miércoles, 2 de julio de 2014


HUMANISMO Y PROSA POÉTICA
EN LA OBRA DE GASTÓN SUÁREZ

Gastón Suárez nació en Tupiza, al sur de Potosí, el 27 de enero de 1929 y falleció en La Paz el 6 de noviembre de 1984. Cuentista, novelista y dramaturgo. Hijo de María Paredes, profesora rural, y de Aurelio Suárez, emprendedor minero. 

Este autor autodidacta abandonó sus estudios pero juró convertirse en escritor. Trabajó como ferroviario, maestro rural, minero, empleado de banco, camionero, actor y periodista. Por eso mismo, gran parte de su obra tiene un hondo contenido social, filosófico y humano, puesto que conoció y sintió en carne propia la realidad de los habitantes de las ciudades, las minas y el campo.

Su carrera literaria, que se inició en 1951 con la publicación de su primer cuento El perro rabioso, le hizo merecedor de premios y reconocimientos; por ejemplo, con su pieza de teatro Vértigo, que explaya en dos actos y doce escenas una temática existencialista desde la perspectiva de un padre que, después de pasar veinte años en la cárcel, intenta reencontrarse con sus hijos con la ayuda de un mendigo, obtuvo el primer premio en las Jornadas Julianas de la Juventud, auspiciada por la Alcaldía paceña en 1967; su obra más exitosa y difundida, Mallko, es declarada texto oficial de lectura para los estudiantes en Bolivia, España y otros países signatarios del Convenio Andrés Bello en 1974.

Posteriormente, en ocasión del Congreso Mundial de Iglesias Evangélicas, realizado en Nairobi-Kenia, Mallko fue catalogado como un ejemplo excepcional de la literatura de los países del llamado Tercer Mundo. Este mismo libro, debido a su alto valor humano encarnado en la vida de un cóndor y su trascendencia universal, fue incluido en la Lista de Honor del premio Hans Christian Andersen en 1976; en tanto su cuento breve Iluminado, que forma parte de su libro Vigilia para el último viaje, fue recogido en varias antologías hispanoamericanas, como una muestra de que este autor boliviano era digno de ser destacado en el ámbito de las letras internacionales. En 1990, después de su fallecimiento, el gobierno boliviano le concedió, en justo reconocimiento a su aporte literario y cultural, la Gran Orden Boliviana de la Educación en el grado de Oficial.

Entre sus libros dedicados a los niños destaca Las aventuras de Miguelín Quijano, publicado el mismo año que se declaró Año Internacional del Niño, 1979; se trata de una bella narración inspirada en las aventuras del célebre personaje creado por Miguel de Cervantes Saavedra. Esta novela corta, con prólogo de Julio de la Vega, recoge en sus páginas la personalidad aventurera del niño Miguelín, que parece un pequeño Quijote, un caballerito andante que vive en el mundo fascinante de su propia imaginación.

Sin embargo, su mejor acierto literario es Mallko, libro escrito con profundo sentimiento y prosa poética, en el que narra la vida de un cóndor, que queda huérfano de madre siendo una cría y que para sobreponerse a las adversidades de su dramática infancia, como lo haría cualquier ser humano, recurre a sus instintos de supervivencia, no sólo a fuerza de vencer los temores y peligros que le rodean, sino también a fuerza de medir sus posibilidades y mejorar su destreza tanto en el vuelo como en la caza. Así transcurre su vida, hasta que se hace joven y encuentra a su pareja en una comunidad de cóndores, donde cría a su descendencia como lo hace un padre que ama de veras a sus hijos.


La historia de Mallko, aunque no es un libro propiamente infantil sino juvenil, nos relata los sentimientos y pensamientos de un cóndor que experimenta las mismas adversidades que un hombre del altiplano, incluidas la soledad y las ansias de libertad, la vida comunitaria y las tradiciones como la famosa Yawar Fiesta (fiesta de la sangre), en la que el cóndor es atado en el lomo de un toro y, entre aleteos y corcoveos de dos animales en pugna, es conducido hasta lo alto de un cerro, donde es coronado con kantutas y luego liberado, como símbolo de triunfo y grandeza del mundo andino sobre el mundo occidental.

Este libro, por su contenido humanista, su mensaje de libertad y por las bellas descripciones de las cumbres nevadas de la cordillera, debe ser lectura obligada para todos quienes quieren conocer la geografía y cultura de los Andes.

Apuntes bibliográficos

Cuento: Vigilia para el último viaje (1966); El gesto (1969); La muchacha de Hamburgo (1969). Novela: Mallko (1974); Las aventuras de Miguelín Quijano (1979). Teatro: Vértigo o el perro vivo (1967); Después del invierno (1981).

miércoles, 25 de junio de 2014


LOS PIES Y EL FÚTBOL

Los pies, no devastados por lesiones ni ulceraciones, son fabulosos instrumentos. Sirven no sólo para caminar de un lugar a otro, pasito a paso, sino también para amasar fortuna en un deporte convertido en una religión más allá de toda lógica y razón, pues las figuras emblemáticas del fútbol, que aprendieron a chutar la pelota de trapo en los barrios periféricos de las grandes urbes, se han hecho millonarios gracias a sus pies, cuya destreza es una suerte de imán que atrae la atención de millones de espectadores que, sentados en las tribunas donde todo parece levitar en un estado de euforia y éxtasis, estallan en una algarabía de voces y gritos cada vez que el arquero se lanza al aire sin despejar el balón con la punta de los dedos.

Al grito desenfrenado de: ¡Goooool...!, como es natural, los pies del goleador son los únicos gemelos que atrapan la mirada de los espectadores en un partido de fútbol; tal vez por eso, la fotógrafa norteamericana Annie Leibovitz, famosa como los personajes que retrató, concibió la idea de hacer un retrato de Pelé, pero no uno más de su colección sino otro diferente. Así, guiada por mito del Rey del Fútbol, se limitó a fotografiarle los pies, en Nueva York, en 1981.

Como comprenderá el lector, no se tratan de dos pies cualquiera, con olor a queso manchego y aprisionados en el fondo de los zapatos, sino de los pies de uno de los astros que cautivó a multitudes; dos extremidades de color petróleo -oro negro-, que ostentan el empeine cuajado de venas y cicatrices, y cuyos dedos cortos y nudosos dan la sensación de estar hechos para tirar un chutazo en el trasero de su adversario y hacer maravillas con la pelota, ya sea de trapo o de cuero.

Jorge Amado, escritor brasileño, dedicaba sus tiempos libres a mirar los partidos de fútbol. Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, interpreta políticamente los negociados del balompié, mientras Vargas Llosa habla de la riqueza lingüística que los comentaristas deportivos manejan como gambetas delante de los micrófonos, explayando una pirotecnia verbal tan efectiva como la de los mejores oradores de la historia. Pero eso sí, no se sabe a ciencia cierta si alguna vez los pies de Pelé serán amputados, embalsamados y conservados en un museo, para que los hinchas del fútbol sepan que esos trofeos naturales pertenecían a uno de los mitos brasileños más afamados de todos los tiempos.

Como fuere, a cualquiera que tenga los pies deformes, con el arco plantar cóncavo y los dedos flexionados hacia arriba como los espolones de un gallo, no le queda más remedio que vivir apoltronado delante de una pantalla, limitado a jugar el fútbol con los ojos y añorando las gambetas y los goles de Pelé, quien durante años hizo soñar que el mundo es también un balón suspendido en el universo de un puntapié.

El pie tiene un esqueleto formado por 26 huesos pequeños reunidos en el tarso, metatarso y las falanges digitales. Es la base sobre la cual está asentado todo el peso del cuerpo y una de las zonas más sensibles y sensuales del organismo. No en vano los pies enanos de una mujer eran símbolo de belleza en la China, como no es casual que los hombres del mundo occidental se postren de rodillas para besar los pies de la mujer amada.  

A propósito de los pies deformes, recuerdo el caso de un amigo de infancia que jamás tocó una pelota de fútbol en su vida, precisamente porque tenía el pie cavo, algo opuesto al pie plano llamado también de atleta, y cuya característica es la excesiva excavación de la bóveda plantar; un defecto que no lo dejaba desplazarse con la agilidad de un Michael Jonson o un Carl Lewis. De modo que, desde su infancia, vivió convencido de que todos, incluso los atletas de anatomía aparentemente perfecta, tenían algún defecto físico -congénito o adquirido-, pues nadie es obra de la geometría, sino de la naturaleza humana, como bien dice Cristopher Lichtenberg: Me cuesta creer que se llegue a demostrar un día que somos obra de un Ser supremo y no, como parece, de un ser muy imperfecto que nos ha fabricado a modo de pasatiempo.

Los problemas en los pies, además de tener causas hereditarias, son castigos de la civilización moderna, donde la moda, la vanidad y el aspecto estético, determinan el diseño de los zapatos cada vez más extravagantes e inapropiados. Ahí tenemos a las supermodelos que, estropeando la belleza anatómica de sus pies, lucen calzados con tacón en alfiler y puntera en cono, como si la calle fuese una pasarela y no un terreno que exige zapatos cómodos, que permitan la libertad de los dedos y no causen molestias al andar.

Cuando el dolor de los pies se irradia hasta la punta de los vellos, no queda otro remedio que asistir a la clínica de un cirujano ortopedista, quien se encarga de aplicar sus conocimientos y los instrumentos del quirófano en la parte afectada de los pies planos, los dedos en martillo y los pies en garra; lo mismo que para aliviar el dolor provocado por las uñas encarnadas, los callos y las ampollas, cuyas molestias no pueden disimularse ni teniendo los pies metidos en un par de zapatos.


 Volviendo al fútbol, les decía que mi amigo de infancia nunca correteó como un loco detrás de la pelota, por la maldita suerte de haber nacido con los pies deformes y no con los cachos de oro del pibe Maradona, a quien lo admira por haber subido al firmamento como una estrella y haber caído a los bajos fondos como quien no soporta el peso de la fama y la fortuna. A pesar de todo, según me confesó hace poco, lo respeta por ser el amigo declarado de Fidel Castro, de los gobiernos progresistas y porque alguna vez tuvo la osadía de decir: Argentina tiene el culo mirando al Norte...

domingo, 22 de junio de 2014


LA CHISPA DEL HUMOR FOLKLÓRICO

Mientras escribo esta crónica y miro el dibujo de Raúl Gil Valdez (sed. Rulo Vali), publicado en una revista boliviana, donde solían incluir una o más caricaturas en su sección de opinión, me pongo a pensar en los efectos que tiene el sentido del humor, con cuya ironía sutilísima, aparte de resaltar el lado cómico, risueño y ridículo de un personaje o situación determinada, se explayan aspectos exagerados pero siempre dentro de la verdad.

La caricatura es un dibujo que exagera la apariencia física de una persona, pero que es fácilmente identificable por los rasgos que le caracterizan, a pesar de la distorsión humorística y el aspecto grotesco al que es sometido por el caricaturista, quien tiende a ampliar o simplificar ciertos rasgos faciales, con el fin de representar un defecto ético o moral del personaje en cuestión. Por lo tanto, la caricatura, con muy pocas palabras o sin ninguna, es un verdadero chiste visual que nos arranca una sonrisa, quizás, porque una imagen dice más que mil palabras.

Es interesante constatar cómo el hombre, a pesar de los múltiples problemas que lo aquejan, puede darse tiempo y modos de burlarse y reírse de sí mismo y de los demás, con los elementos sencillos que le proporciona su propio acervo cultural, como en el caso de este folkhumor, de Rulo Vali, que me provocó una risa a flor de labios. Desde luego, cómo no reírse del falso orgullo de una hermosa China Morena y de la pinta loca de un diablito que la persigue enamorado, luciendo unos bigotes mefistofélicos, una capa de conde Drácula y unas botas puntiagudas como sus cachos y su cola.

Este humor, típicamente boliviano, me confirma la idea de que un diablito puede también sentirse atraído por una China Morena, quien, además de lucir bonita cara y bonitas piernas, arrastra detrás de sí una cola más voluminosa que la de un saurio. Por eso el diablito, tentado por ese hermoso atributo que ella tiene allá donde se le inflan las mini-polleras, se pone trinche en ristre, sin importarle los qué dirán, pues parece estar convencido de que es chiquito pero cumplidor.

El humor funciona como instrumento de comunicación para transmitir pensamientos y sentimientos. No es casual que, desde la más remota antigüedad, todas las culturas tuvieron sus cuenteros y bufones que expresaban, con rodeos, perífrasis o segundas, lo que los demás ciudadanos no se atrevían a expresar en público. Por otro lado, no cabe duda de que el humor es una de las expresiones más sublimes de la inteligencia humana, ya que a través de las bromas y los chistes se revelan algunas verdades secretas.
   
El humor es una forma de presentar, enjuiciar, comentar o retratar la realidad. Los esclavos lo usaron como arma para ridiculizar o criticar a sus amos, pero también para manifestar sutilmente lo que no estaba admitido oficialmente por la llamada buena urbanidad y por las buenas costumbres sexuales. Es decir, nunca faltaron quienes inventaban una serie de imágenes y palabras referentes al tema de la sexualidad.

La China Morena, por ejemplo, creyendo todavía en el mito de que la fuerza física de un negro equivale a la de cuatro indios juntos, prefiere siempre a un Caporal o Rey Moreno, como quien sabe que más vale hombre conocido que cientos por conocer. En cambio el diablito, cansado ya de los encantos de la Chinasupay, no cesa en su afán por seducir a la China Morena y probar lo que Dios le pone en su camino, consciente de que él, en su condición de diablo, conoce las tentaciones de la fruta prohibida más por viejo que por diablo.

Los caricaturistas, al estilo folklórico y tradicional de Rulo Vali, saben que el diablito representa la picardía masculina; el diablito simboliza la sexualidad reprimida y el subconsciente que enciende los instintos primarios, incitándonos a cometer el pecado carnal; más todavía, el humor es un excelente instrumento para manifestar las ideas reprimidas o censuradas, ya sea por la Iglesia o el Estado.

Así ocurrió desde las épocas en que el humor de carácter sexual era considerado promiscuo. Los humoristas se refugiaban en las tabernas, bares y cantinas, donde no se admitía el ingreso de quienes creían que los chistes colorados y obscenos eran tan peligrosos para las buenas costumbres, como lo fue la sodomía y felación en la antigua Babilonia. Asimismo, justo en las culturas donde se reprimió las fantasías sexuales, floreció el humor erótico que, aparte de deleitar a hombres y mujeres, se dio modos de llegar incluso hasta los oídos del Sumo Pontífice, como una prueba de que la fantasía y el humor no conocen destierros ni fronteras.

El humor, incluso en las situaciones más adversas de la vida, es un antídoto contra la tristeza y la tragedia, porque trata de buscar la parte cómica del dolor para reírse de ella en lugar de llorar. No en vano Nietzsche dijo: El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa.

La risa, por su propia naturaleza, es una de las pocas facultades que diferencia a los seres humanos del resto de las criaturas del reino animal. Los etólogos no se equivocan en señalar que la risa es un rictus que aparece en los labios de los primates y se muestra cuando éstos enseñan los dientes para enfrentar situaciones para ellos absurdas o incomprensibles. Además, el mundo sin humor sería un infierno. Quizás por eso, cuando un periodista le preguntó a Walter David Santalla Barrientos: ¿Cómo crees que sería la vida sin humor? Éste contestó: Sería como querer beber arena para quitarse la sed.

El manantial del ingenio humano está en el sentido del humor, quizás no en la broma pesada, pero sí en los chistes. Los expertos añaden que los chistes influyen de manera positiva en el estado anímico de las personas, incluso en aquéllas que padecen una enfermedad terminal. Se ha comprobado que un chiste puede quitarnos la amargura y el dolor, al menos por un instante, y que la felicidad puede hacernos más positivos y saludables.

Cuando nos reímos, pareciera ser que todos los problemas y preocupaciones fueron superados. Este fenómeno ha llevado a varios científicos a estudiar los efectos de esta reacción hilarante en el organismo humano, teniendo como premisa que algo tan placentero podría acarrear beneficios a nivel corporal, ya que la risa puede disparar la producción de endorfinas por parte del cuerpo, en vista de que actúan como analgésicos para el cerebro. Se afirma también que la risa puede regular el ritmo cardíaco y bajar la presión arterial.

En la sociedad boliviana, relativamente conservadora y muy dada a las bromas, el humor es un elemento indispensable en las reuniones sociales y en los momentos de juerga, en los cuales se reúnen los amigos para disfrutar de un repertorio humorístico, que se divide por temas y grados de mayor o menor mordacidad, dependiendo de la desvergüenza y la amoralidad. Algunas expresiones picarescas rayan en el extremo de lo irreverente, sin tomar en cuenta la dignidad ni el estado civil, político o social de la persona; mientras otras, hábilmente entremezcladas con expresiones moderadas, rozan en las insinuaciones y alusiones de doble sentido.

Si el humor irónico tiene una clara intención revanchista y vengativa, destinada a ridiculizar y desprestigiar, el humor erótico tiene la fuerza de revelar una zona sagrada, usando un lenguaje de substantivación vulgar de los órganos y las relaciones sexuales. Y, lo que es más importante, nadie se salva del chascarrillo picante, el chiste sarcástico o la picardía del humor, donde los dibujantes y caricaturistas han encontrado los temas de su preferencia.

El chiste siempre gusta más cuando, por medio de palabras, gestos o dibujos, desacraliza lo sagrado y enaltece lo vulgar. Uno se ríe de cosas absurdas que reconoce en su entorno inmediato y de los temas que, siendo en apariencia demasiado serios, esconden un lado cómico que provoca la risa; por eso los dichos y hechos de los políticos, que se prestan a las parodias y paradojas, son valiosas fuentes de inspiración para los caricaturistas y comediantes. La caricatura política, a veces disparada como una saeta, es un sistema de lucha dirigido con virulencia contra personajes de la vida pública, con el ánimo de ridiculizarlos resaltando sus errores y metidas de pata.

El humor, aunque desempeña una función catártica semejante al de las lágrimas, causa efectos diferentes según la edad de los individuos y de acuerdo a los parámetros culturales de una época y sociedad determinadas; por eso mismo, los niños, que no entienden la sutileza de la sátira, el sarcasmo ni la ironía, debido a su escasa capacidad lingüística y falta de razonamiento lógico, se ríen mucho más de los hechos concretos como las caídas y los tropiezos.

Las diferencias culturales pueden hacer que lo que resulta divertido en un contexto carezca de gracia en otro. No es lo mismo reírse de un chiste mexicano en los países hispanoamericanos, que reírse de un chiste que corresponde a la realidad y mentalidad anglosajonas, a pesar de que las redes sociales, el cine y el mundo del espectáculo están cada vez en un proceso de convertir al mundo en una aldea global. Y, como consecuencia de estos avances, ojalá un día el humor sea materia obligatoria en las escuelas y cátedra en las universidades.

Por lo demás, sólo nos queda disfrutar de la comicidad y el ingenio de estos artistas que, con una simple imagen y economía de palabras, nos revelan las travesuras de la imaginación y nos arrancan una sonrisa irresistible, como ocurre con este genial dibujo de Rulo Vali, donde la China Morena, de actitud atildada y figura espléndida, le dice al pobre Satanás: No insistas, Satuco..., sabes nomás que yo prefiero un Moreno del Gran Poder... 

martes, 10 de junio de 2014


MONTOYA EN LA VI FERIA DEL LIBRO EN ORURO

El escritor Víctor Montoya dictará una conferencia en torno al tema: La Literatura infantil y Juvenil en el Sistema Educativo y la Familia. La invitación fue cursada por los organizadores de la VI Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil, que se llevará a cabo entre el 13 y 14 de junio en la ciudad de Oruro.

En el mismo evento se concederá, a quien por méritos propios se lo merezca, el II Premio Nacional Hugo Molina Viaña, escritor nacido en Oruro y uno de los representantes más notables de la literatura infantil boliviana. Su legado literario tiene un enorme valor tanto por su temática como por su originalidad.

La conferencia de Montoya, según el Comité de Literatura Infantil y Juvenil de Oruro, estará dirigida, en primer lugar, a los funcionarios de las instituciones de Educación Superior, autoridades educativas, profesores, estudiantes, padres de familia y público en general.

La temática que se abordará en la conferencia tiene una vital importancia en el marco de la actual reforma educativa Avelino Siñani - Elizardo Pérez, que  considera que la escuela y la familiar son los primeros centros donde se forman los hábitos de lectura de niños y jóvenes; un planteamiento pedagógico que, a pesar de sus buenas intenciones, no siempre es posible aplicar a la realidad boliviana, debido a que las estructuras del sistema educativo están determinadas principalmente por factores socioeconómicos.

En opinión de Víctor Montoya: La familia y la escuela son centros de recursos para la enseñanza y el aprendizaje. Para que esto se cumpla, es necesario de que en el hogar exista una pequeña biblioteca familiar y en la unidad educativa una biblioteca escolar dotada de materiales que sean del interés de los niños, porque la biblioteca escolar es un centro de entretenimiento y aprendizaje, pero también un contexto fundamental que cobija a los niños interesados en descubrir el mágico mundo de la literatura infantil. Sin embargo, el lugar donde los niños dan sus primeros pasos y comienzan su contacto con la palabra, hecha cuento y poesía, es entre los brazos de sus padres y entre las cuatro paredes del hogar.

La VI Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil, como en los pasados años, se desarrollará en los predios del Colegio Alemán, con una amplia exposición de libros a la venta y la participación de los más destacados escritores de estos géneros literarios, quienes comprometieron su asistencia desde los distintos departamentos del país.

martes, 3 de junio de 2014


EN UNA PLAZA DE COPENHAGUE

Esta instantánea no fue captada por una fotógrafa profesional, sino por una compañera entrañable que, sin ser experta en el arte de componer la luz y la sombra, fijó esta escena insólita más como un recuerdo de viaje que como una imagen documental.

Si volteamos la mirada sobre la fotografía, podremos advertir que la realidad tiene la fuerza de transmitirnos un acontecimiento callejero apenas percibido por su cotidianidad. Pero si nos detenemos un instante y observamos atentamente nuestro entorno, casi siempre en movimiento sobre un fondo estático, constataremos que la realidad no sólo está llena de sorpresas, sino que muchas veces supera a la fantasía, ya que tiene una magia hecha de espontaneidad y tiempo concentrado.

Así, en esta fotografía, captada en una plaza de Copenhague, no se perciben los bares expuestos a cielo abierto ni las avenidas inundadas por el sol, pero sí la inquietante figura de un policía que, rodeado por un tumulto de curiosos y miradas absortas, se enfrenta a un faquir tragafuegos, quien deja de echar llamas por la boca más por obedecer órdenes superiores que por haber concluido su espectáculo callejero.

Los daneses, en medio del sentido del humor, que los diferencia del resto de los escandinavos, escuchan con atención las palabras que se cruzan en el cálido aire, mientras el policía y el faquir se miran frente a frente, retándose como gallos de pelea ante un hombre embriagado que, plantado delante de los dos, parece haberse asignado el rol de árbitro.

Por la expresión de los rostros y la parábola del incidente, se tiene la sensación de que ninguno está dispuesto a ceder en sus posiciones, salvo que se aplique la ley del más fuerte, donde entran en juego el sentido de autoridad y el prestigio profesional; una disputa en la que siempre suele llevarse el trofeo quien porta un uniforme de policía, como si fuese una armadura de protección contra los ataques de su adversario.      

Del faquir, plantado con las manos a la espalda, posiblemente nunca lleguemos a conocer su identidad: nombre, edad, estado civil y lugar de residencia. Pero eso sí, en nuestra retina quedará estampado su aspecto de artista mundano y extravagante. Y, quizás, con esto baste para recordar a este hombre de cabellera en cola, torso descubierto, pantalones jeans, zapatos deportivos, pañoleta en la cabeza y barba montaraz.

Del policía de brazos cruzados, que luce chaqueta y gorra como todos los uniformados responsables de hacer prevalecer el orden público y la seguridad ciudadana, todos tendrán una opinión particular según su propia experiencia. Además, como es natural, a nadie le interesa la identidad de un guardián que vive en el anonimato, aparte de saber que la autoridad de un policía pende sobre el cuello del libre albedrío como la espada de Damocles.

Esta imagen callejera, capaz de poner en movimiento las aspas de la imaginación, evoca en cierto modo algunas escenas de las ingeniosas películas de Chaplin, quien no deja de enfrentarse al policía que, porra en mano y pito en boca, lo persigue como el gato al ratón por burlarse de la ley y del orden establecido. Una prueba de fuerzas en la cual el espectador, de manera consciente o inconsciente, toma más partido por el transgresor del orden que por el guardián de las leyes impuestas por los poderes de dominación.

Esta insólita fotografía, cuyo mensaje refleja una realidad escindida entre la autoridad y la anarquía, es una válvula de escapa para los amantes de la libertad absoluta y un balde de agua fría para quienes están acostumbrados al orden y la disciplina; dos conceptos de vida que se inculcan desde la cuna hasta la tumba, ya sea por las buenas o por las malas.

No hay nada más que añadir sobre esta elocuente imagen, captada en los años 80 del siglo XX por una cámara fotográfica de bolsillo, que fue disparada en un precioso momento y lugar; de lo contario, jamás se hubiese escrito esta crónica, que no tiene otra intención que la de expresar con palabras las emociones atrapadas en una fotografía, cuyas figuras estáticas parecen pequeñas pinturas que combinan colores, formas, tamaños y posiciones, como en el telón de fondo de un teatro, donde la tragedia y la comedia se dan la mano.

miércoles, 28 de mayo de 2014


LILIANA DE LA QUINTANA REVELA
EL DRAMA DE UNA COMUNIDAD GUARANÍ

Tejedoras de estrellas, dedicado al jesuita Luis Espinal, por su luz permanente, es un pequeño libro pensado y escrito para los pequeños lectores, con el único propósito de transportarlos a través de las imágenes y palabras al territorio de los guaraníes, ubicado en el Chaco, al sudeste de Bolivia.

Se trata de un pueblo que, desde su pasado precolombino, soportó la invasión de los Incas, las matanzas ejecutadas por los conquistadores ibéricos, la desidia de los gobiernos de la República y la presencia de diferentes órdenes religiosas, cuyo principal objetivo consistía en catequizar y colonizar, con la ayuda de los expedicionarios.

El relato se inicia con la arremetida violenta de los capataces que, a galopes de caballo y portando armas de fuego, siembran el pánico y la muerte entre los pobladores de la hacienda El Porvenir, por instrucciones del patrón, quien, en su condición de colonizador karai (blanco), estaba acostumbrado a imponer su dominación con mano dura.

En la masacre cae el abuelo de Isora, la protagonista principal del relato, mientras los sobrevivientes huyen en estampida hacia los bosques, en procura de poner a salvo sus vidas. Está claro que el abuelo de Isora, además de haber sido un personaje querido entre los suyos, era el guía espiritual de su comunidad y el portador de la sabiduría popular, que él transmitía a través de la tradición oral.

En la hacienda, mientras los hombres se dedicaban a labrar la tierra de sol a sol, las mujeres cumplían su rol de esclavas domésticas en la casa del patrón, quien abusaba de ellas sin ninguna contemplación.

Es aquí donde aparece, como en todo relato concebido con la fuerza de la imaginación, la abuela de Isora, para seguir contando todo cuanto conservaba en la memoria. Así es como los niños y las niñas, por medio del poder de la palabra y la voz de la anciana, se remontan a los tiempos en que los guaraníes vivían felices y en armonía con la naturaleza, hasta que llegaron los colonizadores, dispuestos a sojuzgarlos con sus creencias y leyes, sin importarles que los habitantes del Chaco tenían sus propias normas y valores desde tiempos inmemoriales, así como tenían a sus deidades tutelares de los bosques, campos, cerros, arroyos, árboles y otros, a quienes les trataban con respeto y veneración, considerando que a ellos se debía la naturaleza, como el bien y el mal que encarnaban los humanos.

Según el relato, las estrellas tejidas por la abuela de Isora, con hilos de algodón, presentaban el dolor de una comunidad sometida al despotismo de los hombres que, llegados desde tierras lejanas, les hablaban en un idioma desconocido, ávidos de riquezas y ganas de adjudicarle sus bienes a sangre y fuego. No obstante, estas mismas estrellas, que nacían en las maderas del telar, contenían también relatos fantásticos de los tiempos en que las deidades, como el Ñandú-tumpa (avestruz divinizado), protegían a sus criaturas desde la constelación celeste, donde viven todos los animales eternos.
 
Isora, que está en el umbral de la pubertad, aprende los valores más profundos de su comunidad en el núcleo familiar, donde los ancianos son los encargados de transmitir, mediante los cuentos, mitos y leyendas, los sabios conocimientos de un pueblo que se resiste a perecer en el olvido. Y, lo que es más importante, los conocimientos se transmiten en idioma guaraní, considerando que la lengua de origen es el principal vehículo de expresión y compresión para el funcionamiento y cumplimiento de las reglas y hábitos expresados en el lenguaje oral.

Isora se da cuenta que las enseñanzas de su abuela son más coherentes con la realidad de los guaraníes que las enseñanzas impartidas por su maestra en la escuela, donde las lecciones se dictan en español  y se trata a los nativos que se oponen a la colonización de rebeldes y salvajes.

En este punto, está claro que el relato hace hincapié en el mensaje de que la escuela oficial no sólo tergiversa la historia, sino que es alienante y está al servicio de los poderes de dominación, porque difunde la idea de que los blancos son los buenos y los indígenas son los malos; una dicotomía que no ha permitido, durante varios siglos de colonización, la integración real de las diversas culturas que ocupan el territorio nacional.

La madre de Isora, que habita en una cabaña junto a otras mujeres que prestan sus servicios en la casa del patrón, se ve sorprendida una noche por la repentina presencia de la niña, quien le revela que tiene un plan para liberarlas de su condición de esclavas domésticas. El plan consistía en repartirles hilos de algodón para que tejieran sus propias historias como lo hacía su abuela.

Las mujeres empiezan a tejer, en las noches de luna llena y cielo estrellado, animales, plantas, ríos, cerros y todo lo concerniente a su entorno cultural, no sólo para dejar un legado a las futuras generaciones, sino también porque en sus corazones anida la historia y en sus manos se encuentra el camino de la libertad.

Las Tejedoras de estrellas,  a través de los tejidos, empiezan a hilvanar el pasado y el presente de los guaraníes, con los recursos de la memoria colectiva, ya que los tejidos, como manifiesta la autora del relato, son como los libros abiertos donde se leen historias de vida.

Este pequeño libro, escrito con un lenguaje llano y conocimiento de causa, es un buen ejemplo de que las historias de los pueblos originarios, que hoy forman parte del Estado plurinacional de Bolivia, pueden trocarse en magníficos materiales literarios. Liliana de La Quintana, conocedora de la realidad viva de las culturas ancestrales, nos ofrece un relato de reflexión, a tiempo de acercarnos a la realidad y magia de la cultura guaraní, cuyo modus vivendi no siempre se contempla en los libros de historia destinados a los escolares.

Por otro lado, la primera menstruación de Isora, que es un periodo de transición entre la niñez y la adolescencia, nos permite conocer las tradiciones y los ritos de las mujeres guaraníes, quienes proceden a cortar el cabello de Isora, con la creencia de que luego le crecerá otro como la hierba fresca y con más vitalidad. Asimismo, a través de este ritual practicado por las abuelas y mujeres mayores, la púber tiene derecho a conocer todo lo que hasta entonces le estaba vedado en el seno de su comunidad, como ser las nuevas formas de relacionarse con su entorno social y familiar; es más, su primera menstruación se celebra con una arete (fiesta), donde participa la comunidad entre palabras de bienaventuranza y músicos que aviva la alegría.

Las Tejedoras de estrellas, como es natural, siguen con su labor por las noches, convencidas de que los tejidos no sólo son hermosas prendas por su forma y colorido, sino que también representan el sueño de la libertad y registran historias que debían permanecer viva.

Un día estos tejidos, bien doblados y cuidados,  salen en manos de un joven guaraní, quien los vende fuera de la hacienda El Porvenir. Con el dinero reunido, los pobladores tienen pensado recuperar su libertad y las tierras que les fueron adjudicadas a sus antepasados. Saben que el mayor interés del patrón y sus capataces es el dinero, así que no dudan en entregarle lo necesario a cambio de recuperar las tierras, con las esperanzas de volver a vivir con dignidad y en armonía con la naturaleza.

Otro detalle interesante del relato es el hecho de que Isora, que pasa varios días encerrada en la cabaña de su abuela, combinando el oficio de tejedora con la escritura; una inquietud que la lleva a narrar sus experiencias vividas en un cuaderno, y que más tarde, aparte de sorprender a su maestra y sus compañeros de curso, la convierte en una excelente narradora de las tradiciones ancestrales de su tierra y su gente.

El pequeño libro de Liliana De la Quintana, acompañado por las finas y acertadas ilustraciones de Miguel Burgoa Valdivia, respira un aire de justicia y enseña que uno de los ideales más nobles al que deben aspirar los humanos es la libertad, indistintamente de su condición de raza, sexo, idioma, nacionalidad y cultura. No en vano este relato ganó en 1996 el premio único al guion literario en el V Festival Internacional de Pueblos Indígenas.

Datos sobre la autora

Liliana De la Quinta nació en Sucre, el 28 de Agosto de 1959. Comunicadora, videasta, guionista y escritora de literatura infantil. Licenciada en Ciencias de la Comunicación (Universidad Católica Boliviana), Diplomado Superior en Estudios Andinos (FLACSO), Diplomado en Derechos de los Pueblos Indígenas (Universidad Cordillera), Diplomado en Crítica de Arte Contemporáneo (Universidad Santo Tomas de Aquino), Diplomado en Museología (Universidad Mayor de San Andrés) y Gestión Cultural (Unión Latina).


Es co-fundadora de Producciones Nicobis, donde trabaja desde hace 33 años como Directora de Proyectos, en la producción de videos documentales sobre pueblos indígenas, animaciones y videos de ficción. También fue organizadora de Festivales y muestras de videos dirigidos por mujeres y Muestras de video para niños en Latinoamérica con la maleta del Prix Jeunesse. Se hizo merecedora de 12 premios en video, en Bolivia, y de 19 premios en festivales internacionales. Cabe también mencionar que fue organizadora de Semillas de la Cultura, encuentro de niños y niñas artistas de los pueblos indígenas de Bolivia, fundadora y directora del Festival Internacional del audiovisual para la niñez y adolescencia KOLIBRI, desde 2006. Consultora especializada en el tema de derechos de los niños indígenas, con la producción de dos libros en coordinación con UNICEF y la Reforma Educativa.

Es autora de más de una veintena de libros infantiles sobre mitología indígena, identidad cultural, cine, video, desastres naturales y otros. Su libro La abuela grillo (2004) fue seleccionado en la Lista del Honor del IBBY Internacional (Ciudad del Cabo, Sudáfrica). Obtuvo cuatro premios como escritora de Literatura Infantil. Es miembro del IBY/Bolivia y co-fundadora, en 2006, de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, institución de la cual es su actual presidenta.

sábado, 24 de mayo de 2014


RÉQUIEM PARA LOS CAÍDOS EN LA MASACRE
MINERA DE MILLUNI

Hace tiempo que tenía pensado conocer este centro minero que, como tantos otros desparramados en nuestra extensa cordillera, me llamó la atención desde el día en que leí un testimonio que daba cuenta de una masacre perpetrada por el régimen dictatorial del general René Barrientos Ortuño. 

La cuenca de Milluni se encuentra aproximadamente a una hora de viaje desde la ciudad de El Alto, siguiendo por la ruta pedregosa y polvorienta que conduce en dirección a Chacaltaya. En el trayecto es posible divisar, a través del parabrisas y las ventanillas laterales del vehículo, el imponente paisaje de la cordillera, con sus montañas de picos nevados, donde se alza como el rey de reyes el majestuoso Huayna Potosí, situado en la provincia Pedro Domingo Murillo del Departamento de la Paz.

La imponente belleza de la montaña

El Huayna Potosí (Joven Potosí, en aymara), con sus más de 6 mil metros de altura, se yergue como una roca cubierta de hielo y nieve, rasgando la cúpula celestial que se impone con su propia majestuosidad. Apenas se lo contempla a la distancia, entran ganas de coronar su cima en medio de un torbellino de amor a la aventura y la naturaleza. Parece un lugar hecho para el deleite de los turistas dispuestos a ascender la montaña por los agrietados glaciares, con botines llenos de crampones en la planta, pantalones abiertos en mil cremalleras, cazadoras abarrotadas de bolsillos y una mochila a manera de equipaje.

Al borde de la carretera, entre Milluni y la población de Zongo, se encuentra el campamento base del Huayna Potosí, que a diario es visitado por gente que desea disfrutar del panorama de los glaciares y sus alrededores, a pesar de que el efecto invernadero y los cambios climáticos aceleraron el deshielo en los últimos años.

El Huayna Potosí, por su altura y belleza, es la preferida por los montañistas, quienes son dueños de un estilo de vida suicida, que les permite contemplar el mundo desde las alturas, luego de realizar ascensiones riesgosas en afán de materializar sus sueños; es más, una vez que alcanzan la cima de la montaña, que parece recortada contra el azulino aguayo del cielo, me imagino que se lanzan al vacío deslizándose por la nieve sobre esquís sujetos a la suela de los botines y haciendo escalofriantes proezas, gracias a la gravedad y la sensación de estar jugando con la muerte.

El encanto de las lagunas

Si el andinismo se expresa con todo su poder de sugerencia en el Huayna Potosí, no son menos espectaculares los glaciares que, desde siempre, se descuelgan por la falda de las montañas, hasta confluir en las lagunas que yacen a sus pies, conformando un paisaje que, a pesar de su escasa vegetación de altura, como la paja brava y los musgos, y la presencia de algunas aves como las palomas y los halcones, llama la atención de los visitantes que se enfrentan al macizo de la Cordillera Real.

El terreno agreste de Milluni tiene rasgos peculiares, que lo diferencian de otras regiones andinas, no sólo por estar situado cerca del nevado, donde se sienten las rachas de aire frío, sino también por el ruido cantarín de las corrientes de agua cristalina que confluyen en lagunas de colores, rodeadas de rocas de la edad terciaria y montañas acariciadas por los rayos del sol que, en los días de cielo despejado, ilumina los nevados con un fulgor que deslumbra el alma y la mirada.

Se dice que las aguas de las lagunas son variables; es decir, los riachuelos que las alimentan varían según la estación del año y las condiciones climáticas. De ahí que no resulta casual que el nombre de Milluni provenga del vocablo aymara millu, cuya connotación permite definir el color marrón claro, rojizo, rubio, castaño y oscuro, que son las tonalidades características de cada una de las lagunas que, además de su singular encanto, encierran la magia y los misterios de una cultura milenaria.


Los campamentos mineros

Es estas áridas tierras del altiplano, donde todavía se perciben las ruinas de los campamentos, las chatarras del ingenio y las paredes de una casa que sirvió como posta médica, se desarrolló una intensa actividad minera y se ejecutó una de las masacres más horrendas registradas en la historia del movimiento obrero boliviano a mediados del siglo XX.

En la cuenca de Milluni, que hoy es un centro minero fantasma desde el Decreto 21060 y la relocalización, los trabajadores aprendieron a soportar las inclemencias del tiempo; el congelamiento del agua y las avalanchas de nieve sopladas por el viento. Las condiciones de vida no eran las más favorables, pero ellos aprendieron a ponerle buena cara al mal tiempo.

La mina empezó a funcionar como empresa privada en 1920, con escasos recursos y pocas familias, entre ellas algunas de origen inglés que, tras haber invertido su capital en la minería, explotaron y exportaron el estaño bajo la administración de la Fabulosa Mines Consolidated, que entre sus socios accionistas tenía nada menos que al príncipe Felipe de Gran Bretaña.

Desde entonces, y gracias al auge de la minería, la población se multiplicó y se multiplicaron también las ambiciones de amasar fortunas. Se levantaron oficinas de administración cerca de la bocamina, campamentos sobre la carretera a Zongo y se fundó el Sindicato de Trabajadores Mineros de Milluni, el mismo año en que se aprobó la histórica Tesis de Pulacayo (1946), ese documento revolucionario que definió los principios ideológicos de la clase trabajadora y la estrategia que debían seguir para conquistar sus reivindicaciones laborales, sociales y económicas.

Se abrió también la mina Campana, ubicada en el camino hacia el nevado Huayna Potosí, y se logró equipar un ingenio de concentración de minerales, al mismo tiempo que se construyó, para cumplir con algunas de las necesidades básicas de las familias mineras, una escuela, una cancha de fútbol, un frontón de pelota de mano, una pulpería, un templo y un cementerio, donde eran enterrados los trabajadores que fallecían con los pulmones destrozados por la silicosis.

Los mineros de Milluni, conscientes de que formaban parte del proletariado nacional, participaron en la revolución de 1952 y se afiliaron a la Central Obrera Boliviana (COB), con el firme propósito de defender sus derechos sindicales y conquistar sus reivindicaciones socioeconómicas. Estaban convencidos de que la fuerza radicaba en la unidad  y que la liberación de los trabajadores sería obra de ellos mismos.


La masacre minera de 1965

Todo transcurría con normalidad en los campamentos de Milluni, hasta que el ejército, por órdenes expresas de Alto Mando Militar Boliviano y con el beneplácito del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, hizo su ingreso por tierra y aire la mañana del 24 de mayo de 1965.

Las tropas, llegadas en caimanes desde la ciudad de La Paz, tenían órdenes de ocupar los campamentos, con la finalidad de poner en jaque a los supuestos actos subversivos del sindicato. Los pobladores, al percatarse de la presencia de los uniformados en las cercanías, no tardaron en hacer correr la voz de alarma. Entonces los mineros, movilizándose como un solo hombre, se armaron con dinamitas, fusiles Máuser y explosivos (preparados con pólvora, arena y vidrios), y se aliaron con los ciudadanos de la comunidad de Zongo, para organizar una resistencia armada contra la intervención militar.  

Como en todo conflicto beligerante, en el que se enfrentaban de manera desigual los mineros y los organismos de represión del gobierno, se hizo circular el rumor de que la Fuerza Aérea Boliviana tenía órdenes de bombardear los campamentos. El objetivo principal del ataque con avionetas y tanquetas, aparte de sembrar el pánico y el terror entre las familias mineras, era acallar la Radio Huayna Potosí, apresar a los dirigentes sindicales y frenar la huelga de hambre que había declarado la Central Obrera Boliviana (COB).

Los mineros, para evitar el bombardeo contra la emisora, que por entonces transmitía los acontecimientos en cadena nacional, detuvieron a cuatro soldados y los ataron en las antenas de la radio. Asimismo, mientras unos cumplían con la misión de custodiar la radio y los campamentos, otros se daban a la tarea de derribar al menos a una avioneta que sobrevolaba como un moscardón de metal entre montaña y montaña.

La lucha fue enconada en los sectores de Trapiche y Viudani, lugares donde los trabajadores hicieron sus trincheras y levantaron barricadas para enfrentarse a las tropas del ejército que, levantando nubes de polvo a lo largo del camino, llegaban en caimanes, prestos a posesionarse del centro minero y declararlo bajo jurisdicción militar.

Los trabajadores, sin contar con armamento apropiado, cedieron en sus posiciones, sin poder resistir el ataque de las avionetas Mustang, que empezaron a disparar ráfagas de ametralladoras. La derrota de los mineros era inminente. La furia de los interventores se intensificó al ver a cuatro de los suyos atados en las antenas de la radio. Las avionetas descargaron su arsenal contra los mineros y los soldados, en cumplimiento de las órdenes emanadas por sus superiores, no dudaron en disparar contra los mineros atrincherados en la oposición.

Una vez doblegada la resistencia, se desató la masacre. Las bajas de los mineros fueron muchas y la sangre saltó por todos lados, como por todos lados estaban los cuerpos de los muertos; en los ríos, las montañas, la cuenca e incluso enterrados en sus propias trincheras por el impacto de los explosivos. No en vano algunos de los sobrevivientes cuentan que las rocas, las lagunas y los nevados del Huayna Potosí fueron testigos mudos de esa horrenda tragedia en la que los mineros ofrendaron sus vidas a la causa de la justicia social, mientras resistían con valor y coraje a los embates de la dictadura militar de René Barrientos Ortuño.


El desolado cementerio de los mineros

Los cuerpos de las víctimas de la masacre fueron sepultados en el cementerio general de Milluni, donde también descansan los restos de sus viudas, hijos y compañeros que, aun a pesar de haber sobrevivido a la matanza, murieron vencidos por la vejez, las enfermedades y el mal de todos los mineros: la silicosis.

Todos los que visitan el nevado Huayna Potosí pueden ver, cerca de la tranca de Milluni y frente a una renovada cancha de fútbol, el cementerio solitario y abandonado sobre una loma. El camposanto, que es lo primero que salta a la vista cuando uno llega a la cuenca minera, no tiene entrada ni salida, pero sí un principio y un final.

En medio de las tumbas llama la atención un letrero en homenaje a los asesinados, con una leyenda que reza: Gloria a los caídos en la masacre del 24 de mayo de 1965. Se nota que en este espacio, dedicado a los muertos, trascurrió el tiempo de manera inexorable, porque en las derruidas tumbas, más que vasijas con flores y placas conmemorativas, abundan los deshechos, la vegetación silvestre y la tierra acumulada por las ráfagas del viento. 

Este apacible y sagrado lugar, conocido como el cementerio de los mineros, se caracteriza por tener las tumbas construidas al estilo de pequeñas viviendas, como si se tratase de un pequeño pueblo, cuyo telón de fondo está constituido por una cadena de montañas y la cumbre nevada del Huayna Potosí que, con la cabeza cubierta por un blanquecino manto, parece un centinela encargado de velar el cementerio las veinticuatro horas del día.  


Preservar la memoria histórica

En la actualidad, y tras el decreto de relocalización firmado por el expresidente Víctor Paz Estenssoro en 1985, la actividad minera acabó en manos de una pequeña cooperativa integrada por algunos comunarios que, al constatar que las galerías iban quedando abandonadas y los campamentos desmantelados, decidieron reactivar la producción minera, no sólo porque Milluni tiene aún recursos naturales escondidos en el vientre de las montañas, sino también porque posee el mérito de haber sido testigo de la masacre de 1965 y del esplendor minero del siglo pasado.

Ya se sabe que el antiguo complejo minero, que fue reducido a escombros desde fines del siglo XX, dejó una serie de consecuencias que afectaron tanto a los trabajadores como al medio ambiente, pues mírese por donde se mire, la cuenca de Milluni, como el resto de las regiones en las cuales se explotaron recursos naturales, presenta graves secuelas en el ecosistema terrestre y acuático, como es el caso de las lagunas y la represa, donde las piedras están cubiertas por desechos químicos de wólfram y níquel, que en otrora se extrajeron de los socavones. Lo increíble es que, a pesar del deterioro medioambiental en la región, se ven manadas de llamas y ovejas pastando en las orillas cubiertas por una flora escasa y contaminada por los químicos que se usaron en el ingenio de concentración de minerales.

Ahora bien, sin sucumbir en el pesimismo ni la desidia, cabe señalar que la cuenca de Milluni, debido a todo lo que representa en la constelación de la minería nacional, reúne todas las condiciones para ser considerada como un lugar de peregrinación turística; por ser una de las joyas patrimoniales con las que cuenta el municipio de El Alto, por encontrarse a los pies del impresionante Huayna Potosí y por la singular belleza del cementerio minero que, a espaldas del olvido de propios y extraños, ostenta singulares tumbas en medio de un paisaje que parece haber sido pintado por un artista de la paleta y el pincel.

Por último -y esto a manera de sugerencia-, valga recordarles a las autoridades edilicias que si se quiere rescatar y preservar la memoria histórica de este valeroso centro minero, será conveniente ejecutar un proyecto para construir un museo o repositorio en la urbe alteña, donde puedan exhibirse las fotografías y los documentos concernientes a la empresa minera de Milluni. Tampoco estaría por demás que, a través de una Ordenanza Municipal, se institucionalice el 24 de mayo de 1965 como fecha histórica, en justo homenaje a la memoria de los caídos en la masacre, que quedó escrita con sangre en los anales de la historia del movimiento obrero boliviano.