lunes, 9 de marzo de 2015


EMIGRACIÓN Y ASILO POLÍTICO

El drama de la emigración y el exilio es tan antiguo como el hombre. Ya desde tiempos remotos, los humanos se vieron obligados a abandonar sus lugares de origen y acogerse en otros, debido a razones religiosas, étnicas, políticas o económicas.

La traducción de un viejo papiro, que descifró el egiptólogo francés Joseph Chaves, nos permite conocer que el primer exiliado egipcio fue Sinuhé, quien vivió alrededor del año 200 a. de C. El pueblo judío conoció el éxodo interminable desde un principio, por eso su historia está hecha de múltiples migraciones; unas debidas a la guerra y otras a su religión. En la antigua Grecia se estableció el destierro, donde se destinaba a las personas no gratas, mediante una votación popular. En el Imperio Romano se desterró al poeta Ovidio y en el destierro nació Dante, pero la víctima más famosa del exilio fue Cristo.

De Florencia expulsaron a Leonardo de Vinci, quien le recordó al autor de El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, su situación de exiliados: Para todos, tú y yo somos extranjeros, intrusos, vagabundos sin hogar, eternos desterrados. El que no es igual a los demás, está solo contra todos, porque el mundo está hecho para el vulgo y no admite nada fuera de lo vulgar. Eso es lo que nos ocurre a nosotros, mi buen amigo.

El exilio era común en la Edad Media, ahí tenemos el poema épico del Cid Campeador, el mismo que fue desterrado por el rey Alfonso, acusado de haberse adjudicado una parte del tributo que pagaron los moros de Andalucía.

En el siglo XIX, las luchas por el naciente socialismo llevaron a sus principales líderes, como Marx, Lenin y Trotsky, a buscar asilo político en otros países, y durante la segunda mitad del siglo XX, el concepto exilio adquirió un carácter universal. Los refugiados formaban legiones de hombres que vivieron el síndrome aplastante de la sociedad, la nostalgia, el rencor y la locura. El siglo XX es el siglo de los refugiados, pues a lo largo de más de 90 años, las guerras y la pobreza provocaron olas de personas que se desplazaron de su terruño natal por fuerzas ajenas a su voluntad.

En 1921 se creó una organización para ayudar a los refugiados y, tras la Segunda Guerra Mundial, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) definió en 1951, en el artículo primero de sus estatutos básicos, enmendado por el Protocolo de 1967, lo que se entiende por refugiado: Una persona que, debido a un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membrecía de un grupo social o de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo, no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar dispuesto a volver a éste.

Si se entiende que el asilo humanitario es la práctica de ciertas naciones de aceptar en su suelo a inmigrantes que se han visto obligados a abandonar su país de origen debido al peligro que corrían por causas políticas, raciales, religiosas, guerras civiles, catástrofes naturales y otros, lo lógico es deducir que el refugiado debe contar tanto con derechos como con responsabilidades en el país que lo acoge según las normas establecidas por los convenciones internacionales.

Los refugiados se ven forzados a huir porque no disponen de la suficiente protección por parte del gobierno de su propio país; más todavía, en naciones como Francia, Canadá y Estados Unidos, en las cuales los activistas de Derechos Humanos son más persistentes, se ha logrado conceder el estatuto de refugiadas, por ejemplo, a mujeres que han sufrido mutilaciones genitales o que correrían el riesgo de sufrirlas si acaso permanecían en sus países de origen, lo mismo que se ha concedido el derecho de asilo a personas homosexuales perseguidas por sus preferencias sexuales.

Según los convenios internacionales, las naciones con mayor estabilidad socioeconómica están obligadas a conceder asilo humanitario y no pueden ni deben devolver por la fuerza a un refugiado a su país de origen por el peligro que le significa. Sin embargo, a pesar de todas estas convenciones, son muchas las naciones que desobedecen estos acuerdos y cometen atropellos contra la dignidad, expulsando de manera forzosa a las personas que solicitan asilo humanitario.

Los refugiados políticos, junto a quienes buscan la reunificación familiar, superan en un 10% a los inmigrantes por motivos económicos. En algunos países, como en Francia, los Países Bajos, Noruega y Suecia, la proporción de refugiados políticos es mucho más alta.

En los años 70 el número de demandas de asilo se estableció en un promedio de 30.000 personas por año. Diez años después, esta cifra superaba a 400.000 personas, en 1991 ACNUR contaba con 570.000 demandas de asilo. Una ola gigantesca que ya entonces avanzaba arrasando todas las leyes comunitarias en materia de migración. Actualmente, y por primera vez en muchos años, Europa es el principal teatro de un éxodo masivo, incluyendo a las personas provenientes de la ex Yugoslavia y del norte de África.

Desde entonces, la población desarraigada es cada vez mayor en el mundo. El número de inmigrantes a otros países se eleva a más de 100 millones. La mayor parte proceden de los países del llamado Tercer Mundo. Más de 1 millón de personas emigran cada año de un país a otro y un número casi equivalente solicita asilo político.

Los países desarrollados han establecido una cuota de refugiados a los que están dispuestos a conceder asilo, generalmente como resultado de un conflicto armado en curso. Desde la última década del siglo XX, la mayoría de estos refugiados provienen de Irán, Irak, Palestina, Afganistán, Ruanda, Burundi, Sudán, Congo, Sáhara Occidental, Albania, Tíbet, América Latina y la antigua Yugoslavia.

En Centroamérica existen cientos de miles de refugiados, sobre todo, guatemaltecos y salvadoreños. Todos dejaron sus tierras a raíz de la guerra tramada por EE.UU. contra los ejércitos de liberación nacional. Miles de aldeas desaparecieron entre llamas, miles fueron asesinados y torturados, y miles viven aún en la incertidumbre provocada por la guerra y la persecución. Los que lograron refugiarse en países vecinos como México, Costa Rica y Honduras, viven en condiciones infrahumanas, sin derecho a seguridad ni ayuda social.

En Sudamérica cerca de 200.000 chilenos abandonaron su país tras el sangriento golpe militar de 1973, y cada vez es mayor el número de chilenos que salen al exterior por razones económicas. La dictadura militar argentina lanzó al exilio a más de 200.000 personas. En Uruguay el 25% de la población vivió en el exilio durante la dictadura militar que secuestró, desapareció, torturó y asesinó a sus opositores. Bolivia y Paraguay siguieron su ejemplo durante la denominada Operación Cóndor.

De los 156.000 refugiados que viven en el sur de Asia, en carpas que parecen hongos brotados después de la lluvia, viven 126.000 en Tailandia. Estos refugiados provienen de Laos, Kampuchea y Vietnam. En Hong Kong existen 9.000 refugiados acosados por una estricta vigilancia policial, lo propio ocurre en Malasia, Filipinas e Indonesia.


Según datos registrados por el ACNUR, uno de cada diez refugiados en el mundo es africano. Tres de los cinco millones viven en el cuerno oriental de África, y la preocupación principal de éstos es la sobrevivencia, puesto que están amenazados por el calvario de la sequía y la hambruna. En esta catástrofe, que es la mayor de todos los tiempos, se cuentan por millares los niños, mujeres y ancianos que se desplazan bajo un implacable sol en busca de comida; es como si el tiempo se hubiese detenido para estas masas humanas, inmersas en una situación alarmante, sin vínculo alguno con sus medios de origen y que pierden hasta el rastro de sus pueblos. Y, sin embargo, esperan el fin de la odisea en cuyo curso se han desmembrado familias enteras.

Los desplazados internos son aquellas personas obligadas a huir de sus hogares debido a alguna crisis pero que, a diferencia de los refugiados, permanecen dentro de las fronteras de su país de origen. A finales de 2006 se estimaba que su número total ascendía a 24,5 millones repartidos en 52 países, alrededor de la mitad de los cuales serían africanos. Esto resulta especialmente dramático si tenemos en cuenta que un desplazado interno sufre una situación mucho más vulnerable que otra que haya conseguido cruzar una frontera territorial y que pueda, por lo tanto, acceder con más facilidad a la protección internacional.

Con todo, contrariamente a los que muchos creen, no son los países industrializados los que acogen a la mayor cantidad de refugiados, sino los que están en vías de desarrollo, especialmente los más pobres de Asia y África. Según datos proporcionados por el ACNUR, en 2004, los cinco países principales de acogida de refugiados son Pakistán (1,1 millones), Irán (985.000), Alemania (960.000), Tanzania (650.000) y Estados Unidos (452.500). En España, la mayoría de los refugiados provienen de los países del África subsahariana, en tanto en Ecuador buscan refugio los colombianos desplazados por el conflicto armado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares.

En los campos de refugiados de África, los niños son los más afectados. Centenares de ellos, con las cabezas de pequeños ancianos y los cuerpos raquíticos, se debaten contra el hambre, y centenares aguardan que algún médico los socorra en las tiendas de campaña. Entretanto, los de Sudán siguen bebiendo las aguas contaminadas de los ríos cercanos y los de Makela siguen esperando, entre nubes de moscas y polvo, que algún milagro los salve de la sequía y la muerte.

En Sudán meridional, tras seis años de guerra civil, donde las fuerzas insurgentes se han lanzado al ataque de poblaciones civiles, violando a mujeres y robando los ganados, se calcula que la guerra ha costado ya la vida de más de 1 millón de sudaneses. De una población de 5 millones de habitantes, 2,5 millones han huido de la guerra abandonando sus pertenencias en su lugar de origen.

Simultáneamente a los graves problemas que afectan a Sudán, Etiopía y Somalia, la sequía se ha extendido a Kenia; uno de los paraísos de moda para los turistas europeos ansiosos por practicar submarinismo y safaris fotográficos. En los últimos años, Kenia acogió a 250.000 refugiados procedentes de Somalia y del sur de Etiopía. En total, la sequía incide en 130 millones de africanos, de los cuales 60 millones presentan un serio peligro a causa de la hambruna.

La guerra, en países como Angola, ha obligado a grandes cantidades de gente a abandonar sus campos de cultivo para vivir dentro de los cinturones de seguridad creados en torno a las ciudades. De modo que en África, donde las catástrofes naturales contribuyeron a acentuar lo que el hombre consiguió por medio de la violencia y las armas, existen millones de seres humanos que sobreviven al borde de la extinción.

En Somalia, que tiene un capítulo especial en los anuarios informativos, aproximadamente 500 personas mueren cada día de hambre y con heridas de bala; en Etiopía, la inestabilidad política se balancea en una cuerda floja y la supervivencia de 4 millones de individuos depende de la ayuda internacional; en Mozambique, convaleciente de una guerra civil que duró 30 años, los 16 millones de mozambiqueños tampoco se libran del desastre; en Liberia, la guerra ha provocado 20.000 muertos en los últimos años y casi la mitad de los 2 millones de liberianos se han refugiado en los países limítrofes; en Yibuti, antigua Somalia francesa, los 400.000 habitantes de los clases issa y afars viven inmersos en un sangriento enfrentamiento civil, lo mismo que en Burundi y Ruanda, donde la guerra entre grupos étnicos ha dejado un reguero de muertos y 1,5 millones de refugiados que se replegaron hacia zonas fronterizas. 

En los países del antiguo bloque soviético, que han dado un giro a las relaciones geopolíticas en Europa, se ha desatado una ola de inmigración sin precedentes. La invasión rusa en la República de Chechenia y la guerra en los Balcanes son algunos de los ejemplos de este éxodo inexorable. En la ex Yugoslavia, donde los bombardeos del ejército serbio-federal dejaron a varias ciudades convertidas en escombros, huyeron cada día miles de personas en busca de refugios seguros. Este drama humano constituyó uno de los movimientos de refugiados más graves que Europa experimentó desde la Segunda Guerra Mundial y el más grande del mundo desde el éxodo kurdo.

En consecuencia, esta caravana interminable de emigrados y refugiados es uno de los mayores atentados contra la dignidad humana y exige un capítulo aparte en la historia de las naciones afectadas por las catástrofes naturales, los conflictos bélicos, la persecución política, la inestabilidad socioeconómica, las discriminaciones raciales, sexuales y religiosas.

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