientos de plata en las sierras del altiplano, donde miles de conquistadores se dieron cita con la intención de amasar fortunas. Desde entonces el pueblo quechua de Kantumarka se convirtió en la Villa Imperial y sus riquezas minerales en recursos que llenaron las arcas de la monarquía española.

Como en anteriores ocasiones, fascinado por la mitología del Supay (diablo) y las tradiciones mineras, volví a sumergirme en el contexto mágico del macizo andino, para acercar a los lectores hacia los misterios escondidos en el vientre de la Pachamama, salvo que esta vez no con historias narradas en el género del cuento ni la novela, sino a través de relatos dialogados en los cuales el Tío cobra vida y se expresa con voz propia sobre un abanico de temas que revelan sus más genuinos sentimientos y pensamientos.

Debo confesarles que, a poco de retornar de Europa, visité una de las minas en el Cerro Rico, que en otrora manaba ingentes cantidades del preciado metal, para conocer el hábitat natural del protagonista de mi obra, consciente de que el Tío, soberano de las oscuras galerías y dueño absoluto de las riquezas minerales, aparte de reunir todos los atributos que requiere un personaje literario, representa el mestizaje cultural y el sincretismo religioso entre el monoteísmo católico y el politeísmo de las civilizaciones precolombinas.

En Conversaciones con el Tío de Potosí, lejos de reflejar la realidad agobiante de las minas y la tragedia de los mineros, propongo textos contextualizados en un laberinto hecho de mitos, leyendas y supersticiones, como si desde un principio hubiese optado por tener una mirada sesgada de la realidad, para luego recrearla y reinventarla, con un desparpajo que pone a prueba la capacidad del narrador y la inteligente expectativa del lector.

Cabe anotar que en el libro se destila una irreverencia inusual y un sentido del humor cargado de una fuerte dosis de transgresiones éticas y morales, sin que por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la imaginación y enardecidos por el alma de quien, sin más recursos que la honestidad y el conocimiento de causa, intenta encandilar la mente incluso de los escépticos acostumbrados a cuestionar la cuasi verosimilitud de las obras construidas sobre los andamios de la realidad y la fantasía.

En Conversaciones con el Tío de Potosí, como en toda obra que nos acerca a los vericuetos de la condición humana, se plantean temas filosóficos de la vida cotidiana y se penetra en las manifestaciones subconscientes de los mineros, quienes, durante quinientos años de colonización, asimilaron las costumbres de los conquistadores ibéricos y conservaron las costumbres de las civilizaciones originarias.

En este libro, como en otros de mi producción literaria, retomé la temática minera, procurando recrearla a partir de las aventuras y desventuras fantásticas de uno de los personajes más emblemáticos de la tradición popular boliviana. El Tío de la mina, sentado frente a su interlocutor y dispuesto a deleitar con la versatilidad del verbo, no deja de sorprender con su sabiduría en cada una de las conversaciones en las que fluyen las ideas y palabras con una enorme carga emocional. Es decir, la magia de la palabra permite que el Tío, a pesar de su aspecto demoniaco y sus poderes sobrenaturales, aparezca retratado desde una perspectiva humana, como si de veras fuera un individuo de carne y hueso.

En las treinta conversaciones que componen el libro, donde los diálogos están hilvanados con un lenguaje coloquial, cruzamientos narrativos, contrapuntos e intertextualidades, el lector podrá familiarizase también con las creencias y hábitos de los mineros, en los que destacan el Carnaval pagano-religioso y la ch’alla, un ritual de ofrenda y agradecimiento a la Pachamama, la divinidad que entrega los frutos de su vientre a sus hijos terrenales, y al Tío de la mina, protector de las riquezas minerales y amo de los mineros, quienes sentados alrededor de su trono, a la usanza de los mitayos de antaño, le rinden pleitesía ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente, a modo de congraciarse con él, a quien lo veneran tanto como al misericordioso Tata Q’aqcha (Cristo Minero).

Conversaciones con el Tío de Potosí, además de ser un volumen que enseña y entretiene, es un justo homenaje a la Villa Imperial y al Cerro Rico, donde todavía reina el Tío, haciendo gala de su milenaria existencia y su poder infinito, mientras el afamado cerro, en cuyas faldas se levantaron las primeras casas de la Villa Imperial, hoy mira a sus habitantes con un gesto de tristeza y melancolía, como diciéndoles que todo lo que un día empieza siendo grande, otro día termina siendo pequeño, que la riqueza termina en la pobreza y que todo lo que tiene un comienzo está condenado a tener un final.

El Tío es, sin lugar a dudas, uno de los personajes más insólitos en las minas potosinas, donde encontré la veta más rica del imaginario popular, para luego explotarla y usarla como materia prima en la elaboración de mi obra literaria que, analizada desde cualquier punto de vista, no es otra cosa que el rescate de la memoria colectiva y la demostración de que sí existe un realismo fantástico, cuya exuberancia se experimenta a través de la simbiosis inherente entre los trabajadores del subsuelo y el protagonista de mi obra, que no sólo es una de las deidades mitológicas más significativas de las culturas ancestrales, sino también el dios y diablo recluido en las dantescas galerías de la mina.

domingo, 8 de diciembre de 2013


MONTOYA SERÁ CONDECORADO EN POTOSÍ     

Víctor Montoya, en reconocimiento a su importante aporte literario y su extensa labor cultural realizada tanto en Bolivia como en el exterior, será condecorado por el Honorable Concejo del Gobierno Autónomo Municipal de Potosí, donde presentó su más reciente libro el pasado mes de noviembre.

La sesión de honor, que tendrá lugar en el Palacio Consistorial de la alcaldía, el martes 10 de diciembre, a Hrs. 10 a.m., contará con la presencia de dirigentes de organizaciones sociales, el presidente del Honorable Concejo Municipal, el burgomaestre René Joaquino Cabrera y otras autoridades departamentales.

La condecoración se llevará a cabo en el marco de la celebración del Día de los Derechos Humanos, que la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció para el 10 de diciembre desde 1950; fecha que para Víctor Montoya, expreso político y exiliado durante la dictadura militar de los años 70, es de vital importancia, no sólo porque forma parte de la democracia política en cualquier parte del mundo, según manifestó el autor, sino también porque abracé desde siempre los ideales basados en los principios de la justicia social, la libertad y la plena igualdad entre los seres humanos, quienes deben exigir el respeto a su dignidad dondequiera que se encuentren.

Esta condecoración se sumará a  otros reconocimientos que recibió el escritor paceño, cuya obra literaria está traducida a varios idiomas. Es autor de cuentos, novelas, ensayo y crónicas periodísticas. Tiene cuentos en antologías nacionales y extranjeras. Escribe en publicación de América Latina, Europa y Estados Unidos.

domingo, 1 de diciembre de 2013


RICARDO JAIMES FREYRE,
IMPULSOR DEL MODERNISMO LITERARIO

El poeta Ricardo Jaimes Freyre (Tacna, 1868 – Buenos Aires, 1933), hijo del destacado escritor potosino Julio Lucas Jaimes y de la escritora peruana Carolina Freyre, nació en el consulado boliviano de Tacna, donde su padre ejercía como diplomático. Inició su obra poética en Argentina, país en el cual pasó gran parte de su vida. En 1901, se instaló en Tucumán para desempeñar tareas culturales, universitarias y periodísticas por el lapso de veinte años. Fue redactor del diario El País y dirigió la Revista de Letras y Ciencias Sociales, una propuesta única y vanguardista en su época.

Sus biógrafos aseveran que este hombre de personalidad cautivante, de mostachos erguidos y melena alborotada, se convirtió en un personaje singular en la vida cultural tucumana no sólo porque lucía una capa española y un sombrero alón, sino también por el timbre de su voz que lo destacaba como un declamador de primera línea. Se dice que fue un talentoso orador, cuya retórica, hecha a la medida de sus dotes de poeta y al magistral manejo de sus ideas, dejaba pasmados a los hombres de letras y a los políticos acostumbrados a los debates más exquisitos en los recintos parlamentarios.

Su amor por Tucumán lo llevó a escribir varios libros historiográficos de la ciudad. Su prestigio se acrecentó tras la publicación de su Historia de la República de Tucumán (1911); un trabajo que todavía hoy constituye una piedra angular en la interpretación de la realidad argentina, país que le extendió su carta de ciudadanía en 1917 y donde llegó a ser miembro de la Academia de Letras y de la Sociedad Sarmiento, gracias a su sólida formación humanista y al estímulo literario encausado por su entorno familiar.

Años más tarde, motivado por la actividad política, las ideas socialistas y las concepciones anticlericales, James Freyre retornó a Bolivia dispuesto a trabajar por el bienestar del país andino, pues pertenecía -y pertenece- a esa categoría de seres que, además de tener una alta sensibilidad por los asuntos humanos, poseen un caudal intelectual que les permite visualizar los entretelones de la vida social, donde está presente el drama cotidiano de quienes no tienen acceso a los privilegios de las clases dominantes.

Colaboró con el presidente republicano Bautista Saavedra. Ejerció los cargos de ministro, canciller, diputado y diplomático en México, Chile, Estados Unidos y Brasil. En 1926, fue candidato a la presidencia de la República; pero, al ser elegido Hernando Siles, con quien estuvo en desacuerdo sobre el rumbo que debía tomar el país, renunció a su cargo diplomático y volvió a establecerse en Buenos Aires hasta el día de su muerte. El 8 de noviembre de 1933, sus restos, junto a los de su padre, fueron trasladados a Potosí, para ser depositados en la Catedral de la ciudad, con los honores que ameritan a los hombres cuyos aportes son indiscutibles en las naciones iluminadas por sus obras y sus ideas.

Ricardo Jaimes Freyre, dueño de una fulgurante personalidad y un estilo literario inconfundible, está considerado como el primer poeta boliviano de relieve continental. Tuvo el mérito histórico de haber sido uno de los artífices del movimiento modernista en América, pero también un maestro en el manejo del lenguaje rítmico y la métrica en el arte de la versificación castellana.

En Buenos Aires, con la colaboración del nicaragüense Rubén Darío, fundó  la Revista de América (1899), publicación que, a pesar de su fugaz existencia, impulsó decisivamente la difusión sus teorías enmarcadas en el objetivo de trabajar por el brillo de la lengua española en América y, al par que por el tesoro de sus riquezas antiguas, por el engrandecimiento de esas mismas riquezas, en vocabulario, rítmica, plasticidad y matiz... En efecto, los versos de Jaimes Freyre, lejos de la embriaguez verbal de los románticos, tienen rima, vocablos nuevos y giros insólitos, que resuenen por mucho tiempo en la mente de los lectores. La musicalidad de sus versos ha sido admirada por propios y extraños. No es casual que Borges, a tiempo de citar: Peregrina paloma imaginaria/ que enardece los últimos amores,/ alma de luz, de música y de flores,/ peregrina paloma imaginaria..., manifestó que no entendía el significado de estos versos, pero que éstos sí tenían un ritmo y una musicalidad agradables al oído.

No cabe duda de que Ricardo Jaimes Freyre, que sabía manejar con maestría sus conocimientos lingüísticos, se esforzó en fusionar la forma y el contenido en la musicalidad de la poesía, consciente de que el ritmo era más importante que el significado y tratando siempre de evitar que la poesía se convierta en un simple híbrido de la prosa y el verso. Aunque algunos críticos calificaron su poesía de preciosista y excesivamente meditada, lo cierto es que el vate boliviano, quien no sólo fue considerado el teórico del modernismo tras la publicación de su obra Leyes de la versificación castellana (1912), ha dado muestras suficientes de que los temas universales, inherentes al ser humano y su problemática social, pueden expresarse a través de la musicalidad recóndita que conllevan los versos.

Siguiendo los principios métricos de Jaimes Freyre, quien también usó el hexámetro yámbico que empleaba Darío, se puede constatar que, en su poema Las Hadas, se repite, a modo de estribillo, el verso inicial de la primera: Con sus rubias cabelleras luminosas,/ en la sombra se aproximan. Son las Hadas./ A su paso los abetos de la selva,/ como ofrenda tienden las crujientes ramas./ Con sus rubias cabelleras luminosas se acercan las Hadas./ Bajo un árbol, en la orilla del pantano,/ yace el cuerpo de la virgen. Su faz blanca,/ su faz blanca, como un lirio de la selva;/ dormida en sus labios la postrer plegaria./ Con sus rubias cabelleras luminosas/ se acercan las Hadas. En tanto en su poema Los cuervos: Sobre el himno del combate y el clamor de los guerreros,/ pasa un lento batir de alas; se oye un lúgubre graznido,/ y penetran los dos Cuervos, los divinos, tenebrosos mensajeros,/ y se posan en los hombros del Dios y hablan a su oído, los cinco primeros versos de cada estrofa están escritor en seis periódicos prosódicos disílabos puros, y el sexto, en tres períodos prosódicos puros.

Ricardo Jaimes Freyre, como pocos de sus contemporáneos, tenía una auténtica vocación por el arte de la versificación y un amor por las palabras que denotan belleza en una sintaxis que refleja con coherencia las vibraciones del poeta, quien es capaz de captar las sensaciones más sutiles del alma y verterlas en palabras con una soltura y armonía que no dejan indiferentes al lector acostumbrado al impacto de los versos y al significado que éstos transmiten a través de las metáforas y las figuras de dicción, donde se alteran en cierto modo las normas del lenguaje en afán de conseguir giros y expresiones que enriquezcan la expresión poética.

Su afamado poemario Castalia Bárbara (1899), además de reafirmar su talento y sus conocimientos de las estructuras rítmicas del lenguaje, marcó un hito en la poesía iberoamericana por su evidente pasión y su honda emoción humana. En sus versos, cargados de simbolismos y finas metáforas, trasciende su filosofía, su fantasía y su interés por los mitos de la tradición oral escandinava. Leopoldo Lugones, en el meditado prólogo del libro, confirma la propuesta estética de su amigo y colega: Todo poema consta de tres elementos internos o de concepción: la idea, el sentimiento y la proporción; y, de tres externos o de realización: la perspectiva, la metáfora y el ritmo (...) Se quiere que cada verso sea un diamante cuyas facetas produzcan fulguraciones diversas a la vez. Por esto la reforma en el ritmo, en la perspectiva, en la metáfora -los nuevos modos de decir adaptados a los nuevos modos de pensar.

Castalia bárbara presenta trece composiciones, precedidas por el poema Siempre. El autor, en su afán de narrar de manera épica las sagas de la mitología y el paganismo nórdicos, exalta la violencia y el heroísmo en un Olimpo bárbaro; una realidad que, por ser lejana y extraña a su medio, se torna en fantástica y misteriosa. Es aquí donde el lector, en medio de la furia y la belleza, se encuentra con paisajes que exhiben mares de olas encrespadas, noches de hielo, oscuros bosques y tierras envueltas en sangre y nieve, donde se oyen los aullidos de los lobos y el raudo vuelo de los cuervos sobre los pinos solitarios. En el paraíso o Walhalla, cuya cosmogonía es propia de la invención popular, aparecen personajes de cabelleras blondas como los elfos, las hadas y valquirias; héroes con alma guerrera y montados en negros caballos, blandiendo lanzas y espadas, y cubriéndose el pecho con escudos. Los versos dejan constancia de la omnipresencia de Odín y sus cuervos, la belleza de Freiya y el heroísmo de Thor, dios del trueno y la guerra, quien, conduciendo una carreta tirada por machos cabríos voladores, se enfrenta en las batallas con su martillo mágico.

Castalia bárbara, junto con Prosas profanas (1896) de Rubén Darío y Las montañas de oro (1897) de Leopoldo Lugones, está considerada como una de las piezas claves para comprender las visiones de un movimiento literario que coincidió con el pujante desarrollo de algunas ciudades latinoamericanas que, aparte de tornarse en cosmopolitas, intensificaron sus relaciones comerciales y culturales con la Europa de principios del siglo pasado.

Por mucho de que su obra poética, a diferencia de su prosa, sea breve en extensión -en el lapso de casi veinte años publicó sólo libros de poesía: Castalia bárbara y Los sueños son vida-, nadie pone en duda de que sus teorías planteadas en Leyes de la versificación castellana, han contribuido a perpetuar la genialidad de Ricardo Jaimes Freyre, considerado uno de los poetas iberoamericanos más grandes del siglo XX.