martes, 3 de junio de 2014


EN UNA PLAZA DE COPENHAGUE

Esta instantánea no fue captada por una fotógrafa profesional, sino por una compañera entrañable que, sin ser experta en el arte de componer la luz y la sombra, fijó esta escena insólita más como un recuerdo de viaje que como una imagen documental.

Si volteamos la mirada sobre la fotografía, podremos advertir que la realidad tiene la fuerza de transmitirnos un acontecimiento callejero apenas percibido por su cotidianidad. Pero si nos detenemos un instante y observamos atentamente nuestro entorno, casi siempre en movimiento sobre un fondo estático, constataremos que la realidad no sólo está llena de sorpresas, sino que muchas veces supera a la fantasía, ya que tiene una magia hecha de espontaneidad y tiempo concentrado.

Así, en esta fotografía, captada en una plaza de Copenhague, no se perciben los bares expuestos a cielo abierto ni las avenidas inundadas por el sol, pero sí la inquietante figura de un policía que, rodeado por un tumulto de curiosos y miradas absortas, se enfrenta a un faquir tragafuegos, quien deja de echar llamas por la boca más por obedecer órdenes superiores que por haber concluido su espectáculo callejero.

Los daneses, en medio del sentido del humor, que los diferencia del resto de los escandinavos, escuchan con atención las palabras que se cruzan en el cálido aire, mientras el policía y el faquir se miran frente a frente, retándose como gallos de pelea ante un hombre embriagado que, plantado delante de los dos, parece haberse asignado el rol de árbitro.

Por la expresión de los rostros y la parábola del incidente, se tiene la sensación de que ninguno está dispuesto a ceder en sus posiciones, salvo que se aplique la ley del más fuerte, donde entran en juego el sentido de autoridad y el prestigio profesional; una disputa en la que siempre suele llevarse el trofeo quien porta un uniforme de policía, como si fuese una armadura de protección contra los ataques de su adversario.      

Del faquir, plantado con las manos a la espalda, posiblemente nunca lleguemos a conocer su identidad: nombre, edad, estado civil y lugar de residencia. Pero eso sí, en nuestra retina quedará estampado su aspecto de artista mundano y extravagante. Y, quizás, con esto baste para recordar a este hombre de cabellera en cola, torso descubierto, pantalones jeans, zapatos deportivos, pañoleta en la cabeza y barba montaraz.

Del policía de brazos cruzados, que luce chaqueta y gorra como todos los uniformados responsables de hacer prevalecer el orden público y la seguridad ciudadana, todos tendrán una opinión particular según su propia experiencia. Además, como es natural, a nadie le interesa la identidad de un guardián que vive en el anonimato, aparte de saber que la autoridad de un policía pende sobre el cuello del libre albedrío como la espada de Damocles.

Esta imagen callejera, capaz de poner en movimiento las aspas de la imaginación, evoca en cierto modo algunas escenas de las ingeniosas películas de Chaplin, quien no deja de enfrentarse al policía que, porra en mano y pito en boca, lo persigue como el gato al ratón por burlarse de la ley y del orden establecido. Una prueba de fuerzas en la cual el espectador, de manera consciente o inconsciente, toma más partido por el transgresor del orden que por el guardián de las leyes impuestas por los poderes de dominación.

Esta insólita fotografía, cuyo mensaje refleja una realidad escindida entre la autoridad y la anarquía, es una válvula de escapa para los amantes de la libertad absoluta y un balde de agua fría para quienes están acostumbrados al orden y la disciplina; dos conceptos de vida que se inculcan desde la cuna hasta la tumba, ya sea por las buenas o por las malas.

No hay nada más que añadir sobre esta elocuente imagen, captada en los años 80 del siglo XX por una cámara fotográfica de bolsillo, que fue disparada en un precioso momento y lugar; de lo contario, jamás se hubiese escrito esta crónica, que no tiene otra intención que la de expresar con palabras las emociones atrapadas en una fotografía, cuyas figuras estáticas parecen pequeñas pinturas que combinan colores, formas, tamaños y posiciones, como en el telón de fondo de un teatro, donde la tragedia y la comedia se dan la mano.

1 comentario :

  1. Estimado Sr Montoya,

    Mi nombre es Marie-Christine Dugal. Leí su articulo sobre Domitila Barrios de Chungara en la revista Almiar. He tratado de enviarle un mensaje al correo que se encuentra en el sitio de la revista, pero recibí una respuesta diciendo que su buzón está lleno. Por eso, le estoy escribiendo aquí. Perdóname que no sea a proposito del blog.

    Estoy haciendo un doctorado en historia en la Universidad de la Saskatchewan en Canada y trabajo sobre activismo y memoria indígenas en Latino America. Para mi tesis, necesito encontrar el discurso de Domitila en Mexico en 1975. ¿Usted sabría dónde lo podría conseguir (en versión audio o tal vez, la desgrabación)?

    Muchas gracias de antemano,
    Marie-Christine
    mc.dugal@usask.ca

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